Compartir piso: ¡La nueva moda viral entre los ya no tan jóvenes!

Desde hace tiempo estamos perdiendo despiadada e implacablemente la posibilidad de vivir solos por los precios de los alquileres. El resultado es una especie de adolescencia prolongada obligatoria, que ya envuelve incluso a quienes comienzan los cuarenta

El vídeo de Pantomima Full sobre la vida real de un vendedor de pisos de lujo que te helará la sonrisa

Teníamos veinte años, salarios ridículos, empleos impredecibles, horarios erráticos, tablas con turnos de limpieza prendidos de la nevera (un triunfo del optimismo juvenil), tres reproductores de música emitiendo diferentes contenidos de forma simultánea, una estantería abarrotada de libros de una y de otra, algunos de ellos repetidos, una balda en la nevera propia con un tetris de alimentos, sartenes de mala calidad en las que era imposible hacer una tortilla decente, camas de poco tamaño, peores almohadas, baños estrechos, agua caliente que se agotaba con una ducha, esperas en el pasillo para usar el wc. No importaba nada de eso porque teníamos veinte años. No importaba nada de eso porque vivíamos por primera vez con amigas o amigos y la experiencia, pese a toda la incomodidad, era absolutamente estimulante. Lejos de buscar privacidad, la evitábamos. 

El pasado viernes Pantomima Full publicaba un vídeo que describe de un modo brillante cómo el problema de la vivienda se está tragando ya no solo a la generación z, sino también y todavía a los milenials Gran Reserva, los milenials añejos, los que a estas alturas de la vida deberían tener un piso en propiedad con fotos enmarcadas en el recibidor. La imagen de Rober Bodegas diciéndole a un compañero de piso que puede pasar al baño, porque en los pisos compartidos en los baños uno solo puede entrar cuando el otro sale, como en los ministerios, es desoladoramente real. Desde hace tiempo estamos perdiendo despiadada e implacablemente la posibilidad de vivir solos por los precios de los alquileres. El resultado es una especie de adolescencia prolongada obligatoria, que ya envuelve incluso a quienes comienzan los cuarenta. 

Más allá de las repercusiones en la salud mental, en las expectativas vitales, en la natalidad, en las relaciones sociales y en tantas otras cuestiones, esto también tiene repercusiones obvias para la economía, sobre todo en lo que respecta a la capacidad de las personas para ser tan móviles como suelen exigir algunos trabajos. Hay profesionales rechazando empleos en determinadas ciudades porque, sencillamente, no pueden vivir en ellas a menos que sea compartiendo (infra)vivienda.   

Claro que compartir piso a los treinta no es lo mismo que a los veinte: hay más orden, limpieza, la gente se va a dormir temprano, las plantas viven más de una semana -incluso más de un mes-, el café está preparado desde primera hora, no tienes que escribir tu nombre con rotulador en el envase de leche, no necesitas temer por la integridad de tu armario cuando te vas unos días. Para algunas personas la experiencia de compartir continúa siendo atractiva pasada la veintena, pero no romanticemos la precariedad, no le pongamos ridículas etiquetas anglosajonas (cuarentaflatsharing!) para disfrazar la realidad: compartir pasada la veintena siempre es una experiencia impuesta por las circunstancias del mercado inmobiliario y no buscada. 

En esta frustración, en este estancamiento vital, hay una enorme oportunidad política que ya están capitalizando partidos como el de Alvise. La crisis de la vivienda va a ser determinante políticamente los próximos años. Porque la paciencia no de una, sino de dos generaciones, está a punto de agotarse, como el papel higiénico en un piso compartido. 

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