Crónica David Palomar: Un cantaor de los de antes

Igual que hemos asistido a reivindicaciones de otros territorios flamencos como Utrera, Lebrija, Extremadura o Jerez, David Palomar ha hecho lo propio en su propuesta para la Bienal de Sevilla 2024 pero con su Cádiz y, especialmente con los cantes que pasan de generación en generación a través de la transmisión oral. El artista viñero ha venido a cantar, pero sobre todo a contar en el último tirón del festival, lunes, final de mes, casi hora golfa, en el Teatro de la Alameda. Más que contar, este 'Desamparao' que en su viaje al pasado se estrena en la capital andaluza, 'dice', que es el verbo que se usa para quien pronuncia las verdades del barquero, en este caso casi más que por cuestión adoctrinadora, por sacarse los demonios. El desahogo de Palomar (tercera vez en la Bienal) toma la forma de monólogo (con idea original de José Troncoso, también director, y el propio David Palomar), aunque en varios momentos se dirija a Kalicha, su guitarrista (Rubén Lara) como interlocutor de una bajada a las infiernos. Ambos de rojo, fondo de idéntico color. El cantaor le explica que lo que viene a continuación es la historia de «un hombre de verdad» que se da cuenta de que el Cádiz que conocía ya no existe. Sea la Tacita, o cualquier otra ciudad que se les venga a la mente. En esas capitales donde han sustituido un videoclub por un parking y los ciudadanos se han tragado un centro comercial o unos pisos de supuestas excelentes calidades, o donde han tirado la muralla que separaba lo antiguo de lo moderno o han susituido un cine de verano por uno de cinco salas. «Y nos alegramos, y no dijimos nada», insiste. En Cádiz puede ser la pérdida de El Siglo, Almacenes Barcelona o cualquier refino cambiados por una gran franquicia de ropa que a los tres días le salen unos «boquetes». «Cuando cerraron las tiendas chicas nos alegramos y fuimos a comprar las últimas prendas porque sabíamos que eran buenas». Un traje como los de antes, reitera. Dejado claro el hombre que quiere ser, un Atila pero a la inversa, que hace florecer el suelo por donde pisa, todo se vuelve azul y Palomar le pide a Kalicha que le acompañe con un toque antiguo, como los de antes. Para cantar después unos fandangos por Gabriel Macandé, el vendedor de caramelos que inspiró al mismísimo Camarón y soltar otra de esas certezas que transmuta pese al paso del tiempo: «Los besos verdaderos son los que una madre da y eso no los da el dinero». Sobre el escenario se cierne una tormenta y David Palomar entona el Pregón de este cantaor de la primera mitad del siglo XX que acabó encerrado en un psiquiátrico. «Son de menta, caramelos, que lo acabo, mis caramelos, venir niñas a comprarme que yo los llevo de menta, también los llevo de limón, de Félix y Mariano Rodríguez de Vicente Barrera, del gran artista Cagancho y el Niño del Mataero comprarme mis caramelos» En la mitad del espectáculo es donde el gaditano suelta toda su arqueología flamenca y vacía sobre las tablas del teatro de la calle Crédito el chorro de voz. De añejas maneras. Como un patriarca, sobre su traje un pañuelo, sombrero y bastón, en una 'onírica flamenca' trepidante que comienza con Enrique el Mellizo y se enreda en la Jaranaoleá, una soleá de Ramón Jarana, de quien «dijo Chano Lobato que para entenderlo había que acostarse con él». La parte más teatral de 'Desamparao' recorre un siglo de cante, de la metafísica jonda de la transmisión oral. Macandé, Manolo Vargas, Pericón y su tanguillos o las templazas morunas de El Beni, con un texto sobre la época romana con el que el público se divierte. Habla de Chano Lobato y su bulerías, del Tío Gineto, El TIti o El BOhiga, de Manuel de Jesulito o su gran amiga Mariana Cornejo, para llegar a la Perla de Cádiz, quien canta las alegrías «que van mecidas, que te dejan un regusto a Caleta y a Bahía» y que Palomar hace suyas arrimado a Rubén Lara. «Vamos a acordarnos de esos artistas tan buenos y tan guapos», jalea. En el último tramo de la obra Palomar vuelve a 'decir' antes de cantar y pide perdón por ponerse nostálgico con el texto 'Se nos fue el vapor'. «De qué manera las cosas dejaron de ser las cosas», «dónde proyectan la película de lo que fuimos, donde la ponen, donde la echan», se pregunta mientras se acerca de nuevo al rincón donde está el guitarrista para pedir 'Amparo' en unas seguiriyas con una ejecución y un sentimiento dignos de un gran heredero. Se quita el sombrero, la chaqueta, los zapatos, la camisa con chorreras, revolea la ropa acompañado por el Réquiem de Mozart. «¡Qué valiente!», le gritan una y otra vez desde las butacasEl exorcismo ha acabado. Ahora es un hombre nuevo, que deja ser esclavo. Un hombre al que los cuchillos no cortan, en un final por bulería de sentimiento superlativo y una letra que dejará pensando a más de uno mucho más tiempo de los tres minutos que duran los aplausos de un auditorio en pie al que no le pesa ni la noche, ni el lunes, ni el fin de mes. «Amar sin descanso, oyendo el gentío, el curso no para y tiro piedras al río. Me río porque es de locos y prefiero ser un loco a un mortal invisible».

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