Crónica La Tremendita y La Kaíta en la Bienal: «¿Y si la salvaje soy yo?»

El mismo año en que nació Rosario, La Tremendita, La Kaíta se subía al escenario con Pata Negra (Rafael y Raimundo Amador), para fusionar el flamenco con el rock, en un ejercicio a priori heterodoxo pero muy frecuentado en la época y que ya habían iniciado dos décadas atrás Sabicas y Joe Beck. La imagen de la pantera extremeña con la guitarra eléctrica y sobre todo la fiereza de su voz, se guarda en el cerebro, la memoria sentimental y el acervo artístico de la trianera. 40 años después los dos genios se han unido y cocinado un espectáculo para la Bienal de Flamenco de Sevilla 2024, con un título que responde literalmente a la idea original de Rosario y Carmen Almirante: la 'Matancera' remueve la sangre, la estrangula, moldea una vida de un órgano. De las visceras de Rosario Guerrero y María de los Ángeles Salazar Saavedra, ha surgido una de las propuestas más esperadas de este festival. Fue su director, Luis Ybarra, quien puso en suerte a las dos cantaoras tras verlas actuar por separado en el Flamenco on Fire de Pamplona. Y el fuego se prendió en una primera visita a la Plaza Alta de Badajoz, raíz y tronco de La Kaíta. La intrahistoria de aquella vez da para una película, pero se resume con el paradójico corolario que se dijeron: «Si esto ha empezado así, seguro que sale bien». Con dos sesiones agotadas con mucha antelación parece que sí. El escenario para 'Matancera' no podría estar mejor escogido. El largo y sinuoso camino que conduce desde la puerta del Centro Andaluz de Arte Contemporáneo (CAAC) que alberga el antiguo monasterio hasta llegar a los pies de la chimenea fabril da al espectador la sensación de que va camino a la celebración de un ritual, pero la ceremonia comienza impuntual. Cuando 15 minutos después se atenuan las luces, suena el rasgueo de la guitarra eléctrica y se descubre a La Tremendita, con una imagen menos radical que la de la Bienal de 2022, vestido negro con mangas transparentes, cinturón rojo, el pelo recogido en una trenza. Dispuesta a disputarle el título de salvaje a su compañera de tablas. Toca e interpreta la malagueña 'Donde habita la ignorancia' sola en el escenario, que tiene dos puntos que llaman la atención. La batería de Daniel Suárez en el centro y un saco blanco colgado en el extremo derecho. El juego de proyecciones en una pantalla y sobre todo utilizando el cuerpo de la chimenea, compiten con las hermosas sombras que los cuerpos y los instrumentos de los intérpretes garrapatean sobre la pared. No se sabe dónde mirar, si a los gestos de lamento de la trianera, o a las manos vertiginosas de Suárez. Hasta que de una nube de humo emerge la cantaora pacense con los abrazos abiertos, chaqueta y pantalón negros, camisa blanca, pañuelo de lunares y unas largas uñas rojas que conjugan con su mirada felina. De las tripas de Rosario y La Kaíta salen los cantes de ambos orígenes, que se mezclan y confunden durante todo el repertorio, que no llega a la hora de duración. Pertenecen a dos generaciones diferentes pero tienen una forma de entender el cante muy parecida. Triana y Extremadura, de nuevo estos dos territorios encaramados a la madera en este festival, esta vez con la percusión de Suárez enmedio. Los duelos de la instrumentista y cantaora sevillana con su ídolo de niña son lo más electrizante de este espectáculo, dividido en cuatro partes. Para la segunda se sienta La Kaíta, con la mano de la compañera posada sobre su hombro a la vez que canta el sentido cante de la fragua 'Del querer a no querer'. «Estoy muy orgullosa de estar en Sevilla con La Tremendita, es un encuentro muy bonito», dice la de Badajoz que, además de saludar y agradecer a dos artistas de su tierra que la han acompañado no deja de jalear con vítores de viva Extremadura y viva Sevilla. La Kaíta no se puede aguantar y divierte tanto como hipnotiza el caudal de su garganta. Rosario hace alusión al «viaje increíble» que ha supuesto la creación de este espectáculo y en el siguiente ten con ten se vacía con su guitarra flamenca mientras La Kaíta alterna con fandangos con alusiones a su ciudad y su saga, la de La Porrina, y al capricho de claveles de la Virgen de la Macarena. En ese camino que nació del estómago se recorren otros palos como la soleá, los tangos y unas rumbas por bulerías donde la fiesta lleva el ritmo del toma, toma, suave, y nonaino. La Tremendita salta como una gacela, balancea su cuerpo, clava los ojos en los de color agua de la pantera. Ya lo adelantó el otro día durante la presentación de 'Matancera': «¿Y si la salvaje soy yo?»

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