En el campo de exterminio de Auschwitz, el doctor Bruno Weber, director de la Oficina de Investigación Higiénico-Bacteriológica de las Waffen-SS (Hygienisch-Bakteriologischen Untersuchungsstelle der Waffen-SS), estaba llevando a cabo experimentos en humanos con barbitúricos, sulfonamidas y derivados de la morfina desde principios de la década de 1940. El desencadenante había sido la frustrante experiencia de la Gestapo con los interrogatorios a miembros de la resistencia polaca, quienes incluso bajo tortura se negaban a hablar. Pero Weber no daba con la ansiada droga de la verdad, así que planeó otra serie de experimentos, esta vez en el campo de concentración de Dachau: "métodos químicos de anulación de la voluntad". Llevando la batuta estaba el doctor Kurt Plötner, un Hauptsturmführer de las SS de treinta y siete años y empleado del Instituto de Investigación Aplicada en Ciencias Militares (Institut für wehrwissenschaftliche Zweckforschung), perteneciente a la organización Ahnenerbe de las SS. Plötner era un médico formado en la Universidad de Leipzig con numerosas publicaciones en su haber y estaba a punto de ser nombrado catedrático. Recibió su nuevo encargo del mismísimo jefe de las SS, Einrich Himmler:
"Además de otros medios, se utilizaba Messkalin [sic] [...] Debía administrarse disimuladamente para que el sujeto de experimentación no supiera que ya no era dueño de su libre albedrío. [...] Las personas de prueba recibían el Messkalin [sic] en cantidades ínfimas mezcladas con licor o café. Entonces se entablaba con ellas una conversación inofensiva en el transcurso de la cual empezaban a reaccionar de forma diferente al cabo de entre media hora y una hora. [...] En todos los casos, el examinador conseguía sonsacar a la persona examinada los secretos más íntimos cuando las preguntas se formulaban con astucia".
Y en otro lugar se explica que "incluso había buena disposición para hablar de cuestiones eróticas y sexuales. [...] Ya no había reservas mentales. Las preguntas capciosas no se veían venir".
Portada de 'Un viaje alucinógeno', de Norman Ohler.¿Fue uno de esos "otros medios" el LSD de Stoll, el cual habría llegado al campo de concentración a través de Kuhn? La búsqueda de la droga de la verdad aumentó una marcha cuando, el 20 de julio de 1944, se produjo otro atentado contra la vida de Hitler con la bomba que el conde y oficial de la Wehrmacht Claus Schenk von Stauffenberg hizo detonar en la Guarida del Lobo, el cuartel general del Führer situado en la actual Polonia. El dictador sobrevivió, el intento de golpe de Estado fracasó y la Gestapo detuvo a cientos de personas. La cuestión clave para el régimen nazi en esta última fase de la guerra era: ¿quién podía ser considerado amigo y quién enemigo dentro de las propias filas? Hitler estaba obsesionado con la idea de que, para lograr la "victoria final" prometida por su propaganda, solo necesitaba saber quién estaba del lado del nacionalsocialismo y quién trabajaba secretamente en su contra. Si se eliminaba a todos los opositores — sostenía el Führer—, aún se podría ganar la guerra. Pero cuando la Gestapo interrogaba a oficiales sospechosos, se topaba con los límites de sus capacidades. Ni siquiera el uso de la tortura a la antigua usanza, el llamado "verschärftes Verhör" (interrogatorio intensificado, o de tercer grado), garantizaba el sonsacamiento de toda la verdad. Los métodos más brutales a menudo solo conducían a decir mentiras por evitar el sufrimiento.
Pero la serie de pruebas del doctor Plötner en Dachau no arrojó ningún resultado con la suficiente rapidez. A finales de abril de 1945, antes de que el Hauptsturmführer de las SS pudiera completar sus experimentos, las tropas estadounidenses liberaron el campo de concentración y sus documentos desaparecieron. Al menos por el momento.
Arma
Más de cincuenta millones de personas perdieron la vida en el transcurso de la Segunda Guerra Mundial. Cientos de millones sufrieron heridas, tanto físicas como mentales. Prácticamente todos los habitantes del continente europeo se vieron obligados a renunciar a la vida que habían tenido antes, el tejido social se había desgarrado. ¿Cómo volvería a ponerse en pie esta maltrecha parte de la humanidad? ¿Cómo curaría las heridas y superaría los millones de traumas individuales? ¿Cómo volvería la gente a confiar en sí misma y en los demás? ¿Cómo se construiría un nuevo futuro en común?
¿No habría ahí una fortuna que amasar si se tenía el producto adecuado?, se debía preguntar Arthur Stoll en la sede central de su grupo farmacéutico en Basilea. ¿Podría el LSD desempeñar un papel destacado en esta coyuntura?
Sandoz empezó haciendo ensayos internos. En primer lugar, se buscaron voluntarios y se habilitó una especie de narcosala, una "habitación tranquila con persianas y lugares para sentarse y tumbarse". Químicos y personal técnico y comercial de Sandoz con ganas de experimentar fueron invitados a acceder a la sala, donde se les administró LSD en dosis bajas, de entre veinte y treinta microgramos. Los sujetos de experimentación informaban de sus sensaciones y experiencias mentales a una secretaria que iba tomando nota de todo con su máquina de escribir.
"Nuestro trabajo era investigar con metodología psiquiátrica el singular efecto mental del LSD para caracterizarlo clínicamente", según describió el procedimiento Stoll, que agradeció a sus colegas "la valentía demostrada ante una sustancia tan poco conocida". Se tomaron muestras caligráficas, se realizaron pruebas gustativas, se comprobaron los reflejos y se tomó la tensión arterial. ¿Qué se sentía con el LSD estando tumbado? ¿Y de pie? ¿Y andando? Se produjo un primer estado de ánimo general, una sensación de "calma y serenidad contemplativa" después de ingerir la droga: "Ojalá siempre fuera así", hizo constar un voluntario. El LSD fue percibido como un "desayuno de vacaciones" que conducía a una "agradable sensación de despreocupación". En los informes de las experiencias se hablaba reiteradamente de "compulsión a la risa": "No puedo controlarme... la boca se me tuerce todo el rato. [...] Empiezo a reír sin motivo. El impulso de reír se hace más fuerte, hace que mi cuerpo tiemble hasta que se me saltan las lágrimas". Un ayudante de laboratorio relató: "La existencia era como un sueño, no se podía pedir nada más hermoso y puro". A muchos les bastaba con "simplemente estar sentados". Otro voluntario describió: "Sentí momentos en los que me perdía en la naturaleza, siguiendo el vuelo de los pájaros, por ejemplo, con la alegría de un niño". Incluso los efectos experimentados con posterioridad, después de que desapareciera la sensación inicial, fueron positivos: "Las cosas normales de la casa te cautivaban como si fueran regalos. La música se experimentaba más intensamente que de costumbre". O simplemente: "Me invade una sensación de juventud, belleza y frescura".
Stoll pudo empezar a alimentar la esperanza de lanzar al mercado un éxito de ventas en forma de sustancia terapéutica: el LSD
Como los voluntarios solo hablaron de buenas experiencias, sin efectos secundarios físicos — como el aumento de la presión sanguínea, el pulso o la temperatura corporal—, y no desarrollaron ninguna dependencia, Stoll pudo empezar a alimentar la esperanza de lanzar al mercado un éxito de ventas en forma de sustancia terapéutica: el LSD, que "en dosis insospechadamente pequeñas tiene el mismo efecto sobre la actividad mental", prometía exactamente lo que la abatida población de todo el mundo necesitaba. En efecto, la misteriosa molécula ofrecía "una abundancia de alteraciones únicas de la vida mental".
La siguiente fase de pruebas debía realizarse bajo una estricta confidencialidad: Sandoz no podía permitir que la competencia se enterara de la existencia del posible superventas farmacológico: "Sobre todo la enorme eficacia justifica la realización de más ensayos". Werner, el hijo de Arthur Stoll, trabajaba como médico en el Burghölzli, el sanatorio cantonal de Zúrich, una instalación que en su día fue calificada de "manicomio" y en la actualidad forma parte del Hospital Psiquiátrico Universitario de Zúrich. Werner se dedicaría a partir de ahora a determinar si la sustancia era igual de eficaz para los enfermos mentales que para los empleados sanos de la Fábrica. Así, "pacientes individuales cuidadosamente seleccionados" en el sanatorio del hijo de Stoll recibieron el medicamento, que había llegado en forma de "20 viales de L. S. D. incl. 2 pipetas". Al contrario que en Sandoz, esta vez los sujetos de experimentación no fueron informados de lo que les estaba ocurriendo: "El experimento se ha hecho pasar como un nuevo tratamiento de choque", escribió Werner Stoll. La audaz acción se mantuvo tan en secreto que ni siquiera "los compañeros han sido informados de ella por el momento".
El escritor y periodista Norman Ohler . (Joachim Gern)Los resultados de estos ensayos también hicieron que los creadores farmacéuticos se mostraran optimistas. Una joven y depresiva "hija de familia, constantemente irritable y de mal genio", atormentada por "sentimientos catastrofistas y manías persecutorias", pudo ser dada de alta completamente curada después de "tres pruebas con LSD". Lo mismo ocurrió con un granjero diagnosticado con "paranoia tardía". Un total de seis pacientes recibieron el novedoso medicamento en cantidades variables, desde microdosis de 10 microgramos hasta dosis más fuertes de 130 microgramos.
Las expectativas de Arthur Stoll de encontrar un fármaco psicoterapéutico revolucionario se vieron alimentadas por el trabajo de su hijo. Ello reforzó su convicción de que tenía entre manos algo que podía cambiar las reglas del juego como pocas veces se había visto. El jefe de Sandoz se enfrentaba ahora a "una plétora de preguntas que [...] apuntan a lo más profundo de la 'gran” psiquiatría de los trastornos mentales endógenos graves". También había que probar la eficacia contra los trastornos cerebrales en la vejez. El olfato de industrial de Arthur Stoll le decía que su empresa estaba a punto de desarrollar uno de los medicamentos más prometedores de la historia de la humanidad. Muchas enfermedades mentales, psicosis, neurosis y formas de depresión parecían tratables con el derivado del cornezuelo del centeno.
Pero el magnate farmacéutico había cometido un error crucial.
*Norman Ohler se licenció en Periodismo en la Universidad de Hamburgo y cursó estudios en Ciencias Culturales y Filosofía. Ha sido corresponsal en Ramallah, Palestina. Es un galardonado novelista y también ha escrito guiones cinematográficos. Su nuevo libro se titula 'Un viaje alucinógeno. Los nazis, la CIA y las drogas psicodélicas' y analiza la relación, a menudo sesgada, entre la investigación científica, los gobiernos y la cultura de las drogas que dio forma a las políticas prohibicionistas de drogas del siglo XX.
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