De esencia de perfumes a combustible para el fuego: la jara reivindica su lugar

Es uno de los aceites esenciales que se utilizan para hacer perfumes, una de las notas olfativas que se suman en la composición de esas fragancias que luego compramos en frascos de apariencia lujosa y atractiva. De hecho, lleva siendo uno de los ingredientes de la perfumería desde hace ya más de 3.000 años. Y, sin embargo, en origen es un matorral, uno que crece de forma silvestre por la geografía española: hablamos de la jara. «La jara es una especie muy emblemática, profundamente mediterránea», indica Aida Rodríguez, investigadora de la Fundación Cesefor. Solo crece en España y Portugal, así como en partes mucho más reducidas de Francia y Marruecos. Los cálculos apuntan que en España la jara —tanto en sus variantes pringosa (la favorita de la perfumería) como estepa— ocupa más de 3,5 millones de hectáreas. Sin embargo, solo se explota una mínima parte de esa extensión (algunas cuentas hablan del 4%, otras de 30.000 hectáreas) y en una geografía muy limitada (una zona en el suroeste de Andalucía). Que sea una planta común no quita, sin embargo, que tenga una cara b que la haga potencialmente peligrosa. «Crece en terrenos muy pobres, en zonas degradadas», apunta Rodríguez. Suele verse en zonas que han ardido, pero también es un problema a futuro para los incendios forestales . Los jarales —y sus hojas bien rezumantes de aceites esenciales— son un potente combustible para el fuego. «La recolección beneficia porque retiramos combustible que sería peligroso», apuntaba en unas jornadas de la Academia del Perfume María Lavao, 'sourcing project manager' en Givaudan Albert Vieille, una de las compañías de la industria que colecta esta materia prima. Por eso, encontrar una vida nueva para los jarales y reaprovechar lo que ya está creciendo en la naturaleza podría ser una solución a muchos niveles, en creación de nuevas oportunidades para el mundo rural (como ya ocurre con otras materias primas de la perfumería), en gestión forestal y en prevención de incendios. Es lo que está en el corazón de los proyectos que ya están, desde distintos puntos de la geografía española, trabajando con la jara. El grupo operativo ESjara, en el que participan diferentes socios, es uno de ellos. «Hace de un problema una oportunidad», apunta Rodríguez, que es, además, la coordinadora de esta iniciativa. Ahora mismo, «tener un jaral puede ser un gasto», explica. Tienes que limpiar el monte para prevenir incendios y enfrentarte a ella. Incluso, como explicaban en las mencionadas jornadas, su crecimiento desaforado (si no se corta antes de los 5 años puede alcanzar metros de altura) impide que crezcan otras plantas en su entorno. En realidad, y teniendo en cuenta que lleva formando parte tres milenios de la industria perfumera, el potencial de los jarales no es algo exactamente desconocido. Se sacaba el ládano —una resina de los arbustos que es la base para distintos usos en perfumería— o se usaba como combustible. «Se ha aprovechado de manera tradicional, desde hace mucho tiempo», apunta Rodríguez. Aun así, la recolección ha requerido siempre un trabajo intensivo, lo que hace que, como cuenta la experta, el aprovechamiento sea duro y la rentabilidad limitada. De ahí se explica la limitada explotación de los jarales. De hecho, para que valga para la industria de la perfumería, debe recolectarse en el momento exacto, en el que se maximizará la recolección de la fragancia. La campaña de la jara, ahora mismo, se produce en Andalucía entre junio y octubre —como recuerda Lavao, meses muy calurosos que hacen el trabajo muy duro— y de un modo todavía muy manual. Esto también lleva a que los modernos acercamientos a la jara echen mano de nuevas herramientas y tengan visiones más completas. La tecnología puede tener un papel fundamental a la hora de acercarse a la jara. Jaime Lloret es doctor en telecomunicaciones y catedrático en Ingeniería Telemática de la Universidad Politécnica de Valencia. Puede parecer un perfil inesperado para hablar de jara, pero no lo es: su universidad aporta la pata tecnológica al Proyecto Biocistus 4.0, que usa sensores y sistemas de big data e inteligencia artificial para hacer seguimiento a los jarales. Estudiando en tiempo real las condiciones del terreno, miden qué pasa y señalan los momentos más adecuados para la recolecta. Así, se logra el aceite esencial más puro o se evita que las condiciones de la planta hagan más complicado el trabajo de recolección. Al mismo tiempo afronta otras problemáticas, porque este no deja de ser «un arbusto silvestre que no se suele cosechar en agricultura». Que sea la tecnología la que avise evita tener que irse a ver qué está ocurriendo con los jarales todo el rato. «El poder detectar el momento más adecuado con un sistema automático es bueno», indica: reduce el riesgo de incendios y simplifica el aprovechamiento de la materia prima. Biocistus 4.0 ya tiene prototipos en funcionamiento en lugares de las provincias de Soria y Madrid. ESJara se ha presentado ya en Zamora y Burgos y lo hará en el futuro en Extremadura y Guadalajara. El proyecto es «poliédrico», indica Rodríguez, puesto que está identificando dónde está el recurso sin explotar y qué rendimiento puede tener. También ESjara usa la digitalización y la mecanización como palancas para hacer el trabajo menos duro y más rentable. Abrir la puerta a nuevos usos —como que su aceite esencial se aproveche más allá de la perfumería o el usar su biomasa en pellets— reforzaría a los jarales como un activo. Son «muchos frentes diferentes» para «dar valor añadido». Al fin y al cabo, los jarales ya están ahí. No se trata de ponerse a plantar una planta silvestre, sino de aprovechar la que ya existe, haciéndolo además en provincias y áreas con problemas de despoblamiento en las que se están buscando nuevas oportunidades para reforzar su mundo rural. Es economía circular y sostenible. Al final, la botella de perfume del final es el extra.

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