Sus deditos diminutos no sabían cómo agarrar el lapicero con la firmeza suficiente para hacer un trazo medianamente recto. Llevaba semanas intentándolo a solas. Al llegar a casa después del colegio, se cogía el bocata que le habían dejado hecho y que siempre le daba la bienvenida en la mesa de la cocina. Tras reponer fuerzas, abría su mochila y se sentaba en la mesa delante de la plana del día. Con una tenacidad inusual en alguien tan pequeño, Lucía no se daba por rendida y cada día se enfrentaba a una fila nueva de letras. Esta vez tocaban la f, la g, y la h, todas ellas encajonadas en unos reglones de los que costaba un mundo no salirse.... Ver Más
abc.es