Día de Todos los Santos en Córdoba: la ciudad de los que ya no están bulle de vida

Las laberínticas calles de nichos floreados del cementerio de San Rafael se asemejaban este 1 de noviembre a concurridas avenidas en las que contrastaba el recogimiento y la devoción de unos, con la jovialidad y tono distendido de otros. La visita obligada a los difuntos el Día de Todos los Santos llenó, un año más, el camposanto más grande de la ciudad, que comenzó a recibir temprano a los primeros cordobeses. Todos los que cruzaban los umbrales de los distintos accesos a la necrópolis de la avenida de Libia lo hacían con un ramo. Y muchos llevaban, además, paños y otros productos de limpieza para acondicionar los nichos. «¡Escaleritas y pintura!» , vociferaban, como en los mercadillos, los operarios en cada esquina, entre los visitantes que buscaban, algunos, despistados, la ubicación de sus finados. Sobre el último peldaño de una escala portátil, María José limpiaba la lápida de su padre, mientras Antonia, su madre, desde abajo, le daba indicaciones. «No faltamos ningún año. Aquí tengo enterrado a mi marido y a mis padres, que en un ratito iremos a verlos», indicaba la mujer, con cinco margaritas entre sus manos. En cada calle, los corrillos frente a las tumbas rememoraban anécdotas pasadas de los difuntos o simplemente servían para ponerse al día de la vida de los que se reencontraban, como Manuel y José Carlos, dos amigos que coincidieron en el camposanto, y que llevaban «mucho sin verse». «Parece mentira que tengamos que coincidir aquí», se decían, entre risas. A su lado, las esposas de ambos se elogiaban mutuamente por las flores escogidas para sus respectivos familiares fallecidos: «Has hecho muy bien en no comprarlas de plástico, que las hojas verdes se ponen azules, muy azules, cuando les da el sol», le decía una a la otra. Precisamente, las estrellas del cementerio fueron, una vez más, las flores naturales . En el acceso de Virgen de la Milagrosa, varios puestos atendían a los visitantes que se acercaban a preguntar, como el de Juan Guillermo, de Vivieros Santa Bárbara : «Este año está la cosa más floja, parece que cada vez van a menos las ventas. Por suerte o por desgracia, esta tradición se va perdiendo», comentaba, que aseguraba que los precios «apenas han subido; hace unas semanas, las margaritas estaban a unos 4 euros y ahora, a 5 (un paquete que trae cinco tallos)». Las bellis perennis, junto a crisantemos, rosas y, sobre todo, «el clavel colombiano», fueron los más demandados. A su lado, Manuel Boz , florista de un almacén de la avenida del Aeropuerto, se lamentaba del «mal tiempo» de las jornadas anteriores, que «han frenado mucho las ventas. De momento se ve poco ambiente, aunque esperamos que se vaya animando la cosa». El año pasado «lo vendimos absolutamente todo , quedó el puesto vacío. A ver si este repetimos». Poco antes de las 12.00 horas, con el cielo ya completamente despejado y el sol apretando, las sillas colocadas para presenciar la tradicional misa estaban todas ocupadas. Decenas de fieles, bajo paraguas (ahora, para protegerse del inusual calor) aguardaban la intervención del vicario de la diócesis, Jesús Daniel Alonso , que sustituyó al obispo, monseñor Demetrio Fernández. «Este cementerio está sembrado de santos, ya que muchos de los cuáles estarán ya gozando de Dios , de su amor infinito», señaló el prelado ante los presentes. Alonso defendió la existencia de Jesús. «Dios no se ve, pero hay muchas otras cosas que no se ven y creemos en ellas, existen. Y la existencia de Dios es fácil de comprobar : solo basta con mirar el cielo, esos cipreses, tanta naturaleza y tanta perfección...». En su homilía, el vicario, señaló que «Dios, además, nos demuestra que nos ama. Entonces, como muchos se preguntan, ¿por qué permite el sufrimiento? ¿Porqué permite que se mueran nuestros seres queridos o que haya catástrofes como la de Valencia ? La prueba de que nos ama la encontráis en todo el cementerio: está en que ese Dios que existe no nos mira de lejos; no nos crea y se desentiende, sino que pasó por uno de nosotros, nació en un pesebre, se sacrificó, sufrió por todos nosotros». Entretanto, el trasiego continuó en el camposanto de San Rafael. Muchos de los que se encontraron en sus calles de nichos aprovecharon la jornada para comer juntos y acabar el día en familia, por todos los que ya no pueden estar .

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