Ya ha empezado la votación en esta localidad cerca de Detroit que tiene la mayor concentración de árabes-estadounidenses del país y está marcada por la guerra de Gaza
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A la puerta del centro comunitario Henry Ford de Dearborn, una ciudad a las afueras de Detroit, Steve, un sesentón afable se para a charlar. Dentro, en una cancha del gimnasio, ya ha empezado la votación anticipada para las elecciones presidenciales que se pueden decidir por unos pocos votos en estados como Michigan. Steve dice que no ha votado “todavía”, pero enseguida queda claro que es improbable que lo haga pese a su desdén por Donald Trump. A los pocos minutos, saca su móvil y enseña la foto de una pareja y sus cuatro hijos.
“Es mi hermano y su familia, muertos en un bombardeo en el centro de Beirut. Él, su esposa y sus cuatro hijos, de 13, 18, 20 y 22 años. Estaban durmiendo en su casa, eran las tres de la mañana, y ya no están. Todos muertos de golpe. El edificio se derrumbó entero, tardaron tres días en sacarlos. Estaban en trocitos”, cuenta Steve, que llegó a Estados Unidos siendo un bebé con sus padres. Steve cuenta que vivió en Alemania durante un tiempo y que parte de su familia volvió a Líbano. Ahora duda de cuál es su sitio: “Me siento extranjero. No sé quién puede contestar a mis preguntas. Me dicen que vote. No voy a votar. Esto es una mierda. Están armando a Israel para bombardearnos”.
Steve interrumpe el relato para saludar a otros vecinos, lo que pasa a menudo en esta comunidad donde unos minutos de conversación sirven para charlar con una intimidad sorprendente. El lema del “Michigan nice” (Michigan amable) con el que se suele describir este estado no parece aquí un mito.
Antes de despedirse, aún dudoso de qué hará de aquí al 5 de noviembre, Steve dice con un suspiro: “¿Votar por quién? Todo el mundo nos odia”.
Votantes en el centro comunitario Henry Ford en Dearborn, Michigan, este martes. Ciudad libanesaDearborn tiene la concentración más alta de árabe-estadounidenses en el país. Cerca del 55% de sus 110.000 habitantes identifica su origen en Oriente Próximo o el Norte de África. Las banderas del Líbano, uno de los principales países de origen de la población, y alguna palestina, adornan restaurantes, casas y concesionarios de coches en este lugar sede de Ford desde hace un siglo. En su museo hoy están de exposición el autobús original donde Rosa Parks se negó a ceder su asiento en 1955 en Montgomery, Alabama, y la limusina presidencial en la que viajaba John J. Kennedy cuando le dispararon. La historia del automóvil está entretejida en la de vida de Estados Unidos. También enlaza con la diversidad de esta comunidad, crecida por las olas de inmigrantes atraídos a Michigan por el éxito de las fábricas de coches, locomotoras, aviones y sillas de diseño.
Ahora todas las papeletas de este colegio electoral abierto para el voto anticipado presencial están escritas en inglés y en árabe, el idioma más común además del español en una comunidad muy diversa y con fama de abierta. En 2017, Detroit aceptó ser parte del programa para acoger a refugiados de Venezuela y muchos acabaron también en Dearborn. Hoy Patricia, una venezolana de 17 años, es la que da indicaciones a los votantes para que encuentren las máquinas electorales pasadas las máquinas del gimnasio.
Una papeleta para las elecciones presidenciales en Dearborn, Michigan.Como Detroit y la mayoría de los alrededores, es una zona que se inclina por el Partido Demócrata. En el condado donde está Dearborn, Wayne, Joe Biden ganó por el 68% de los votos contra Trump. Pero este año, los votantes no lo tienen tan claro. En las primarias demócratas, una campaña protesta llamada Uncommitted (“no comprometidos”) logró el 57% de los votos y dejó a Biden con el 40%.
Era una votación simbólica para pedir al entonces candidato que presionara más al Gobierno de Israel. Varios portavoces de la campaña han alabado a Kamala Harris por su tono más contundente con el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu. Uncommitted no ha querido apoyar a Harris de manera explícita, pero anima a sus seguidores a votar contra Trump y a evitar a terceros candidatos que puedan darle la victoria, como Jill Stein, la representante del antiguo partido verde y con conexiones con el entorno de Trump y Vladímir Putin.
Este sábado, Trump hizo una parada en un restaurante de un simpatizante republicano de Dearborn. Se hizo fotos, firmó unas placas de recuerdo y dijo, sin más detalles, que con él llegará la paz a Oriente Próximo. El alcalde de la ciudad, Abdullah Hammoud, que no ha querido apoyar a ningún candidato, dijo que Trump nunca sería su “presidente” y recordó su política cuando era presidente de prohibir la entrada de países de mayoría musulmana, entre ellos Yemen. Dijo que no había querido recibir al expresidente. También criticó a los demócratas por “crear el espacio para que Trump se infiltre” en su comunidad.
LágrimasLa guerra en Gaza, y en particular en Líbano, es personal para muchos vecinos, que tienen familia y casas en la zona y, aunque hayan nacido o crecido en Estados Unidos, aspiran a jubilarse en su Mediterráneo natal. A Fatima, una abuela de Deaborn, le corren las lágrimas por las mejillas a la puerta del centro comunitario cuando menciona su “hogar”. Lleva décadas viviendo en Estados Unidos después de pasar 23 años en Venezuela, pero sigue considerando Líbano su país.
“¿Votar? Nooooo. ¿Por qué? Ninguno es bueno para mi país. Mira lo que está pasando. Las casas destruidas, sin comida, la gente que tenía casas bonitas durmiendo en la calle. Ahora no tienen nada. ¿Por quién voy a votar?”, dice, alternando el inglés y el español. Dice que sólo ha votado dos veces en unas elecciones presidenciales: la primera vez votó por Barack Obama y le sigue alabando. “Me gusta por su personalidad. No tanto por su política, sino por su carácter. Es un número uno. Tiene una sonrisa… y se le dan bien los niños”, comenta. La otra vez que votó dice que lo hizo por Trump, aunque no recuerda en qué año. “No me gustaba como persona”, aclara.
A ratos, Fatima vuelve a llorar, casi cada vez que recuerda lo que está pasando en Oriente Próximo. Pero enseguida pide perdón, cambia a alguna conversación más ligera y pasa a hacerme ella preguntas sobre qué como o si tengo hijos. La política parece periférica para su vida, pero la guerra le importa y mucho.
Es personalLas conexiones personales de esta comunidad están claras y van mucho más allá de poner pancartas contra la guerra en el jardín (que también se ven).
“Hay muchos estadounidenses que crecieron en Michigan y decidieron jubilarse en Beirut. Mucha gente tiene abuelos o familiares que viven allí. Hay muchos ciudadanos estadounidenses allí”, explica a elDiario.es Nura Sedique, profesora de Políticas de la Universidad estatal de Michigan especializada en votación, raza y género. “Es como si hubiera sucedido en Michigan. Se siente así de conectado emocionalmente, como si alguien atacara Detroit”.
La de Dearborn es una comunidad variada y unida, según describen varios vecinos, la mayoría nacidos en Estados Unidos después de varias generaciones de migración. “Hay mucha diversidad tanto para los musulmanes como para los árabe-estadounidenses. Hay musulmanes afroamericanos. Las dos grandes comunidades son las de Líbano y Yemen e incluso dentro de ellas hay mucha variedad. Hay libaneses sunitas, chiítas o cristianos. También hay personas originarias del sur de India... Estadounidenses yemeníes, palestinos y egipcios. Para los árabe-estadounidenses, independientemente de su religión, la guerra se ha convertido en una preocupación clave. Lo es porque comenzó en Gaza y ahora parece estar extendiéndose a Yemen y Líbano. Existe una creciente preocupación de que cualquier persona de esa región pueda verse afectada por los ataques”.
¿Qué efecto puede tener?El efecto que esto tenga en la votación presidencial no está claro en un estado donde hace cuatro años votaron más de cinco millones de personas. La profesora Sedique dice que en todo Michigan las últimas estimaciones más precisas indican que hay unos 242.000 votantes registrados que se identifican como musulmanes y de estos unos 145.000 acudieron a votar en las últimas presidenciales. La tasa es inferior a la media del estado, que en 2020 llegó al 73%.
Cada voto cuenta en un estado que Biden ganó en 2020 por 154.000 votos contra Trump y que Hillary Clinton perdió cuatro años antes por 10.000. Con Wisconsin y Pensilvania, Michigan tiene este año la llave de la victoria o de la derrota de Kamala Harris. La demócrata tiene ahora una ligera ventaja respecto a Trump en intención de voto aquí.
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