La modernez no está matando al fútbol. Tampoco las ansias por alcanzar justicia en un deporte que gana en gracia cuanto más injusto y puñetero es. Al fútbol lo mata el bendito ojo humano que, en estos tiempos, no mira lo que pasa frente a sus narices. No mira la realidad, sino una pantalla. Esto no va de acertar o errar, sino de hacer de esto algo comprensible.
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