El nuevo enfermo de Europa

Uno de los éxitos geoestratégicos de Vladímir Putin ha consistido en devastar Alemania sin invadirla militarmente. El fin de la energía barata de Rusia, cuya dependencia favorecieron los máximos líderes germanos –unos por ingenuidad y otros por interés– para hacer más competitivas sus exportaciones, ha conseguido que en apenas un lustro Alemania haya pasado de ser considerada la locomotora económica del continente a ocupar la categoría de enfermo de Europa. A la decadencia económica, fruto de una cadena de errores estratégicos propiciada por concepciones más ideológicas que prácticas sobre el futuro del país (ahí está el incomprensible cierre de sus centrales nucleares) , se ha unido una crisis política que ha roto el Ejecutivo nacido de la 'coalición semáforo' formada por socialistas, verdes y liberales. El miércoles, el canciller Olaf Scholz expulsó de su Gobierno al ministro de Finanzas , Christian Lindner, líder de los liberales. La ruptura quedó marcada por los reproches personales de Scholz a Lindner: «Ha traicionado mi confianza demasiadas veces... En estas condiciones no es posible un trabajo gubernamental serio». Sin embargo, el problema de fondo tiene mucho que ver con la incapacidad de Scholz de sacar adelante unos Presupuestos aceptables para todos los miembros de la coalición. La falta de credibilidad de sus cuentas públicas ha sido una constante desde la formación de la 'coalición semáforo'. El Tribunal Constitucional llegó a rechazar los presupuestos generales de 2022 y 2023, debido a que incurrían en deuda encubierta, y los de 2024 están también en entredicho. La ruptura definitiva se ha debido a que para la elaboración de las cuentas de 2025, Scholz quería suspender la regla constitucional que frena el crecimiento de la deuda pública para poder atender al aumento de los gastos en Defensa que exigen la OTAN y la guerra de Ucrania. Esta regla sólo se puede invocar en casos muy calificados y Lindner no estaba de acuerdo con hacerlo ahora, tal como explicó más tarde en el Reichstag. Pero el conflicto que subyace a este desacuerdo, que puede zanjarse con una moción de confianza o una convocatoria anticipada de elecciones, es mucho más profundo que una diferencia de opiniones entre un ministro liberal y un canciller socialdemócrata sobre una disposición constitucional; lo que realmente está en juego es la forma en que Alemania saldrá de esta crisis, que equivale a reinventar por completo la economía del país. Hablamos de una tarea de gran envergadura que tendrá efectos duraderos sobre la política, la economía y la sociedad alemana y por extensión la de Europa. Lindner cree que las propuestas de Scholz «son aburridas, poco ambiciosas y no contribuyen a superar la debilidad fundamental del crecimiento de nuestro país», según confesó, y apuesta por rebajas de impuestos y medidas que incentiven el dinamismo y la innovación empresarial. El canciller, en cambio, cree que Alemania debe mantenerse fiel a los viejos principios del capitalismo renano y la concertación social con los sindicatos, aunque sea a costa de saltarse las normas presupuestarias. La crisis de la coalición de gobierno de Scholz ha terminado por bloquear la política de un país que ya estaba con su economía prácticamente paralizada. El consejero delegado del poderoso Deutsche Bank advirtió ayer de que cada mes que el país sigue sin reformas equivale a un año de estancamiento de su Producto Interior Bruto (PIB), una advertencia que permite entender la magnitud del desafío que tiene entre manos la política alemana, antaño ejemplar en Europa.

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