El secreto sexual del infante Jaime de Aragón que solo su confesor conocía

De entre todos los personajes que nos ofrece la historia, existe una categoría excéntrica, cuyos componentes se apartaron del camino marcado y constituyeron una nota disonante en medio del tono general de su época. Tales figuras han atraído la atención de historiadores y novelistas ávidos de encontrar en esas vidas a contracorriente la inspiración para sus relatos. Con frecuencia, el juicio de la posteridad para estos personajes ha sido tan duro como lo fue para sus contemporáneos, aunque esa condena se ha convertido, también, en acicate para rehabilitaciones contemporáneas. Este es el caso del infante Jaime de Aragón (1296-1334), hijo del rey Jaime II y de Blanca de Anjou. Como primogénito asumiría la sucesión de la corona de Aragón. Su matrimonio con Leonor de Castilla estaba concertado desde hacía años. Sabemos que el infante Jaime era muy piadoso y poseía un sentido de la justicia que lo malquistó con la nobleza, tratada con rigor por aquel en su papel de lugarteniente del reino. Jaime II lo elogia por su buen desempeño del cargo, aunque le aconseja diplomacia con los magnates. De repente todo se tuerce a principios de 1319. El descubrimiento de un hábito franciscano en las estancias privadas del príncipe alerta a la corte. En esas fechas agudiza su extrañamiento de la sociedad, se vuelve taciturno y elusivo. ¿Tiene algo que ver la proximidad de la boda, concertada en octubre de 1319? El padre lo confronta con el hallazgo. Lo reprende por su lunático comportamiento y lo exhorta a cumplir el compromiso matrimonial. El hijo se sincera. Lo sabemos porque le escribirá una carta de su puño y letra en la que le confiesa que… «jamás he yacido con hembra» y el infante tiene ya veintitrés años, edad suficiente para tener tantos hijos legítimos como ilegítimos. Pretende renunciar a la sucesión y al matrimonio y tomar los hábitos. ¿Poseía el joven príncipe una 'nature tardive', como afirma Stephan Zweig de Luis XVI y su poco interés sexual? ¿Vaticinaba la castidad del infante el advenimiento del Rex Bellator, un monarca casado únicamente con la cruz y con la espada, consagrado a la reconquista de los Santos Lugares como había profetizado Raimundo Lulio? Las presiones doblegaron al infante, que se presentó en la iglesia. Sin embargo, en el momento culminante, cuando los contrayentes tenían que darse la mano para consagrar la unión, el joven Jaime se negó. Tuvo que ser el padre quien tomara la mano de la preadolescente Leonor ante la mirada atónita de los presentes. Al fin, consumado el desastre, Jaime II aceptó los hechos y el infante tomó los votos y se hizo monje, aunque la peripecia del joven Jaime no acabó aquí. Desde el convento, sus actuaciones se volvieron erráticas, estrambóticas: pretendió volver a casarse con la infanta, pidió a su tío, Roberto de Nápoles, que mediara para que se le eximiera de los votos canónicos. El padre extremó su clausura y unos años más tarde las fuentes relatan un incidente en un prostíbulo de Valencia , en el que Jaime estuvo implicado. Juzgue el lector si una biografía como la del infante con tales escenas no merece la curiosidad del investigador y la atención del novelista histórico. Las pocas fuentes, las insinuaciones más o menos veladas y los muchos silencios dibujan probablemente, la angustia y la lucha con el mundo y consigo mismo de un hombre que fue homosexual . Ignorado en el mejor de los casos, vilipendiado en la mayoría, la figura del infante Jaime se dibuja atractiva a la luz del presente y digna de ser recuperada, también desde la narrativa histórica.

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