En Torrent sólo preguntan por Izan y Rubén, los dos niños desaparecidos

Ha pasado una semana desde que Rubén, de 3 años, e Izan, de 5, desaparecieron en La Masía (Torrent). La DANA que asoló la Comunidad Valenciana hizo que el remolque de un trailer impactase contra su casa. A su padre lo arrastró la riada y consiguió salvarse, agarrado a un árbol. Acabó ingresado en un hospital por las lesiones, pero de los pequeños no se sabe nada desde entonces. Siete días después, junto al barranco, Jonathan, de 23 años , se afana en limpiar su casa. Salvó la vida «de milagro» , tras la riada que lo arrastró, junto a su padre, cuando trataban de escapar en coche tras una primera tromba de agua. «Salí por la ventanilla, me subí al techo y cuando el coche empezó a flotar conseguí agarrarme a una rama y subir a un árbol», explica a ABC. Allí permaneció horas, sin saber nada de su progenitor. «Un vecino me dijo después que estaba bien», tras permanecer aferrado a la valla de una casa cercana. «Esa amargura no se la deseo a nadie», apunta el hijo. Ahora su preocupación es la de muchos otros valencianos: « Ha pasado más de una semana y nadie ha venido a ayudarnos . ¡Mira cómo está calle!», dice mientras señala los restos acumulados, tras sacar, junto a varios voluntarios, un coche sepultado en el fango. «Necesitamos máquinas para limpiar. La única ayuda que hemos tenido (agua, ropa, comida) ha sido de otra gente. Nadie se está haciendo cargo de nada:ni el Gobierno, ni la Generalitat, ni el Ayuntamiento», denuncia. Durante todos estos días, esta zona olvidada , a las afueras de Torrent , sólo ha contado con una máquina que, durante media mañana, «se llevó lo más gordo». «No ha vuelto, y ¡mira cómo estamos». El muro de hormigón que construyó su abuelo, presume el joven, evitó que la riada arrasase la casa familiar. También el trailer que impactó contra la vivienda de los pequeños, en su caso, hizo de parapeto para la tromba de agua. El camión aún permanece a escasos metros del inmueble. En el barranco , más coches. Jonathan termina unos macarrones, mientras su madre, Violeta, sigue tratando de adecentar el espacio. No sabe ni en qué día vive. Ha sufrido ya varios ataques de ansiedad. Habían reformado el inmueble hacía tres años. «Era todo nuevo», explica mientras sigue apilando restos a sus puertas. Todavía se le ponen los pelos de punta cuando recuerda que estuvo a punto de perder a su niño y a su marido. Violeta, que agradece el «milagro», igual Jonathan, y otros habitantes de La Masía, reprochan que el único interés que despierta su tragedia sea la «las teles que vienen únicamente a preguntar» por los pequeños desaparecidos. «Su tío ya está cansado de que lo graben, está destrozado, y solo vienen a aprovecharse de una noticia. Tienen que encontrarlos, pero todos necesitamos ayuda. Tienen que ayudarnos a todos», urge. Lo hace después de despedirse de Lauren que, desde Cifuentes (Guadalajara), ha transportado ya tres camiones llenos de víveres para repartirlos entre los afectados. Lo hizo, de hecho, con vehículos aún sin matricular, y con tramites varios con la Guardia Civil y problemas varios en sucesivos controles de carretera. «Puedo hacerlo porque la empresa es mía», apunta. Está al frente de Transportes Arroyo y junto a su mujer, y decenas de vecinos, cargaron los remolques de vívires para las víctimas de la DANA . Tampoco entiende la inacción de las admnistraciomes. Ayer, Lauren fue uno de los voluntarios que ayudó a retirar uno de los vehículos sepultados por el fango en La Masía de Torrent, frente a la casa de los pequeños Izan y Rubén.Tras esta sigue un trailer. Ha sido Jonathan quien ha tenido que llamar a la empresa propietaria para pedir que lo retiren. «¿Tú te crees?», reprocha. Intenta afrontar con humor los destrozos. Es consciente de la suerte que tiene por haber sobrevivido a la riada. También que lo haya hecho su padre e, incluso, sus gatos. «Dos estaban en el segundo piso, pero lo de los otros dos no me lo explico», cuenta mientras uno pasea a sus espaldas. Una televisión francesa se ha desplazado hasta la barriada, también, para preguntar por los niños desaparecidos. No se interesan por el resto de vecinos que también necesitan ayuda porque «lo hemos perdido todo». « Hace unos días estaba preocupado por el trabajo, por saber qué haría con mi vida. Ahora sabes que eso no es importante », razona Jonathan, mientras mira al barranco, a escasos metros de su casa, desde una silla teñida de barro, como la práctica totalidad del paisaje. Lauren pregunta a otro vecino por una mujer que se ha quedado atrapada en su coche cuando iba a una visita oncológica. Éste, tras hacer dos llamadas, le confirma que está bien y que la han sacado del coche. «Suerte que nosotros nos coordinamos. Sólo el pueblo ayuda al pueblo», zanja

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