El glutamato, y en particular su versión sintética, el glutamato monosódico (MSG), es un tema frecuente de debate en la industria alimentaria, la ciencia y la sociedad. Aunque es un potenciador de sabor clave en la gastronomía global, especialmente en la cocina asiática y en productos procesados, el glutamato ha suscitado preocupaciones de salud que han perdurado durante décadas. Pero, ¿qué es realmente el glutamato, qué impacto tiene en el organismo y por qué ha sido tan controvertido? En este artículo exploraremos los orígenes, usos, investigaciones científicas y mitos asociados con el glutamato para comprender su rol en nuestra alimentación. El glutamato es un aminoácido no esencial que se encuentra de manera natural en diversos alimentos como tomates, queso parmesano, champiñones y carnes. En el organismo, el glutamato es crucial para varias funciones celulares, especialmente en el sistema nervioso central, donde actúa como uno de los neurotransmisores excitatorios más importantes. La forma sintética del glutamato, conocida como glutamato monosódico o MSG, fue aislada en 1908 por el químico japonés Kikunae Ikeda, quien buscaba comprender el «umami», un sabor que percibimos en alimentos ricos en proteínas. Ikeda descubrió que el umami era un sabor único, distinto del dulce, salado, ácido y amargo, y provenía del glutamato. Al estabilizarlo con sodio, Ikeda desarrolló el MSG, que rápidamente se convirtió en un potenciador de sabor indispensable en la cocina asiática y en productos procesados de todo el mundo. El MSG tiene la capacidad de realzar el sabor de los alimentos de manera natural y de darles una cualidad «sabrosa» o «carnosa». Este perfil de sabor es especialmente valorado en la industria alimentaria, ya que permite potenciar los sabores sin aumentar la cantidad de sal o grasas en los alimentos. A lo largo de los años, el MSG se ha convertido en un ingrediente común en caldos, sopas, aderezos, salsas y en productos de consumo rápido como snacks y comidas congeladas. A pesar de su popularidad, el MSG ha estado rodeado de controversia desde la década de 1960, cuando se identificó el «síndrome del restaurante chino». Este término se usó para describir síntomas como dolores de cabeza, sudoración y presión en el pecho que algunas personas reportaban después de consumir alimentos en restaurantes chinos. Aunque el MSG fue señalado como el causante, estudios posteriores han puesto en duda esta relación. Investigaciones científicas: la mayoría de las investigaciones realizadas desde entonces no han encontrado evidencia concluyente de que el MSG sea responsable de estos síntomas en cantidades normales de consumo. Organizaciones de salud como la Administración de Alimentos y Medicamentos de los Estados Unidos (FDA), la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) han clasificado al MSG como un aditivo seguro cuando se consume en cantidades moderadas. Dosis y sensibilidad individual: aunque se ha demostrado que el glutamato es seguro para la mayoría de las personas, hay una pequeña minoría que puede ser sensible a altas cantidades de MSG. En estos casos, los síntomas suelen ser leves y temporales, y sólo aparecen cuando se consume una cantidad significativa en un corto periodo de tiempo. Es importante notar que el cuerpo metaboliza el glutamato de manera similar, ya sea que provenga de alimentos naturales o del MSG, y que el glutamato de los alimentos no afecta al cerebro debido a la barrera hematoencefálica, que limita su paso hacia el sistema nervioso central. El debate en torno al glutamato también ha estado influido por factores culturales y sociales. En los años 60 y 70, la popularización del «síndrome del restaurante chino» alimentó prejuicios y estigmas hacia la cocina asiática, y el MSG se asoció negativamente con esta cultura. Sin embargo, muchos alimentos occidentales procesados también contienen MSG, aunque el rechazo hacia este aditivo parece haberse centrado principalmente en la comida asiática. Con el tiempo, esta percepción negativa hacia el glutamato monosódico ha llevado a que algunas personas eviten productos etiquetados con MSG, aunque contengan cantidades insignificantes. Actualmente, algunos restaurantes asiáticos incluso publicitan sus menús como «libres de MSG» para atraer a los clientes, aunque, en realidad, el MSG es un ingrediente seguro y aprobado en todo el mundo. El MSG se ha convertido en un recurso para la industria alimentaria al actuar como un potenciador de sabor sin contribuir directamente con calorías adicionales, grasas o carbohidratos. En la producción de alimentos procesados, esto permite que los fabricantes reduzcan el contenido de sodio y otros potenciadores de sabor menos saludables. Además, al aumentar la percepción de sabor en productos bajos en sal y grasa, el MSG ayuda a que estos alimentos resulten más atractivos para los consumidores sin tener que recurrir a ingredientes poco saludables. En los últimos años, su uso se ha extendido a todo tipo de productos: desde sopas enlatadas hasta mezclas de especias y comidas congeladas. A pesar de la evidencia que respalda la seguridad del MSG, existen varios mitos persistentes en torno a su consumo. A continuación, desmentimos algunos de los más comunes: 1. El MSG causa dolores de cabeza : aunque algunas personas pueden experimentar sensibilidad al MSG, no existen pruebas científicas que respalden que el MSG cause dolores de cabeza de manera generalizada. Las reacciones leves suelen estar relacionadas con consumos excesivos en un corto periodo de tiempo. 2. El MSG es químico y artificial : si bien el glutamato monosódico es una forma procesada del glutamato, no deja de ser químicamente idéntico al glutamato natural que se encuentra en alimentos como el tomate y el queso. Los procesos de extracción permiten que sea accesible de forma concentrada, pero es una versión segura y ampliamente estudiada de este aminoácido. 3. El MSG afecta el cerebro : el glutamato actúa como neurotransmisor en el cerebro, pero el glutamato ingerido no afecta directamente al cerebro, ya que la barrera hematoencefálica impide su paso en cantidades significativas. Así, el glutamato consumido en los alimentos no altera las funciones neuronales. Para la mayoría de la población, el glutamato monosódico es seguro y no presenta efectos adversos. De hecho, al potenciar el sabor, puede hacer que las comidas bajas en sal y grasa sean más sabrosas, lo que puede ayudar a reducir la dependencia en sodio o grasas saturadas en algunos alimentos. Sin embargo, como en todo, el consumo debe ser moderado y balanceado, ya que una dieta rica en alimentos frescos y variados sigue siendo la clave de una buena nutrición. Es importante que los consumidores se informen y comprendan la evidencia científica, evitando caer en el miedo o la desinformación. Elegir productos basados en la información disponible permite disfrutar de una dieta más diversa sin restricciones innecesarias. Con los avances en nutrición y las crecientes preocupaciones sobre la salud, el papel del MSG y otros potenciadores de sabor sigue siendo relevante. Hoy en día, muchos chefs y expertos en gastronomía reconocen el valor del glutamato en sus diferentes formas, tanto en su versión natural (como en algas y quesos) como en la forma procesada de MSG. Además, la creciente popularidad de alimentos ricos en umami indica que los consumidores están cada vez más abiertos a sabores complejos y profundos. Los investigadores también continúan explorando cómo el MSG puede mejorar la alimentación saludable al hacer que los alimentos bajos en sal y grasa sean más atractivos. En el ámbito de la salud pública, esto representa una oportunidad para mejorar la dieta sin depender únicamente de los azúcares y grasas como fuentes de sabor. El glutamato, tanto en su forma natural como en el MSG, ha desempeñado un papel fundamental en la evolución del sabor y la gastronomía moderna. Aunque el glutamato monosódico ha sido objeto de críticas y mitos persistentes, la ciencia respalda su seguridad y utilidad como potenciador de sabor. En cantidades moderadas, el MSG no sólo es seguro, sino que también puede contribuir a una dieta más variada y sabrosa. El reto futuro es seguir educando a los consumidores para superar los prejuicios históricos y comprender la ciencia detrás de los alimentos. Al final del día, la elección de consumir MSG o no debería basarse en evidencia y preferencias personales, no en temores infundados.
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