Insomnio, ansiedad y fobia a la lluvia, las otras consecuencias de la DANA: «Sueño que me entra agua por toda la casa»

Dos semanas después de la tragedia provocada por la DANA que asoló Valencia aún se puede palpar la magnitud del suceso: el barro sigue colonizando toda la zona cero, mezclado con escombros y coches hechos chatarra, carreteras impracticables o casas anegadas. Pero también hay otras secuelas, en este caso menos visibles que, sin embargo, se repiten en casi cada testimonio de gente afectada: todos relatan que padecen insomnio y pesadillas recurrentes, ansiedad y, en muchos casos, fobia al agua. Son las consecuencias psicológicas de uno de los mayores desastres en la historia de España. Desde el primer momento, Cruz Roja trabaja en los albergues que se han habilitado en las zonas damnificadas con equipos psicosociales que ofrecen apoyo emocional a los afectados. Atienden tanto a personas que han perdido a familiares o que continúan desaparecidos como a personas que han perdido sus casas, trabajos o coches. «Las personas reaccionamos de maneras muy diferentes en este tipo de situaciones en función de nuestra experiencia», apunta Natalia Momeñe, integrante del equipo psicosocial en emergencias de Cruz Roja, que destaca cómo se acompaña en esa incertidumbre de quien lo ha perdido todo y no sabe cómo seguir con su vida. Es normal, prosigue Momeñe, que ante esta situación muchas personas sientan ansiedad, rabia, enfado o tristeza, por mencionar solo algunas de las emociones. También culpa sobre qué podrían haber hecho y no hicieron. «Son reacciones absolutamente naturales ante circunstancias así porque nuestra cabeza intenta entender qué está pasando, pero es muy difícil», explica. Y este proceso puede durar semanas o incluso meses. Problemas para conciliar el sueño, ganas continuas de llorar o nervios que no cesan son reacciones absolutamente normales en esta situación, insiste esta experta, pero la labor de estos equipos también reside en que los afectados lo entiendan así y en concienciarles de que, si se alarga mucho en el tiempo, deben pedir ayuda psicológica. Para ello, parte de su trabajo consiste también en ponerles en contacto con los recursos sanitarios que les ofrezcan ese apoyo, concluye Momeñe. «Apenas duermo, me despierto cada hora y media o dos horas y amanezco muy temprano. Pero así estamos todos», relata a ABC Pedro J. Viso, vecino de Picaña y a quien la riada estuvo a punto de llevárselo junto con su mujer mientras conducían de vuelta de Valencia del trabajo. Sus hijos mayores adolescentes se encontraban en la vivienda familiar, aterrados por la fuerza del agua, que literalmente arrasó el garaje de su casa. En ese momento, el matrimonio se encontraba a la altura de Paiporta. «Vi venir la riada. Había que tomar decisiones y nosotros, por suerte, tomamos la adecuada. Pero no me quito ese momento de la cabeza», dice con la voz entrecortada y sin poder contener la emoción. Pudieron resguardarse y volver a casa a pie, atravesando campos anegados. Y aunque toda la familia está bien y la gente le dice lo afortunado que es, Pedro es incapaz de borrar esa sensación de pánico acuciante. Sabe que es posible que toda la tensión explote más adelante porque ya le ha pasado. Es enfermero (además de profesor de música, como su mujer), y ya meses después de la pandemia, aunque al principio parecía estar bien, acabó necesitando de ayuda psicológica y precisó una baja laboral. De momento le quitan el sueño otras cosas, como no tener un coche para ir a trabajar o dónde llevará la tuba de su hijo después de haber perdido la furgoneta familiar. «Una vez que pasa el peligro, te dedicas a sacar barro. Ahora nos damos cuenta de lo que realmente se nos viene encima y en una familia en la que yo tengo dos trabajos, mi mujer otro y cuatro hijos, vamos a necesitar mucha ayuda». Sandra Fernández es dueña del negocio de estética Massanassa Queens. O lo era, porque el bajo que tenía alquilado para su negocio ha sido literalmente barrido por las aguas de aquel aciago martes. Aquel local en el que, cuenta, de las humedades de las paredes salía un polvo blanco que la dueña le contó eran las secuelas de la riada del 57, que aún se dejaban notar más de medio siglo después. «Imagina lo que vendrá después de esta», dice. Ella vive también con miedo cada vez que el cielo se pone gris o empieza a llover. «Tienes la sensación de que tienes que esconderte», dice. «Y encima ahora dicen que viene otra DANA». De todo esto, Sandra dice que ha aprendido la lección: «El día de mañana quiero un 4x4 y, si logro comprarme una casa, será de dos plantas. O, al menos, nunca más viviré en un bajo». Frustración, rabia e impotencia es lo que define el estado de ánimo de Rosa González Soldado, vecina de Paiporta. « Sueño de forma recurrente que entra agua por toda la casa», dice. Cuenta entre llantos que su marido regresó del garaje cuando el agua les llegaba por las rodillas. «Asomada por el balcón, viendo la riada, pensé que no le iba a ver más». Detalla que en ese momento se pusieron a contar cuentos con su hija, de 10 años, tratando de pasar la noche. Por fin, se quedó dormida. «Cuando desperté no me acordaba de nada. Pero cuando fui consciente de lo que había pasado me dio un ataque de ansiedad». Rosa tiene movilidad reducida debido a un accidente de tráfico y su marido está también enfermo. «El lunes tenemos que ir a Madrid a que le den un tratamiento que no paga la Seguridad Social y no sé cómo lo vamos a hacer», relata. También le preocupa su hija, que ya está en tratamiento psicológico. «Aunque normalmente es muy cariñosa, después de todo esto está hermética», relata su madre. «De nuestro edificio han sacado cinco cuerpos y ella estaba muy preocupada por sus amigas». Sus padres intentan que esté desconectada del horror y parece que está surtiendo efecto: con tizas ha pintado en el balcón de su casa un dibujo con un arcoiris y varios corazones en el que se puede leer «y el sol saldrá».   «Por las noches tengo pesadillas con un ruido metálico que se escuchaba durante la riada mientras mis vecinos de enfrente estaban tratando de salvar a una persona con una escalera. Es terrorífico», cuenta por su parte Jessica Rojas, vecina de Catarroja . Aunque ahora está a 30 kilómetros de allí, viviendo en un piso en Puerto de Sagunto que le ha dejado un amigo, cuenta que cuando ve llover por la ventana y el agua cae sobre un charco, no sobre el asfalto, le genera «auténtico miedo». «Mi pareja y yo llevábamos años pensando en irnos a vivir al lado del mar. Pero ahora, que en esta casa estamos en primera línea de playa, el agua me causa ansiedad», dice. Haberse ido de la zona cero, de Catarroja, también le genera «muchísima culpabilidad». «Me recuerdo que me he tenido que ir porque para mi trabajo necesito internet y que no estoy desvinculada, sino tratando de ayudar en todo lo que puedo. Pero aún así, me siento culpable y estoy lidiando con ello».

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