«Un correo electrónico más y estoy», le dice a Jessica su pareja la tarde de lo que parece un martes cualquiera de finales de octubre. «Vale, yo aprovecho y hago una llamada», le contesta ella. Saben que hay alertas naranjas por lluvias, pero nada fuera de lo normal en una zona que suele inundarse todos los años. Valencia es tierra de gota fría: ante estos sucesos, los vecinos están acostumbrados a tapiar las puertas para evitar que el agua se cuele por debajo. Incluso las administraciones en los casos extremos lanzan avisos para que nadie salga a la calle, se cierran colegios y paran las líneas de transporte. Esta vez no, por lo que la gente está haciendo su vida habitual por la calle, saliendo del trabajo, yendo a comprar. Y por eso Jessica y su pareja deciden ir a hacer algunos recados. Solo que el trabajo les está retrasando. En ese tiempo de más, empiezan a oír desde su casa que el murmullo de su calle, una avenida principal de Catarroja , empieza a hacerse más intenso y extraño. No oyen lluvia, pues allí no está lloviendo. Son golpes, después alarmas, les siguen gritos. Se asoman por la ventana y ven un palmo de agua fluyendo sobre el pavimento. Se eleva al metro en cuestión de diez minutos y empieza a arrastrar vehículos, mobiliario urbano, personas. El martes normal se torna en el martes que ha cambiado sus vidas para siempre. «Ahora veo llover por la ventana y me da ansiedad, ganas de salir corriendo y esconderme. Sé que el trauma me va a durar de por vida», relata a ABC Jessica Rojas por teléfono ahora desde Puerto de Sagunto, el lugar donde un amigo ha acogido a la pareja. Están a unos 30 kilómetros de la zona cero de la catástrofe creada por la DANA que asoló Valencia y varios municipios de Castilla-La Mancha, pero su pareja y ella siguen de cerca la situación de su pueblo. Explica que su cabeza explosionó cuando al dejar el domingo Catarroja («no podíamos seguir viviendo a lo 'Rambo', sin darnos cuenta de que éramos víctimas también a pesar de no haber tenido pérdidas humanas», dice), a solo cinco kilómetros de todo aquel desastre en el que han muerto más de dos centenares de personas , el mundo seguía. «Estamos muy cerca, pero las situaciones son totalmente diferentes, con establecimientos abiertos con normalidad, gente en las calles, personas sin barro en la ropa. Eso es muy impactante para alguien que ha estado inmerso en aquello», dice. En este momento, con cobertura algo más estable, sirve de enlace entre los vecinos que permanecen allí y ese mundo exterior que intenta seguir sin poder hacerse idea de lo que allí ha ocurrido. Ahora mismo se está 'peleando' con su compañía de telefonía para asegurar la conexión a internet en su piso de Catarroja, que ha ofrecido como base de descanso a un grupo de policías que han llegado desde Baleares para ayudar. Por suerte, ellos no tienen que lamentar más que pérdidas materiales (su moto la encontraron embarrada e inservible días después de la riada, aunque el coche aún no ha aparecido) y su piso, al estar en la planta segunda, no se ha anegado. Sin embargo eso no quiere decir que la tragedia no les haya golpeado a ellos también de lleno: se quedaron sin electricidad y sin luz, por lo que su casa se convirtió en una zona cero más, todo lleno de barro tras volver de ayudar a gente, sin poder limpiar, sin siquiera la posibilidad de algo tan básico como vaciar el retrete, que irremediablemente se iba llenando día tras día. Y eso no era lo peor de la situación. «Por las noches tengo pesadillas con un ruido metálico que se escuchaba durante la riada mientras mis vecinos de enfrente estaban tratando de salvar a una persona con una escalera. Es terrorífico». El sonido, algo parecido a una bisagra metálica o un balancín macabro que podría perfectamente formar parte de una película de terror, está grabado en uno de los vídeos que Jessica hizo para documentar el horror (e incluido en el vídeo recopilatorio que acompaña este artículo). «¡Es el del bajo! ¿Llamamos a la policía?», se le escucha decir a ella. «¿Qué va a hacer la policía?», le responde su pareja. «No sé, un helicóptero de rescate, o algo», dice Jessica sin imaginar en ese momento que ellos se habían convertido en los protagonistas de su propia serie de miedo. A las 4.30 de la mañana, después de ver imágenes dantescas e incluso rescatar a los dependientes de la frutería de debajo de su casa de morir ahogados, bajaron a la calle aprovechando que el nivel de la riada ya había bajado. «Era como 'The Walking Dead': gente con la mirada perdida en las calles, cojeando, seguramente intentando volver a sus casas después de haberse cobijado en la de otros», relata. Pilas de coches de varias alturas, barro por todos lados, escombros… y joyerías y establecimientos objeto ya de los primeros saqueos. «Oíamos cómo los delincuentes se avisaban unos a otros. Mi pareja y yo hacíamos turnos en el salón para vigilar, porque todas las puertas de los bajos se las había llevado la corriente. Anocheciendo a las seis de la tarde… las noches se hacían largas». Por la mañana, su rutina se convirtió en sobrevivir. «El objetivo era conseguir agua potable, limpiar barro, ayudar y documentar lo que estaba pasando». Se da la circunstancia de que Jessica es fotógrafa, si bien normalmente suele captar espectaculares imágenes de la Luna y los astros . Esta vez, las secuencias eran espectaculares, pero por otros motivos. «El otro día me fijé en lo bonito que estaba el Sol detrás de la calima y pensé 'qué bien estaría esta foto', como si yo no me dedicara a eso… Me di cuenta de que había perdido la concepción del tiempo, del espacio y que, de repente, no sabía quién era». Durante cinco días ha estado publicando vídeos del día a día a través de sus redes sociales -cuando la conexión intermitente se lo permitía-, en las que suma miles de seguidores. Ahí ha compartido desde el pesar de la gente por la falta de ayuda -«Hubo lugares de Catarroja a los que no llegó nadie hasta el cuarto día», cuenta- a historias con un hilo de esperanza, como los gatos de una colonia que sobrevivieron subidos a los árboles, difundiendo para buscarles un hogar mientras todo intenta volver a una normalidad que previsiblemente tardará tiempo en llegar. «Pero da igual cuánto contenido suba, nadie que no haya estado allí sabe de la magnitud de lo que realmente está pasando».
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