Clint Eastwood se despide como empezó Sidney Lumet: rodando a doce hombres sin piedad. En el caso de Lumet eran doce hombres y en el caso de Eastwood son doce identidades. Todo bien. Sin embargo, algo falla en Jurado nº2, la última película del mítico actor y director. Fallan, cómo no, los cargos públicos.
La cinta se presenta como una virguería argumental. A veces, filmes y libros se originan en propuestas simplemente juguetonas, malabarismos del creador a solas en su casa. El guionista Jonathan A. Abrams no tiene una historia que contar o una realidad que retratar, sino una idea que le enamora. ¿Y si un miembro de un jurado popular fuera el culpable del crimen sobre el que le ha tocado emitir veredicto? Esa es la idea-flechazo, la ocurrencia del millón de dólares. Lo mismo le pasó hace casi un siglo a Agatha Christie cuando se dijo: ¿y si el narrador de mi novela fuera el propio asesino (El asesinato de Roger Ackroyd, 1926)?
A partir de ahí, se escribe un guion o una novela como se arma un crucigrama. La narrativa no es orgánica, sino técnica. Abrams tiene que dar cuerpo a un imposible, forzando la verosimilitud y echándole mucha fantasía. El mérito de Abrams es haber descubierto cómo un hombre implicado en un crimen puede ser limpiamente seleccionado como jurado popular de ese crimen. Ha de tratarse de un homicidio involuntario del que ni él mismo se enteró.
El protagonista Nicholas Hoult.Jurado nº2 se desarrolla casi íntegramente en las tripas del sistema judicial, desde el juzgado a la sala de deliberación. Los ciudadanos seleccionados para impartir justicia están bien bosquejados: nada les apetece menos que impartir justicia; les apetece irse a su casa. Con todo, a Eastwood le sobran siete u ocho actores, pues otros tantos personajes no aportan nada al debate justiciero salvo una frase bien remunerada; se limitan a estar sentados, poner caras norteamericanas y servirse café.
El problema llega con la fiscal (Toni Collette) y la juez (Amy Aquino), que son de otra película. Las películas infantiles y juveniles defienden el sistema, dicen a los niños que la poli es buena, los periodistas dan noticias y los médicos están para ayudarte. La vida adulta no es tan cuca. La vida adulta tiene jueces a dedo y fiscales miserables, cargos públicos que dejan morir a un ciudadano porque no presentó un formulario y burocracia implacable. En Jurado n.º 2, la jueza es un alma pura, salomónica en efecto, en efecto infalible. Y la fiscal cree en la verdad, hará horas extras para conocer la verdad. ¿Saben de algún fiscal electo que hagas horas extras para otra cosa que no sea asegurar su salario?
Es una película que certifica en muchos adultos su necesidad de no querer saber, como diría Bárbara Rey, "en manos de quién estamos"
La película se muestra enseguida demasiado blandita, a diferencia de Medianoche en el jardín del bien y del mal (1998) o Mystic River (2003), también de Eastwood y estos sí filmes para gente mayor de edad: son catárticos y perturbadores. No ayuda mucho el actor protagonista, el siempre estimable Nicholas Hoult. Su cara de niño hace inviable cualquier laberinto moral. Este hombre tiene que maniobrar para que sea condenado un inocente, de modo que él, que está a punto de ser padre, se libre de la cárcel por homicidio involuntario. Su cara, muy pronto, deja de admitir tantos matices; no es, en suma, Kevin Spacey. No es un hombre complejo.
Luego sale J K Simmons (Whiplash) haciendo de policía retirado que casi descubre a Hoult, pero el guion lo saca de la película de forma muy poco acorde con el caché del intérprete. El espectador se pasa media cinta esperando a que vuelva. No vuelve.
El resultado es una película limpia, aseada, con esa sintaxis a la manera de John Ford donde no te das cuenta del trabajo que hay detrás de cada plano, pues todos son naturales y efectivos, sin soberbia. Sin embargo, le faltan aristas al conflicto y, ya decimos, catarsis. Un argumento como el de Jurado nº2, donde vemos a un hombre en posición ganadora para condenar a otro por el delito que él mismo ha cometido, debería dejar a la audiencia devastada, confusa, enriquecida. La película te deja exactamente igual que estabas.
Algunos espectadores abandonan la sala creyendo que han visto una gran película, y no todos tienen menos de veinte años. Es una película que certifica en muchos adultos su necesidad de no ver la realidad, de no querer saber, como diría Bárbara Rey, “en manos de quién estamos”. Jurado nº2 simplifica la vida, falsifica los procesos judiciales y construye un alegato, no de la justicia, sino del sistema. Es como si Clint Eastwood se creyera todo lo que le dice el gobierno.
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