La caída del Muro no fue importante: los capitales hundieron a la URSS una década antes

Camino del aeropuerto, mientras el coche oficial atravesaba las calles de Moscú, un cabizbajo Willi Stoph, primer ministro de la República Democrática Alemana (RDA), escuchaba las palabras de consuelo e incluso de cierto optimismo de su homólogo soviético Alexéy Kosygin después de un día aciago.

Unas horas antes, el dirigente de Alemania del Este había acudido esperanzado al Kremlin con la petición de un aumento de las entregas de petróleo por parte de la URSS a la RDA, pero la respuesta de Kosygin había sido tajante:

—No tenemos recursos para ello, más bien tenemos una aguda escasez de energía en nuestro país, pero usted quiere que aumentemos las entregas. No podemos satisfacer ese nivel de demanda. Nadie en el mundo puede hacerlo…

Stoph requería ese petróleo a Moscú porque se trataba de una necesidad básica para que la industria de la RDA pudiera mantener una producción suficiente que le permitiera exportar sus productos, para a su vez sufragar la importación, cada vez más acuciante, de bienes de occidente, muchos de ellos de la República Federal Alemana (RFA).

Se trataba, entre otras cuestiones, de no perder la carrera por el bienestar de la población de la RDA en relación al de la RFA: una prioridad política cada vez más constreñida por la economía. Básicamente, para Berlín, los ciudadanos de la RDA tenían que vivir igual de bien que sus vecinos. Pero esa ecuación se complicaba ese de 10 de diciembre de 1976, cuatro años después de que estallara la Crisis del Petróleo que había sacudido a ambos bloques.

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Aún así, en el camino de vuelta hacia al aeropuerto, Alexéi Kosygin fue en efecto optimista:

—Comprendemos que la situación en la RDA no es fácil pero si la comparamos con la situación de los estados capitalistas, todos los Estados socialistas, tanto la URSS como la RDA, se encuentran en una situación comparativamente mejor.

Y de hecho, lo estaba, por más que ahora nos resulte a bote pronto totalmente descabellado, tal y como explica Fritz Bartel en El triunfo de las promesas rotas. El fin de la Guerra Fría y el auge del neoliberalismo, que publica ahora Lengua de Trapo. A fin de cuentas, dado que la URSS "era uno de los mayores productores mundiales de recursos energéticos, la multiplicación por cuatro del precio del petróleo a finales de 1973 y principios de 1974 parecía ser más bien una ganancia financiera inesperada".

Portada de 'El triunfo de las promesas rotas', de Fritz Bartel.

Sin embargo, prácticamente 15 años después, el 21 de diciembre aparecía un regalo de Navidad prematuro en la Casa Blanca cuando se anunció por televisión: "Buenas noches, la URSS ha dejado de existir". Cuatro días más tarde, Mikhail Gorbachov daba su discurso de despedida de la URSS mientras se arriaba la bandera del Kremlin.

En ese momento, George Bush padre se arrogó claramente la victoria sobre el mundo soviético después de casi medio siglo de confrontación, pero en realidad, para entonces, Gorbachov era su aliado, y lo último que se pensaba era en una desmembración de las Repúblicas Socialistas Soviéticas y los problemas que pudieran suponer. Es más, tal y como estudió el profesor ucraniano Serhii Plokhi, la administración Bush incluso consideraba "que la influencia de EEUU en los acontecimientos en la URSS había sido limitada", según sostiene Serhii Plokhy en El último imperio. Los últimos días de la URSS. Ese discurso se modificaría casi inmediatamente después, deformando algunos aspectos de la historia.

En EEUU ni siquiera se había esperado tampoco el desenlace de la caída del Muro de Berlín unos años antes, cuando Bush aún era vicepresidente con Ronald Reagan. Es cierto que sabían que estaban ganado la carrera armamentística, pero no tenían la más mínima idea de que pudiera empezar a desmoronarse entonces todo el entramado de los países del Este ¿Qué había pasado entonces en esos 15 años para que desapareciera ese mundo bipolar, que ni los propios dirigentes de EEUU esperaban realmente?

Si el estudio de Plokhy arrojaba una visión diferente sobre la versión oficial de la caída de la URSS, la explicación ahora de Fritz Bartel sobre esas "Promesas Rotas” es también bipolar —puesto que incluye a ambos bloques— y en cierta medida mucho más desconcertante, aunque no sea del todo novedosa, sino más bien una lectura profunda de las condiciones económicas que dieron lugar realmente al colapso de la URSS y de los países de su esfera del Pacto de Varsovia, que no se resumen a la visión triunfalista que promovió EEUU después.

A partir de los 70 ambos bloques tuvieron que corregir las promesas de bienestar que habían hecho a sus ciudadanos

En realidad, a partir de los 70 ambos bloques tuvieron que corregir las promesas de bienestar que se les habían hecho a sus ciudadanos en las décadas anteriores, sólo que paradójicamente fue mucho más fácil hacerlo desde el sistema de la democracia liberal que desde las dictaduras comunistas, lo que Bartel denomina "la importancia de la legitimidad democrática en los procesos de ruptura de promesas".

Por ejemplo, en el Reino Unido, Margaret Thatcher pudo romper las promesas de bienestar y hacer ajustes brutales de la economía con la resignación de sus ciudadanos, cuyas protestas no amenazaron con tirar abajo el estado, mientras que en Polonia —que fue el ariete del cambio en el bloque comunista— los sindicatos y la población acabaron por no aceptar esos ajustes, cada vez más lejos del bienestar socialista, precisamente por su carácter represivo y autoritario. Resultó que el ajuste de la austeridad duro era más plausible en un régimen democrático.

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Según explica Bartel: "Las crisis económicas de la década de los setenta hicieron que esta política de promesas se volviera insostenible. La crisis del petróleo de 1973 generó la presión para romperlas, pero también proporcionó los medios para resistir esa presión. A largo plazo, las economías industrializadas, tanto del este como del oeste, debieron aprender a producir más con menos recursos, un proceso doloroso de ruptura de promesas, sutilmente descrito por los economistas como crecimiento intensivo".

Es decir, que el crecimiento infinito, el bienestar, el acceso a más comodidades, el tiempo libre, se rompieron a ambos lados del telón de acero. ¿Por qué entonces salió victorioso el bloque capitalista frente al soviético cuando en principio este último tenía esa ventaja energética en el contexto de la crisis de los combustibles fósiles sobre los que dependía la economía de ambos?

Los mercados de capitales, lo que acabaría conformando la base del neoliberalismo, se alinearon con el bloque capitalista

Es la parte más predecible de la tesis de Bartel, aunque no la menos interesante: evidentemente, los mercados de capitales, lo que acabaría conformando la base del neoliberalismo, se alinearon con el bloque capitalista: los ajustes duros en la economía: menor producción, menor salario, menores beneficios sociales, etc., se pudieron hacer sin que se hundieran sus estados en parte porque los pudieron sufragar acudiendo al mercado de capitales, que en cambio a partir de esa década de los 70 se cerraron para el bloque comunista: Kosygin estaba en lo cierto en cuanto a una mayor independencia energética y la ventaja de la planificación, pero no respecto a la capacidad de financiarse, que resultaría la verdadera exigencia para poder mantener el Estado.

Bartel explica que mientras EEUU tuvo que hacer también ajustes muy duros en sus industrias con despidos y gran conflictividad social, a corto plazo, podía evitar ese desafío buscando refugio en las dos nuevas y amplias reservas de riqueza de la economía global: los mercados mundiales de capitales y los recursos energéticos, también frutos de la crisis del petróleo. Mientras los estados mantuvieran el acceso a estos mercados de capitales o recursos energéticos, podían continuar haciendo promesas internas y sosteniendo la Guerra Fría a nivel internacional.

"En realidad los problemas económicos y sus soluciones ya en la década de los 70 eran en esencia similares a ambos lados"

Con los años y como consecuencia del propio colapso del bloque comunista ha prevalecido una explicación de la URSS reducida a un marxismo anacrónico que se había abandonado décadas atrás, lo que ha deformado un tanto la visión del bloque del este, cuando en realidad los problemas económicos y sus soluciones ya en la década de los 70 eran en esencia similares a ambos lados.

La misma Perestroika se trataba exactamente de eso: de unos ajustes parecidos a los que había propuesto Margaret Thatcher en Reino Unido. "Los funcionarios soviéticos también debatían —como Hoskyns— cómo reactivar los incentivos personales para trabajar, disminuir la intervención estatal en la economía, liberalizar el mercado laboral, y cerrar empresas deficitarias. En definitiva consideraron el aumento de la desigualdad como una estrategia viable", según escribe Fritz Bartel en El triunfo de las Promesas rotas.

Ronald Reagan y Mikhail Gorbachov en su primera cumbre en Ginebra. (EFE)

En la década de los 80 los estados del bloque del este estaban democratizando sus sistemas políticos y reformando sus ideologías como un medio para imponer disciplinamiento económico. Este proceso de cambio político y reforma ideológica es lo que Bartel denomina como el colapso del comunismo y el fin de la Guerra Fría. No es que su teoría desaparezcan las personas clave como Gorbachov, Thatcher o Reagan, ni líderes como Lech Walesa del sindicato Solidaridad en Polonia, de hecho, la determinación de la población en el este a no seguir ese senda de ajuste duro dentro de un sistema que no habían elegido fue crucial, pero pone el foco en una cuestión que ha seguido después su curso, porque no desapareció.

La idea de ese triunfo de las democracias liberales durante los años 90 —a las que habría que añadir los mercados como parte integral— generó esa década que Ramón González Férriz definió como la del exceso del optimismo, incluso hasta el punto de pensar que se podía aunar todo. "Era posible inventar una nueva senda ideológica que fusionara lo mejor de la socialdemocracia con el dinamismo y la apertura de los mercados: se llamó la tercera vía (…) el rasgo principal de la década de los noventa fue el optimismo, tal vez el exceso de optimismo", destaca Ramón González Ferriz en La trampa del optimismo: Cómo los años noventa explican el mundo.

¿Pero habían triunfado las democracias liberales comandadas por el capitalismo de EEUU? Según Bartel los vastos recursos de los que dispuso entonces EEUU no eran propios, sino fruto de una globalización impulsado por el libre flujo de los capitales. Exactamente lo que ha seguido ocurriendo desde entonces.

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