La clave de la Cumbre del Clima de 2024 se llama dinero

Este año, la Cumbre del Clima auspiciada por la ONU se enfrenta a una pregunta espinosa: quién pagará, cuánto y cómo para ayudar a las economías en desarrollo a reducir sus emisiones de carbono y adaptarse a los peores impactos del aumento global de las temperaturas. Por eso, la COP29 que se inaugura este lunes en Bakú (Azerbaiyán), que reunirá a representantes de casi 200 países, ha sido bautizada como la «cumbre de la financiación». Los países se comprometieron a través del Acuerdo de París no solo a frenar el calentamiento global –que favorece los eventos meteorológicos extremos–, sino a ayudar financieramente a los países en desarrollo, que apenas han contribuido al cambio climático pero que sufren más duramente sus estragos. Desde 2020, el compromiso de ayuda ha sido de 100.000 millones de dólares anuales, aunque solo se empezaron a alcanzar en 2022. Pero toca actualizar el objetivo para 2025, según las reglas establecidas. Y la nueva cantidad de ayuda sobre la que se mueven las estimaciones es de un billón anual, según reclaman los países africanos y los pequeños estados insulares a partir de 2030. El salto cuantitativo es grande. Por eso se negocia también quién deberá aportar a los fondos, una idea que lleva estancada ya varias cumbres del clima. Tradicionalmente lo han hecho los países industrializados, siendo la Unión Europea el mayor contribuyente. Pero ahora, alega la UE, deberían empezar a aportar las grandes economías emergentes , como China, así como los Estados del Golfo, o será complicado llegar a la cifra demandada. El gigante asiático y mayor emisor de gases de efecto invernadero se opone. La tercera clave financiera tiene que ver con los mecanismos a través de los que movilizar el dinero. En la actualidad, el 69% de la financiación se proporciona en forma de préstamos, algo que, critican los países en desarrollo, solo agudiza las desigualdades. Por eso, el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, lleva desde 2022 intentando que cale la idea de un impuesto a las compañías energéticas de petróleo y gas. Según sus cálculos, podría aportar 210.000 millones de dólares anuales. Al margen del dinero, la lucha contra el aumento de las temperaturas derivadas de la emisión de gases de efecto invernadero sigue presente. Las políticas actuales llevarían a unos 3ºC de calentamiento sobre la época preindustrial, muy lejos de los 'umbrales seguros'. Y por ahora las cosas no van bien: en 2023 las emisiones volvieron a crecer a nivel global, hasta un 1,3% anual, por encima incluso del ascenso que había la década pasada, cuando era del 0,8%. Es previsible que algunos países empiecen a presentar nuevos objetivos de recortes de emisiones. Los gobiernos tienen hasta febrero para hacerlo e intentar corregir el rumbo del calentamiento global. Sin embargo, el clima geopolítico en el que se celebra la COP29 juega en contra. Para empezar, por la reelección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos, un actor clave, que ya en su primera legislatura activó el mecanismo para salir del Acuerdo de París. Aunque en la COP29 estará todavía el equipo de Joe Biden, cualquier asunto que acuerden no vinculará a la nueva administración. Además, la cumbre empieza con importantes ausencias, lo que no ayuda a las negociaciones. No acudirá el presidente estadounidense Joe Biden, el líder chino Xi Jinping, ni la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen. Tampoco lo harán el presidente francés Emmanuel Macron, el alemán Olaf Schulz y el indio Narendra Modi. Todo ello en un momento en el que la guerra de Ucrania, el conflicto en Oriente Próximo y la inflación han desbancado el interés por el cambio climático. Lo demuestran las ausencias a la cumbre, pero también el reciente fracaso en Cali, Colombia, cuando los países debían renegociar cómo proteger la naturaleza y la cita concluyó sin acuerdo. Algo que hace temer que este año no haya avances significativos en la Cumbre del Clima.

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