La clave no eran las mujeres, sino los hombres: la 'estrategia macho' le ha funcionado a Trump

El 'hermanamiento' que transmite esa estrategia consigue hacer sentir a los hombres parte de algo más grande: ellos no tienen marchas de mujeres, pero tienen a sus 'bro' que les entienden y les prometen que velarán por ellos y sus familias. Da igual que luego las políticas vayan dirigidas justo a reforzar lo contrario: la 'estrategia bro' quizá no vaya tanto de ofrecer una coherencia intelectual como de hacer sentir a salvo

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Fue a por el 'voto macho'. Y funcionó. Donald Trump vuelve a la Casa Blanca y lo hace aupado, especialmente, por los hombres. La tan manida idea, en estas y en muchas otras elecciones, de que el voto de las mujeres puede cambiarlo todo olvida la otra parte de la ecuación: que el voto de los hombres también puede cambiarlo todo. O hacer que todo siga igual. Que Trump alentaba y se sostenía sobre el cabreo y la necesidad de validación masculina era algo que ya sabíamos, pero esta elección ha conseguido ir más allá: no solo los hombres blancos apuestan por él, también lo han hecho, con mucho margen, los negros y los latinos.

La 'estrategia bro' ha funcionado, dicen ya algunos analistas. Es una estrategia que Trump y su equipo han alentado deliberadamente. El periodista Jon Sopel contaba hace unas horas en una tertulia de la ITV cómo Steve Bannon, el 'creador intelectual' del trumpismo, asumía sin complejos que el partido republicano iba a perder la mayoría del voto femenino, especialmente por la manera en la que Trump y los suyos han operado para cercenar los derechos sexuales y reproductivos. Pero a Bannon eso no le preocupaba mucho: “vamos a ir a por el voto macho man”, decía. Y sí.

Esa estrategia ha pasado por contar con grupos de hombres organizados que han amplificado los mensajes trumpistas en canales de Youtube, foros de criptomonedas, podcast y hasta en aplicaciones para ligar, como Tinder. Trump se ha prodigado en esos espacios y ha cultivado, al mismo tiempo, su imagen de tipo duro: un hombre alfa con una mujer hermosa al lado, preocupado por los suyos y 'lo suyo', prometiendo proteger y proveer. Prometiendo, a su vez, a esos hombres que, con él como presidente, podrán proteger y proveer, dos grandes mandatos de la masculinidad tradicional.

Uno de esos youtubers pro Trump lo contaba en esta pieza: “Esto va de ser poderoso, de ser capaz de proteger y de ser capaz de proveer”. Los hombres que apoyan al Partido Demócrata, proseguía, no daban la impresión de poder hacer esas tres cosas, sino que más bien parecían hombrecillos debiluchos autocompasivos.

Una de las frases de Donald Trump en uno de sus últimos mítines aludía precisamente a la protección: “Voy a proteger a las mujeres, les guste o no. Voy a protegerlas de los migrantes que llegan. Voy a protegerlas de los países extranjeros que quieren atacarnos con misiles, y de muchas otras cosas”. El discurso ultra se envuelve de un disfraz amable que vende protección frente a 'los otros': los migrantes, las feministas, el wokismo y todos esos enemigos que señalan como responsables de los malestares y problemas de la 'gente de bien' que solo quiere prosperar y poder cumplir con lo que se espera de ellos.

El paternalismo y la condescendencia hacia las mujeres se viste de preocupación para justificar el machismo o el racismo. El 'hermanamiento' que transmite esa 'estrategia bro' quiere - y consigue- hacer sentir a los hombres parte de algo más grande: ellos no tienen marchas de mujeres, asambleas ni 8M, pero tienen a sus bro, que les entienden, les dan palmaditas en la espalda, validan sus egos heridos y su desconcierto y les prometen que velarán por ellos y sus familias.

Da igual que luego las políticas vayan dirigidas justo a reforzar los intereses de unos pocos –los que destrozan los empleos, los derechos o el estado de bienestar– la 'estrategia bro' quizá no vaya tanto de ofrecer una coherencia intelectual o moral como de hacer sentir a salvo. Esa perspectiva nos ayudaría a abandonar el argumento fácil e inútil que descalifica a los hombres negros, latinos o humildes que han votado por Trump y a intentar comprender (no a justificar pero sí a entender) su voto. Si el migrante que llegó hace años vota ahora a Donald Trump porque va a poner coto a los que vienen de fuera puede que sea porque eso le hace sentir cierta seguridad en su rol de sustentador por muy incoherente que les pueda parecer a otros. Los ultras no quieren justicia para todo el mundo sino que unos cuantos sientan que se hace justicia para ellos y lo demás no importa.

Lo que sabemos ahora mismo es que las mujeres en todas las franjas de edad han votado mayoritariamente por Kamala Harris, mientras que los hombres lo han hecho por Trump, salvo en el caso de los varones de 29 años, que han apostado por el voto demócrata, aunque por poca diferencia y, eso sí, con menos rotundidad que hace cuatro años. Si Biden consiguió movilizar o recuperar votos masculinos que no habían salido a las urnas cuando se trató de apostar por Hilary Clinton, eso no ha sucedido en este caso. Es decir, que hombres de todos los perfiles han optado por Trump... o han preferido quedarse en casa y no votar por Kamala Harris.

Si el 'muro azul' era esa cadena de estados con una tradición demócrata en los que el partido de Harris depositaba siempre su esperanza, hay quien ya habla de un 'muro bro' que puede sostener el statuo quo... mientras cree que lucha contra el statu quo.

Hasta qué punto los hombres progresistas están contribuyendo, aunque sea por omisión, a esa 'estrategia bro' en todo el mundo es algo en lo que pensar. La moderación o las medias tintas de algunos se mezclan con el escepticismo de otros, o directamente con el ataque y la resistencia de muchos, que acusan al feminismo de haber llegado demasiado lejos o de ser el responsable de la ola reaccionaria. Al parecer, sería más inteligente no luchar por los derechos humanos y la justicia social para evitar reacciones ultra... o a lo mejor es que a esos hombres autoidentificados como progresistas hay algunos asuntos que no les parecen tan importantes. Sí, la masculinidad tradicional tiene costes para los hombres, pero también ofrece un sillón cómodo desde el que, si lo deseas, puedes decidir taparte los ojos.

En este punto, fiar al voto de las mujeres el rescate de las democracias y los derechos en cada elección crítica que se celebra en el mundo es renunciar a construir alternativas apoyadas transversalmente por amplios sectores de la población. Sin que esas alternativas pretendan, eso sí y como tantas veces ha sucedido, que el feminismo calle y asuma que hay otras cosas más importantes.

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