Las mil amantes y los 70 millones de muertos de Mao que China ocultará en su 75 aniversario

La plaza de Tiananmen, una de las mayores del mundo, se encuentra estos días decorada con un enorme búcaro con inscripciones como estas: «Bendiciones a la patria» y «1949-2024». La avenida Chang'an, una de las más grandes y concurridas de Pekín, está completamente engalanada con jardines de diseños patrióticos. Las calles de todo el país llevan semanas teñidas con todo tipo de motivos rojos y amarillos, los colores que conforman su bandera, y el presidente Xi Jinping publicará un artículo hoy martes con motivo de la celebración del 75 aniversario de la fundación de la República Popular China, en el que, por supuesto, se olvidará de los episodios más negros de la historia del gigante comunista desde que Mao Tse Tung lo creó en 1949. Ya ocurrió en 2016, en el que China se olvidó del 50 cumpleaños de la Revolución Cultural , como consecuencia de la obsesión de su Gobierno por mirar al futuro y no al pasado, de blanquear todos los crímenes cometidos contra su pueblo en nombre del comunismo y borrar los infaustos recuerdos. Así se conoce a la traumática década que, entre 1966 y 1976, sacudió a este país y desató un caos de persecuciones políticas, esquizofrenia colectiva, muerte y destrucción como no se había visto desde la guerra. De ellas tampoco se ha hablado en las celebraciones del 75 aniversario, a pesar de que esa persecución nunca haya acabado del todo. El ejemplo más reciente lo vio todo el mundo hace dos años. Fue una escena extraña y llena de tensión que dio mucho que hablar y que quedó para la historia. ABC y otros miles de periódicos la llevaron a su portada. Se produjo en diciembre de 2022, en la sesión de clausura del XX Congreso del Partido Comunista, en la que se escenificó la coronación del presidente Xi Jinping y supuso la defenestración pública de su antecesor, Hu Jintao, ante los 2.300 delegados congregados en el Gran Palacio del Pueblo. Xi esperó a que la prensa internacional entrara en la sala y encendiera las cámaras para que Hu Jintao, sentado a su izquierda, fuera sacado a la fuerza de su escaño. El presidente quería dejar claro que el legado de su antecesor acababa de ser liquidado de un plumazo. El Gobierno chino alegó que su colega se encontraba indispuesto, pero nadie lo creyó, sobre todo al ver al mandatario girar levemente la cabeza hacia su izquierda y hacer una señal a uno de sus ayudantes para que acudiera de inmediato. Hu se resistió durante dos minutos, pero fue expulsado y humillado. Todo el mundo habló de purga y se hicieron comparaciones con Mao Tse Tung, el padre fundador al que se está honrando estos días. En realidad, lo que ocurrió ese día no es nuevo desde que Xi subió al poder en 2013, aunque en ese momento se escenificara con contundencia y de cara al público. Un mes antes, el que fuera ministro de Justicia entre 2018 y 2020, Fu Zhenghua, fue condenado a cadena perpetua por supuesta corrupción. Junto a él, cayeron otros antiguos altos cargos del Ministerio de Seguridad Pública, entre ellos, varios ministros. Tras la salida de Hu Jintao, todos los delegados alzaron su brazo a favor de las enmiendas presentadas y no hubo ni un voto en contra. Al son de 'La Internacional', Xi Jinping se coronó como el mandatario más poderoso desde Mao Tse Tung, con una silla vacía a su lado que simboliza su poder absoluto en China. «Mao fue un gobernante de gran crueldad», aseguraba a ABC, en 2006, la profesora Jung Chang, que antes de huir al exilio formó parte de las temidas 'guardias rojas' en la famosa 'Revolución Cultural' con la que Mao ejecutó, torturó o indujo al suicidio a entre 2 y 20 millones de personas, mientras que cientos de millones más sufrieron demoledoras purgas cuyas secuelas aún arrastran. Entre ellos, el mismo Xi Jinping, que fue enviado a un campo de concentración y parece haberlo olvidado. O su padre, Xi Zhongxun, que fue ministro durante la Revolución Cultural sufrió brutales torturas. Aquel periodo fue inaugurado el 16 de mayo de 1966 por el Comité Central del Partido Comunista. Fue una campaña para consolidar la causa socialista y afianzar el poder de Mao frente al opositor moderado y presidente de la República, Liu Shaoqi. Nueve días después, con el fin de extirpar «las costumbres feudales y burguesas de la vieja China», un cartel colgado en la Universidad de Pekín denunció como «contrarrevolucionarios» a dos aliados de Shaoqi. Ambos fueron purgados y Liu Shaoqi, expulsado del Partido por «traidor». Su mano derecha, Deng Xiaoping, acabó en un campo de reeducación al ser considerado «enemigo capitalista». Apoyándose en el fanatismo de los «Guardias Rojos», los millones de jóvenes que le idolatraban en sus multitudinarios encuentros en Tiananmen, Mao dirigió una brutal campaña de culto a su personalidad para eliminar a sus rivales internos y construir una nueva sociedad comunista libre de las rémoras del pasado. Ataviados con el «traje Mao» y con su 'Libro Rojo' bajo el brazo, sus seguidores castigaron sin piedad a intelectuales, profesores, hombres de negocios, camaradas rivales y, en general, a todo aquel que no demostrara tanta devoción por el 'Gran Timonel' como ellos. Prueba de ello son los multitudinarios autos de fe que se celebraban en las plazas de las ciudades, con los familiares y amigos denunciándose unos a otros y siendo juzgados públicamente con humillantes gorros de burro, portando carteles donde se exponían sus «pecados de clase». Al mismo tiempo se destruían templos y la economía se hundía por las revueltas obreras y estudiantiles como la que creó en Shanghái una comuna independiente. Y todo esto solo durante la Revolución Cultural, porque las atrocidades del padre fundador fueron mucho más allá de esos años. En la monumental biografía que publicaron en 2006 la profesora Jung Chang , antigua guardia roja de la Revolución Cultural, y su marido, el prestigioso historiador Jon Halliday, aseguraban que «Mao Zedong provocó la muerte de setenta millones de chinos en tiempos de paz». Todo comenzó el 1 de octubre de 1949, hace hoy 75 años. «Antes de 1927, Tse Tung era un político más bien moderado que hizo una gira por los pueblos de su provincia natal y quedó fascinado por la violencia que ejercían unos campesinos contra otros, hasta el punto de que se convirtió en su mayor promotor y se enganchó a ella no por razones ideológicas, sino porque disfrutaba de esa violencia», contaba a ABC la mencionada historiadora. En la Revolución Cultural, la vida de todos los chinos giró en torno a la figura del pensamiento de Mao, que en aquellos años se empeñó en proyectarse como el intelectual e ideólogo más importante de todos los tiempos. De ahí la enorme difusión que hizo de su 'Libro Rojo', una recopilación de citas, discursos, escritos y ocurrencias que, en solo tres años, se convirtió en el libro más publicado del mundo por detrás de la Biblia. Su estudio se hizo obligatorio en todas las escuelas y centros de trabajo, obligando que todos los teléfonos oficiales tuvieran que contestar, por ley, con una de las citas de la obra. Por ejemplo: «Las masas son los verdaderos héroes, en tanto que nosotros somos a menudo pueriles y ridículos» o «El Partido Comunista es el núcleo dirigente del pueblo». El escritor Pedro Arturo Aguirre describe en 'Historia mundial de la megalomanía: Desmesuras, desvaríos y fantasías del culto a la personalidad en la política' (Debate, 2014) una forma de proceder que recuerda mucho a la de Xi Jinping en la actualidad: «Mao aniquiló moral y físicamente a tres grandes héroes de la Revolución china. Estos fueron Liu Shaoqi, He Long y Peng Dehuai, que tenían muchos más méritos, agallas y cualidades humanas que el miserable Sol Rojo. A un cuarto, Zhou Enlai, le obligó a tolerar una dolorosa y larga agonía». Otras de las biografías que retrataron a Mao como un ególatra cruel y sádico fue la de Li Zhisui: 'La vida privada del presidente Mao' (Penguin Random House, 1995). Este doctor comenzó a escribir su obra con las primeras anotaciones que hizo al ser nombrado para el importante e ingrato cargo de médico del presidente chino cuando tenía 35 años. Por su puesto, no pudo rechazar el puesto. El empleo le llevó al ostracismo cuando el corazón de Mao se paró el 10 de septiembre. La viuda del mandatario, Jiang Qing, fue a verle: «¿Qué estaban haciendo ustedes? Tendrán que responder por esto», amenazó al equipo de doctores que tenía a su mando. En China se había hecho popular el eslogan «Mao no debería morir». En su biografía, Zhisui también reveló detalles de su promiscua vida sexual: «Varias veces su esposa lo encontró con otras mujeres, incluyendo sus propias enfermeras. La conducta de Mao la hirió profundamente. Una vez la encontré llorando en un banco a las afueras de la residencia de Mao. Sollozante dijo que nadie, ni siquiera Stalin, podría ganar una batalla política contra su esposo, de la misma manera que ninguna mujer podría ganar jamás una batalla por su amor. Su gran temor era que Mao la dejara». Ese fue el asunto de la obra de Li que más llamó la atención, su vida sexual. Hiperactividad era la palabra clave, dirigida fundamentalmente a jovencitas bailarinas, su debilidad. Se dice que las tuvo por miles y que, a menudo, exigía que fueran vírgenes. El médico asegura que nunca dejó de saciar su apetito sexual, pese a saber perfectamente que sufría blenorragia y que podía contagiar a todas sus amantes. Ni siquiera consintió jamás ser tratado de esa enfermedad. Otro de los excesos secretos de Mao, que tardaron décadas en salir a la luz, fue la orden que dio al Partido Comunista de que se sembraran de arroz todos los campos que por los que pasaba el tren lujoso en el que se desplazaba por el país. Miles de kilómetros solo para deleitarse con la fertilidad de sus tierras. No le importaba que el trabajo implicara a centenares de miles de agricultores y que otras vías quedaran cortadas durante los meses que duraron los trabajos.

abc.es

Leer artículo completo sobre: abc.es

Noticias no leídas