'Los destellos', de Pilar Palomero, un brillante fogonazo en la competición

No ha tardado mucho en aparecer en la competición por la Concha de Oro un mirlo blanco, una de esas películas que te desnudan por dentro con una delicadeza asombrosa y que certifican con sabiduría algo que hay que saber: la más común de las historias puede tener en su interior los más extraordinarios y emotivos momentos que el cine cuando se redondea puede atrapar. Se trata de 'Los destellos', una pieza excepcional dirigida por Pilar Palomero que, sin otras pretensiones que las de la precisión del lenguaje cinematográfico, se va a la búsqueda de emociones, o de sentimientos, tal vez indetectables en la vida ordinaria pero que viven aletargados allí donde no nos vemos, donde ni siquiera nos miramos. Historia común, la de un hombre enfermo que se va a morir, la de quien fue su mujer y ahora vive otra vida, la de la hija de ambos que aún se agarra a lo que son los jirones de su familia… Ellos tres, junto a la nueva pareja de la madre, forman un cuarteto admirable para contarlo todo sin cháchara, algo que no podría suceder sin la precisión de una cámara y la limpieza de unas interpretaciones. Pilar Palomero nunca coloca un plano sin que el rigor matemático y emocional de su mirada nos devuelva algo; sin que el encuadre, el foco, la luz, el gesto de su interior, sugiera lo que quiere contar; de ello, claro, tiene también culpa la excelente fotografía de Daniela Cajías y ese modo de dárselo todo lo que no está escrito de actores impregnados del relato. Patricia López Arnaiz, Antonio de la Torre, Julián López, incluso la joven y debutante Marina Guerola le regalan a lo común de la historia lo extraordinario de sus personajes. Momentos claves, de enorme sutileza y asombrosa cacería de la cámara, como cuando Antonio de la Torre se explica por completo, su antes y su todo, con un gesto mientras sus amigos le reprochan en broma que leyera en la ducha los libros prestados; o cuando Patricia López Arnaiz pegada a la puerta del baño y olisqueando 'destellos' mientras su ex marido está dentro; o el magnífico y sugerente baile entre padre e hija de la copla 'A tu vera', que no es el pasodoble de 'El sur' pero que contiene la misma mirada, amor y ojos de Marina Guerola. Y el acierto asombroso de Julián López, en un trabajo finísimo, contenido, incluso hermoso en ese bendito segundo plano (por cierto, y a esa distancia que le da la cámara, es clavadito a Nanni Moretti) que le otorga la historia. Todo lo que no es muy bueno en esta película es aún mejor (incluso la secuencia de la ayuda psicológica), y tal y como era previsible en esta directora de finales en la cima, en 'Los destellos' ofrece de nuevo una ruta por los Seismiles. También en la competición, 'The end', de Joshua Oppenheimer, y 'Cuando cae el otoño', de François Ozon, la primera un surtido musical y apocalíptico sobre una familia que sobrevive al desastre y reproduce 'tics' sociales e ideológicos con intención metafórica y poco más. Y la de Ozon, una entretenida combinación de lo cómico y lo trágico con una abuela aficionada a recoger setas, su amiga cuyo hijo sale de la prisión, con algunos problemas familiares de difícil arreglo y con un desparpajo narrativo y un oscuro sombreado en el humor que hacía ya tiempo que no apuntaba Ozon. Fuera de competición, y es una pena por la cantidad de cualidades que tiene para el asalto al anaquel de los premios, se presentó 'La virgen roja', de Paula Ortiz, directora que, como Pilar Palomero, sabe arrancarle al plano belleza, intención y sugerencia. Narra la historia de Hildegart Rodríguez desde otro ángulo del que lo hizo Fernán Gómez (Mi hija Hildegart', 1977), situándose más cerca de la hija, de la madre, de las causas y los efectos. Se estrena ya el próximo fin de semana, por lo que solo se adelanta lo exquisito del envoltorio, lo terrible de la historia y la capacidad de Najwa Nimri para componer un personaje que sudaría dentro de una cubitera de hielo.

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