Las reuniones informales del Consejo Europeo no toman decisiones, sino que sirven para que los dirigentes europeos reflexionen en voz alta sobre los asuntos más acuciantes. En la que t uvo lugar en Budapest se pensaba que todo giraría en torno a la discordancia política que ejerce con contumacia el primer ministro húngaro, Viktor Orban, quien había prometido descorchar botellas de champán para celebrar el resultado de las elecciones norteamericanas, pero acabaron hablando de economía y de competitividad, para dejar de lado, por el momento, el debate sobre los efectos de la vuelta de Donald Trump al poder en Washington que ya habían abordado durante la cena, la víspera. Tampoco suelen hablar de sus propios problemas políticos domésticos, pero en este caso era inevitable recordar que el Gobierno de Alemania está en el aire, el de Francia en plena inestabilidad, el presidente del Gobierno español no estaba presente pero tampoco tiene un panorama boyante, en Holanda estalló durante la reunión un grave problema de orden público por el ataque de musulmanes locales a los hinchas israelíes de un equipo de fútbol y todos ellos mirando de reojo a la guerra de Ucrania. En este ambiente, ha sido la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, la que ha hecho una propuesta que parece ser un primer enfoque positivo, siquiera parcial, para todas las cuestiones y ha sugerido que la UE podría considerar reemplazar las importaciones de gas natural licuado (GNL) ruso por las de Estados Unidos, como primer paso para crear un ambiente cálido para las relaciones transatlánticas. «Todavía recibimos mucho gas licuado de Rusia, ¿por qué no reemplazarlo por el estadounidense, que es más barato para nosotros y reduce nuestros precios de la energía?». Para la presidenta de la Comisión, lo mejor para tratar con Trump sería mantener un rumbo pragmático, «analizar los intereses comunes y negociar». En la reunión, los asistentes no entraron en batallas ideológicas y en su lugar se centraron en el informe sobre la competitividad de la economía europea que preparó el ex primer ministro italiano y antiguo presidente del Banco central Europeo (BCE), Mario Draghi , y que propone una serie de inversiones dedicadas a la renovación de la estructura industrial europea. El propio Draghi estaba en Budapest para decirle a los reunidos que sus propuestas «ya eran urgentes, dada la situación económica en la que estamos. Se han vuelto aún más urgentes después de las elecciones estadounidenses», porque a su juicio «no hay duda de que la presidencia de Trump marcará una gran diferencia en las relaciones entre Estados Unidos y Europa, y no necesariamente todo en forma negativa». El primer ministro belga, Alexander De Croo, también en funciones desde junio y a la espera de que se forme un nuevo Gobierno, cree que Trump no perjudicará a Europa: «Somos aliados y sería absurdo que unos aliados se impongan aranceles entre ellos. Nuestro competidor común es China». Le apoyó el canciller austriaco Karl Nehammer , mientras que la danesa Mette Frederiksen apostaba por mantener la unidad transatlántica: «Tenemos que trabajar juntos, somos aliados y amigos estrechos. Preferiría no competir entre nosotros. En este mundo de tanta inseguridad tenemos que estar juntos». El presidente (saliente) del Consejo Europeo, Charles Michel, afirmó por su parte que el informe de Draghi incluye «recomendaciones operacionales claras» que deberían ser tenidas en cuenta. En su informe, hecho público este septiembre, Draghi considera que la UE necesita inversiones adicionales de hasta 800.000 millones de euros anuales y cambios drásticos en su funcionamiento político e institucional. El problema sería encontrar tanto dinero, sobre todo después de constatar que todo lo que se ha invertido en los fondos de recuperación creados a raíz de la pandemia han endeudado a la Comisión Europea, pero no han tenido los efectos fulgurantes que se esperaban. Eso hace que los países más reticentes a expandir el gasto público miren con cierto escepticismo la idea básica de Draghi, ni siquiera sabiendo que, como dijo el italiano, la alternativa es «una muerte lenta» para la economía europea.
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