Haciendo realidad ese «ideal» del río que nace allá en la montaña y tras avanzar kilómetros y kilómetros, trazando meandros, desemboca en el mar. Así surca Castilla y León su cauce enseña, el Duero. Y esa característica del que es el discurrir fluvial más grande del noroeste marca ya de origen la principal diferencia con la cuenca mediterránea y, dentro de ella, la del Júcar, donde la DANA ha dejado consigo la devastación y segado más de 200 vidas. La orografía, sin esos estrechos barrancos y sí espacios más abiertos, el hecho de que aquí no haya ramblas y que, salvando los años de aguda sequía, los cauces son «más estables» y con agua todo el año, «influye mucho», destaca Hugo Cortizo, del Colegio de Geógrafos de Castilla y León, para marcar las diferencias con lo ocurrido en la Comunidad Valenciana. Y para que una catástrofe que más de diez días después tiene todavía sumidas en el barro a Paiporta, Sedaví, Catarroja... sea algo que «no» se prevea aquí. «No me mojo al cien por cien», matiza Cortizo, pero «salvo cambio muy radical, una crecida tan súbita «no» se plantea . También, añade, porque tierra adentro tampoco ocurren fenómenos como las gotas frías. «En principio, los tiempos deberían ser otros», puntualiza el geógrafo en referencia a que, sobre todo en la Comunidad Valenciana, ocurrió en unos minutos, con una súbita avenida. Cierto, apunta, que por lo constatado en los últimos años se pueden dar más episodios de lluvias torrenciales y «las crecidas pueden ir a más». Pero la mayor longitud por la que discurren los cauces propicia que el agua se vaya «dispersando». «Cuanto más rugoso es el cauce y más kilómetros tiene, más disminuye la energía» del agua, puntualiza, sin olvidar los bosques de ribera, que también hacen su papel de parapeto. «Por mucho que en cabecera y en los embalses» las lluvias hagan subir el nivel, añade, «los picos de crecida se van dispersando», incide para poner en comparación el Duero y los ríos de Levante. Casi 900 kilómetros recorre el Duero desde que nace a 2.160 metros de altitud en los Picos de Urbión (Soria) hasta que desemboca en el océano Atlántico en Oporto (Portugal). En los que vuelcan en el Mediterráneo «miras a la cabecera» y «salvo por un obstáculo visual, da la sensación que casi los ves morir en el mar», señala. «Cuanto más largo y más camino recorre el agua, más fuerza va perdiendo», insiste el geógrafo, quien recalca que el líquido es precisamente «energía». Se marcan así buena parte de las diferencias que hacen, sino imposible, sí muy difícil que algo como lo de Valencia se dé en Castilla y León por causas naturales. Cosa diferente es que llegue motivada por un fallo de una infraestructura, recuerda señalando a la rotura de la presa de Vega de Tera (Zamora), que el 9 de enero de 1956 sólo avisó con el estruendo de sus 150 metros de muro fracturados, llevándose por delante sin tiempo de reacción la localidad zamorana de Ribadelago. Al menos 144 personas muertas o desaparecidas, de las que sólo se recuperaron 28 cuerpos. La mayor distancia entre el nacimiento y las áreas habitadas, frente a lo ocurrido el aciago 29 de octubre en torno a la rambla del Poyo, es otra de las diferencias con Castilla y León. Otra cosa, subraya Cortizo, es que «el peligro de inundación está ahí». Y no es raro el año en el que el agua de un río o un arroyo gana terreno a su discurrir habitual y extiende su masa por terrenos inundables, anegando campos de cultivo, explotaciones ganaderas e incluso entrando sin pedir permiso en casas y negocios. En general, construcciones levantadas en lo que, aunque ahora en rara ocasión, están levantadas en tierras en las que tiempo atrás eran un cauce fluvial. Y suelen ser los mismos puntos los que, cuando llueve con más fuerza y desaguan los embalses -que también en la Comunidad marcan una diferencia con Levante y permiten la regulación- los que sufren los daños de las crecidas. «En Castilla y León toda la población antigua está adaptada» con sus asentamientos al discurrir de ríos y arroyos, señala el geógrafo. Por lo que, añade, es «más en las ciudades» que han ido creciendo donde se dan esos episodios en los que el agua sube y se adentra por las edificaciones. En Castilla y León, unas 70.000 personas viven en zonas con 'riesgo potencial significativo' de inundación, esto es, alto, según la proyección a diez años que maneja el Sistema Nacional de Cartografía. Y son tres los puntos en los que más gente se acumula residiendo en terrenos en los que una crecida podría llegar a sus casas: Valladolid, Palencia y Miranda de Ebro (Burgos). No son los únicos marcados en rojo por posibilidad de que el líquido de los ríos extienda hasta las construcciones, pero sí en los que más viviendas hay en terrenos en riesgo. De hecho, según el mapa que recoge el Plan de Inundaciones de Castilla y León (Inuncyl) de la Junta, hay una decena de puntos en riesgo alto. A las capitales vallisoletana y palentina y la ciudad mirandesa se unen Ciudad Rodrigo (Salamanca); Tordesillas y Tudela de Duero (Valladolid), y Benavente, Santa Cristina de la Polvorosa y Toro (Zamora), pero en estos casos son pocas las viviendas situadas en esos puntos de alerta. Sólo en Valladolid capital, más de un diez por ciento de sus habitantes residen en terrenos con riesgo alto de inundación. Casi 32.000 personas tienen su hogar ubicado en esos puntos señalados por posibles avenidas, según los estudios del Sistema Nacional de Cartografía del Ministerio para la Transición Ecológica y Reto Demográfico. Está entre las ciudades con más zonas inundables. Y aunque el Pisuerga es el mayor cauce de la ciudad, es el Esgueva el que representa un mayor riesgo y en torno al que se concentran las zonas críticas. Aún así, el hecho de que antes de adentrarse entre los edificios se «lamine el flujo» en campos de labor mitiga su impacto, al igual que su canalización, aunque no evita que en momentos de fuertes precipitaciones «el agua va por donde tiene que ir» y anega lo que antes fue su cauce. En Palencia, tampoco es el principal cauce, el Carrión, el que mayores problemas puede suponer , sino que las marcas en rojo se sitúan en torno al arroyo de Villalobón. Casi un tercio de los habitantes de esta ciudad, unos 24.000, viven en terrenos inundables. Y el Ebro es el motivo que en su discurrir por Miranda haga que 10.000 de sus aproximadamente 35.000 vecinos tengan su hogar en un lugar con riesgo de sufrir una crecida. En total, teniendo en cuenta las zonas en nivel medio y bajo, unos 475.000 los castellano y leoneses residen en un punto con algún grado de peligro de que el agua llegue a sus casas. En su discurrir por Castilla y León, 4.252 kilómetros de cauces fluviales presentan alta probabilidad de inundación en ese horizonte estadístico a diez años.
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