Cuando se le quita el celofán de las celebraciones y bajan las burbujas del champán, cuando la razón aguafiestas ha destronado a la euforía de la peana de purpurina, la declaración de Patrimonio Mundial o de la Humanidad no es más que una de esas placas honoríficas que se colocan en una esquina de la estantería, detrás de alguna foto de familia, o un diploma para el que no hay ni ganas de enmarcar ni pared en la que colocarlo. Servirá, tal vez, para convencer de que venga a Córdoba a gente que está dudando de un ramillete con Sevilla , Toledo y Granada , pero en el caso de la Mezquita-Catedral , que lo consiguió hace hoy cuarenta años,... Ver Más
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