Paula Ortiz estrena 'La virgen roja': «Seguimos siendo hijos de los mayores sueños y pesadillas de la razón»

Hildegart Rodríguez sobrevivió ocho décadas en lo fantasmal, un recuerdo etéreo enterrado en los abismos de la memoria de una sociedad donde los traumas posteriores de la guerra fueron más grandes que la pequeña historia de una niña eugenésica educada por su madre para convertirse en «la primera mujer del futuro». El futuro era entonces 1931. Tiempos convulsos, salvajes, páginas nuevas en los libros de historia a cada puesta de sol. Un mundo por construir para unos, por derribar para otros, por conservar para los demás. En cada portada de periódico una guerra, en cada casa una revolución. Y en la de Aurora Rodríguez , la mayor de todas: en la calle Galileo, 57 de Madrid estaba dando forma a la mujer que debía abrir el porvenir a las demás, una Marianne como la que pintó Delacroix pero sin banderas y con el pecho cubierto por una rebeca de lana negra. Al menos, eso intentaba Aurora, madre de una niña sin padre a la que educó con una rigidez que haría las delicias de los progenitores de ' La cinta blanca' de Haneke. Hildegart Rodríguez ya leía a los dos años, con tres escribía; hablaba media docena de idiomas cuando otros niños apenas empezaban a vocalizar. Con 14 años ya publicaba en prensa, con 16 se licenció en derecho con sobresaliente (fue la abogada más joven de España) y empezó a estudiar Medicina y Filosofía. Sus libros, «de ideas avanzadísimas», según la prensa conservadora de la época, hablaban de la educación sexual de la mujer, de política, de feminismo… y llegaron a Londres, donde H. G. Wells quiso prologarlos y Havelock Ellis (otro profeta de la eugenesia), traducirlos. El experimento -porque Hildegart fue, ante todo, un experimento de su madre Aurora- daba sus frutos. Hasta que la niña prodigio descubrió algo que no estaba en los libros: la vida. Aquel pasado tiene su eco hoy en cada portada de periódico, en cada casa. Aunque Hildegart nació en 1914 y murió en 1933, su historia podría haber ocurrido en 1970, en 2024 o en ese futuro lejano al que siempre parecía dirigirse. «El caso de Hildegart dialoga de una manera alarmantemente directa con nuestro presente». Quien lo sostiene es la cineasta Paula Ortiz, que este sábado estrena en San Sebastián y el próximo viernes en cines 'La virgen roja' , donde narra esta tragedia española con su habitual poética. «Hildegard es una hija de su tiempo, que fue un tiempo extraordinario, un tiempo muy eléctrico y muy bullente, pero un tiempo que está haciendo espejo permanentemente con nuestro presente», reflexiona, y continúa: «Hildegard es la hija de los mayores sueños y de las mayores pesadillas de la razón. Y eso creo que lo estamos viendo ahora más que nunca», señala Paula Ortiz, que ha acudido a la Casa de ABC junto con la actriz protagonista, Alba Planas, para desgranar las claves de una película que busca transgredir los límites de la pantalla para bucear en los abismos del alma humana. «Siempre hemos hablado que en el fondo 'La virgen roja' es una película que bucea por los gestos totalitarios, represivos, violentos y fascistas que están latentes o, al menos, no están en la brocha gorda, sino en la experiencia más sutil. Y claro, en una experiencia tan única como la de Hildegart, a nosotros nos parece que nos sigue hablando, que nunca se ha perdido, que ha sobrevivido siempre lo fantasmal». Hay algo espectral en escuchar a Alba Planas, todo juventud, todo futuro, cuando lanza una perorata con el verbo tan fluido y directo como el que las hemerotecas guardan de Hildegart. Parece que algo de aquella virgen roja se ha quedado a vivir en la actriz. «Yo desconocía su historia, pero cuando empezamos los ensayos vi que Hildegart propone debates en otro tiempo que de repente nos abrían ventanas de diálogo hoy. Me descubrió muchas teorías y muchas dudas que luego he ido debatiendo, dialogando y compartiendo con amigos de mi generación y que todavía no están resueltos y que nos causan dudas todavía. Si estos debates se dieron en 1930 y hoy en día siguen resonando... ¿Qué ha pasado en España? Ha habido claramente una involución tremenda para que a la juventud de hoy en día lo que decía Hildegart nos siga pareciendo revolucionario», asevera Alba Planas. Paula Ortiz, en la silla de enfrente, la mira con ojos de un amor que a veces es fraternal y otras maternal. «Es que me gusta mucho cómo lo explica Alba con respecto a los jóvenes porque si les provoca un golpe tan fuerte es porque la historia les está hablando al hoy». Entonces, Alba busca satisfacer la mirada de su «creadora»: «Una de las cosas que nos sorprendía era el lenguaje de Hildegard: preciso, sofisticado, directo... hoy suena revulsiva porque hoy el lenguaje se ha embrutecido», dice, y recuerda todos los textos que leyó de la niña prodigio. Porque Hildegart, más allá de una persona que existió durante apenas 18 años, hasta que la misma persona que le dio la vida se la quitó a tiros, es «una fábula muy bonita». También, añade Paula Ortiz, «una fábula trágica, una fábula moral y política que me ha hecho ser hija de mi presente de manera más consciente». Hildegart fue una santa súbita de la izquierda. Primero, como vicepresidenta de las juventudes socialistas y después, desencantada -«el PSOE dice una cosa para llegar al poder y luego nunca lo cumple»- llevándose su fama hasta las filas anarquistas. Quizá fue desencanto o quizá fue un acto de rebeldía contra una madre que lo que más detestaba era el desorden, el libre albedrío, el que algo se escapara a su control. Y así, su hija, su pequeño experimento, descubrió el sabor del vermú, el tacto de la piel de un hombre, la música moderna (Aurora solo le ponía vals, con su sistemático un, dos, tres, un, dos, tres). La libertad que recorría las calles como un aire de novedad fue abrazada por Hildegart. Hasta que su madre, que terminó por caer en todas las cosas que repudiaba de los hombres, cortó de raíz su plan con una precisa medida eugenética: la muerte del experimento. La idea de perfeccionar la raza había fallado. ¿Para qué mantenerla con vida? «La madre hizo de su virtud su gran error: dotó a esta chica de inteligencia, de cultura y de conciencia del mundo que la rodeaba. La libertad se da cuando hay un conocimiento de las cosas. Y Hildegart precisamente adquiere esta libertad y este pensamiento crítico porque su madre se lo dio, aunque luego intentase alejarla de todo esto, ya era tarde», revela Ortiz, que asegura que siente «admiración» por los padres que educan a sus hijos para que puedan «confrontarles». «Hildegart llega a adquirir esa libertad y a hacer dudar a su madre de sus ideas porque previamente ella la había abierto al conocimiento universal, lo que era impensable para una mujer de 16 años de esa época». Y Alba responde: «En la película hay una frase que es de Hildegart: «Si las mujeres de hoy fueran conscientes de la visión ante el panorama universal, se avergonzarían de su propia ignorancia. Y tendrían una vergüenza que no merecen». Hay una ignorancia que viene del no ser consciente porque ni siquiera te han dado la oportunidad». En ese momento, Alba y Paula ya han comenzado a debatir con la intensidad de las protagonistas de su película: «Al mismo tiempo hay algo en torno al hecho de la libertad y de la libertad individual que es el centro del conflicto de Aurora. Quiere engendrar, educar y crear a la mujer del futuro y por ello lo primero que dice es «a la primera mujer libre». Ella quiere eso pero en el momento en que esa criatura a la que ha dado todas las herramientas para que lo sea ejerce su libertad, la mata», advierte Paula, y Alba cita una frase de Hildegart a Aurora: «Recuerde, madre, que el mundo no sabe que usted existe». Y así, con debates que son de hoy pero que no se resolverán jamás, siempre en el centro del discurso político, social y moral, la conversación avanza como lo hace 'La virgen roja', empujada por el drama. El drama de una muerte joven, la vergüenza de una madre condenada a 26 años de prisión por «parricidio» y la ignominia de que toda esta pequeña historia universal fue olvidada por los ecos de una Guerra Civil que taparon todo lo anterior. «Lo que le pasa a Aurora es una metáfora de lo que pasó en España: no estábamos preparados para lo que se venía, de repente hubo tal explosión de libertad, de vanguardismo, de cultura, de luz, que nos fuimos a lo opuesto, a lo dictatorial, a lo autoritario, Igual que Aurora: su primer ideal es esa libertad, pero le viene grande», dice Alba. «Ella quería hacer a la mujer del futuro, quería dirigir ella la revolución... y se convierte en alguien totalitario», remata Ortiz. Paula Ortiz, que se consagró con ' La novia ', la película con más nominaciones de los Goya 2015 gracias a una particularísima adaptación de las 'Bodas de sangre', de Lorca, estrenó el año pasado 'Al otro lado del río y entre los árboles ', donde se atrevía con el Hemingway más otoñal; y también ' Teresa ', donde a partir del texto de Juan Mayorga navegaba por el éxtasis de la santa. Ahora, con 'La virgen roja' y esta madre «tan lorquiana» -«es el personaje más oscuro que he transitado hasta ahora»- Paula Ortiz se adentra en un mundo más terrenal y menos poético, pese a que la historia es pura poesía: «Es una historia tan dramática que el drama empuja y manda, no deja espacio para la contemplación, que es el cine que yo transito y me gusta, con esas partes contemplativas en las que el tiempo se detiene y aparece como una dimensión lírica», avanza Ortiz, también licenciada en Filología Hispánica y doctora en 'Teorías de Escritura de Guión de Cine'. «He aprendido a ser más narrativa... pero eso también me ha enseñado a que aún así mi lenguaje tiene que estar, y yo trabajo sobre la sublimación en la pantalla porque creo que eso es lo que tengo que ofrecer. Pero como los universos de esta película eran históricos, no me dejó margen para lo poético de la irrealidad. Por eso hubo que acercarse de otra manera y planteamos toda la película de una forma muy Nietzschiana: si Aurora quería hacer a la súper mujer, entonces Nietzsche estaba ahí como nuestro padre espiritual y todo giraba en torno al ideal de lo armónico, lo apolíneo en un mundo por contra, dionisiaco, caótico, sucio, pero real y vital».

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