Pillaje en el lugar de la tragedia: «Han reventado el Carrefour, la joyería..., eso no es para comer»

Es un escenario postapocalíptico . Quizá por falta de ideas o por lo gráfico de la escena es el mejor símil para describir la situación en Picanya, Paiporta, Sedaví o Alfafar, las poblaciones más afectadas por la inundación en la provincia de Valencia . Calles cortadas por coches, camiones y, hasta barcos, destrozados y apilados, mezclados con todo tipo de enseres, casas destruidas y el suelo recubierto por un palmo de barro. Un escenario de una película del fin del mundo en la que un puñado de valientes recorre las calles en búsqueda de supervivientes , agua o comida, a la par que se protege de la rapiña y los robos de los más desaprensivos. Lo triste es que no es ficción, no hay detrás una pantalla, es real y está pasando. Robos, sí. Comenzaron en las primeras horas de la inundación, en cuanto el manto de metro y medio de agua y barro inició su retirada y permitió que el acceso a las calles dejara de ser mortal. «Algunos dicen que es para comer, pero los televisores con su caja impoluta que sacaban del centro comercial de la pista de Silla esa misma noche no les van a servir para cenar», ironiza Xema, que junto con dos amigos recorre las calles de Alfafar y Sedaví comprobando que no quede ningún cuerpo entre los coches amontonados o en su interior. «Han reventado el Carrefour, la joyería, eso no es para comer », comenta Jorge uno de los jóvenes que les acompaña, justo cuando un pareja equipada con una linterna se adentra en la tienda de «todo a un euro» que tenemos delante. «Mira, mira», nos señalan. Nos acercamos rápido. Falsa alarma . La pareja sale al momento y nos explica que están buscando su coche. Y sí, aunque suene increíble hasta el pequeño espacio de la tienda está ocupado por dos vehículos arrastrados hasta dentro por la fuerza del agua. «No es el nuestro, es BMW azul oscuro», dice la mujer mientras continúan la búsqueda en la montaña de coches que corta la calle. Esta vez no era un saqueo, pero horas antes en Picanya nos habíamos encontrado con dos jóvenes que arrastraban un pesado carrito de Mercadona por el barro. «Es gratis, lo están repartiendo en el Mercadona, entras y coges lo que quieres», nos dicen. «Pero, ¿hay alguien allí repartiéndolo?, les preguntamos. «No, pero todo el mundo lo hace», contestan con un tono descendente que les delata en la mentira . También la calculadora que llevan sobre las botellas de cola y las cajas de leche, probablemente de alguna de las cajas del establecimiento. Algunos de los supermercados en que las persianas no las arrancó el agua han optado por abrir las puertas y permitir que los vecinos se lleven lo que necesiten . «Yo he cogido unas galletas, magdalenas y leche, pero hay quien salía con botes de mayonesa y botellas de whisky», nos cuenta una mujer que contempla desde una pasarela peatonal la maraña de coches y troncos de árbol que llena la playa de vías frente a la estación de Alfafar. Unas horas más tarde, en Benetússer, el 'saqueo' parece controlado. Un pequeño grupo reparte el botín que acumulan en unos carritos de supermercado. Frente a ellos, una larga cola espera su turno. «Huevos ya no quedan, mira», dice una de las mujeres que parece e l remedo de un particular Robin Hood de marca blanca . «La pizza me vale», dice uno de los que espera en la cola. «¡Por favor, no hagas fotos!» nos gritan desde el fondo cuando descubren que estamos grabando la escena. Como en esas narraciones de después del apocalipsis de las que hablamos, el saqueo está al orden del día. Hay quien lo justifica, «qué le vamos a hacer si total se iba a echar a perder», pero también avergüenza a los que se sorprenden de que «en una desgracia como ésta haya gente capaz de sacar lo peor del ser humano». «Se llevan las baterías de los coches, los tubos de escape, las herramientas, todo lo que encuentran» , nos confiesan algunos vecinos. «Hay quien dicen que en las primeras horas había gente buscando cadáveres para robarles las joyas, pero yo no lo he visto, me dolería mucho que no fuera un bulo», nos explica otro. Ya al final de la tarde, en Benetússer, las sirenas de un coche de la Guardia Civil que irrumpe todo lo más rápido que puede en las calles embarradas hacen que la gente que deambula se tenga que apartar. Una pareja de beneméritos se baja delante de nosotros. «¿Dónde está la joyería» preguntan a los vecinos que les indican un bajo al final de la manzana. Corren hacía allí, aunque de nuevo es una falsa alarma: quienes están dentro resultan ser los dueños, que están valorando los destrozos y limpiando lo poco que queda. Pero en las calles destrozadas son pocas las tiendas que quedan íntegras. Las que no están arrambladas por el agua, lucen sus escaparates vacíos como una zapatería a las afueras de Benetússer. La duda es si alguien se los llevó, o fueron los dueños quienes los sacaron a tiempo y lucen el vacío como garantía de que nadie romperá los cristales en busca de lo que no es suyo. Los robos no son exclusivos de esta zona de la huerta de Valencia. La noche del miércoles, ya de madrugada, mientras comprobábamos los destrozos en la zona cero de la inundación en Utiel una pareja de la Guardia Civil nos paraba para preguntarnos a dónde íbamos. «Somos periodistas, estamos viendo cómo está el lugar», les contestamos a la par que les mostrábamos las acreditaciones. «Adelante», nos dijeron, «es que estamos por la zona porque está entrando la gente a robar». No habían pasado ni diez minutos cuando, al salir, la misma pareja paraba una furgoneta blanca cargada hasta arriba de muebles, inmaculados, sin una gota de barro . De poco les sirvieron a los ocupantes las excusas de que los llevaban al vertedero para tirarlos.

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