Ser facha o retro no está pagado. No les da la vida en esa militancia cotidiana que no sólo incluye la misa mayor o el rezo del rosario ante Ferraz, entre los santos cristos de las cruces gamadas, sino que tienen que echar horas extras saltando de programa en programa de la televisión generalista
Ser facha o retro no está pagado, aunque a veces también se cobre por ello. Del alba a la madrugada, alertas como un centinela del Tercio de la Legión, naturalmente, se les ve transitar por paradas de autobús o por terrazas de bares donde se desempeñan, como un Demóstenes o un Canalejas, predicando a infieles y regocijando a los conversos.
Así, tacita a tacita como en el añejo anuncio de Nescafé, han ido conquistando el relato como sus ancestros conquistaron el Madrid del no pasarán, con la inestimable ayuda del Eje. Ahora, les ampara el viento de cola de la carcundia que sacude el mundo contemporáneo desde Washington a Pekín, desde Moscú a Bruselas: el progre se está convirtiendo en una especie de lince en vías de extinción para el que ni siquiera existe un Doñana donde anillarle.
Pero no les da la vida en esa militancia cotidiana que no sólo incluye la misa mayor o el rezo del rosario ante Ferraz, entre los santos cristos de las cruces gamadas, sino que tienen que echar horas extras saltando de programa en programa de la televisión generalista, como la antigua ardilla que podía recorrer España saltando de árbol en árbol y ahora puede hacerlo de telepredicador en telepredicadora del apocalipsis. Cambian de cadena pero, por fortuna, el mensaje es el mismo: entre descuartizamientos noticiosos, divorcios a la carta y estrellas en gresca, se cuelan dicterios al gobierno, mientras auguran que volverán los neoliberales cual torna la cigüeña al campanario.
Debe ser molesto desayunar y encontrarse de nuevo con que el mundo se hunde o España se rompe, como ocurre a diario. Con que Perro Sánchez y su gobierno bolivariano se atrinchera en La Moncloa como un okupa contra el que ni siquiera ha podido Prosegur Alarmas ni Securitas Direct, ni Vox ni el PP, ni la Cope ni Libertad Digital, ni Ana Rosa Quintana ni El Hormiguero. ¿De dónde sacarán tiempo para verlos todos? Les imagino con un cubo de palomitas rojigualdas, resistiendo a los bolcheviques desde su piso minúsculo o su chalet adosado. Despotricando porque no hacen más que subir las pensiones para ganar adeptos, porque siguen vacunando para inocularles el microchip de la duda en sus dogmas ortodoxos, porque son capaces incluso de enterrar a los votantes bajo una DANA y echarle la culpa a Mazón.
De tanto defender la fiesta taurina, que están en su derecho, no tienen ocasión de luchar por la sanidad pública. De tanto combatir con la motosierra de su dialéctica las subidas de impuestos, no alcanzan a protestar porque los trenes no llegan ni salen a tiempo
Debe ser terrible sentirse rodeados por la Aemet, por la Unidad Militar de Emergencias, por la Confederación Hidrográfica del Júcar, por los inmigrantes, por las feminazis, por las abortistas, por el lobby gay y por los intelectuales de cámara de Begoño Gómez. Cuando no despotrican contra Angela Merkel, lo hacen contra Ursula von Der Leyen, menudo par de rojazas. Hay que ir preparados para afrontar todo ello, con el fachaleco de las monterías, no se les vaya a cruzar impunemente un ecologista, un Pedro Almodóvar o un vegano por sus vidas. Mueran Cáritas y la Cruz Roja, viva El Yunke y el concurso de Ángel Gaitán.
De vez en cuando, eso sí, les toca en suerte alguna alegría, como cuando ganó el simpático Donald Trump en las elecciones estadounidenses y se fue la chupipandi a celebrarlo bajo el balcón de Génova, a ver si España se contagia de una vez por todas y sacamos del poder a esa horda de vendepatrias y perroflautas, a la infame Montero y la artera Yolanda Díaz, o ese Rufián como su propio nombre indica, o el tal Puigdemont, que sería de los nuestros, dicen, si no fuera separatista.
De tanto defender la fiesta taurina, que están en su derecho, no tienen ocasión de luchar por la sanidad pública. De tanto combatir con la motosierra de su dialéctica las subidas de impuestos, no alcanzan a protestar porque los trenes no llegan ni salen a tiempo, porque las autovías parecen ucranianas y en el cole del niño cada día hay menos profesores. Pero les fascina encontrar platillos volantes del cuarto milenio en los aparcamientos públicos que debieran estar llenos de cadáveres, porque seguro que el Ejército se los lleva por las noches. Y deciden democráticamente en sus tés de las cinco del patriotismo ibero que, en la Unión Europea, hay que cambiar a la felona Teresa Ribera por la jovial Giorgia Meloni.
Jalean a sus líderes con entusiasmo, cuelgan un póster de Ortega Smith o de Dolors Montserrat en el cuarto de estudiantes, se tatúan en el muslo la cara de Miguel Tellado o de Elías Bendodo y alzan mucho la voz, como si alguien quisiera silenciarles, a pesar de que resultaría imposible hacerlo. Están en todas partes, emergen como durmientes del KGB en una película de serie B, se multiplican como cayucos, adoctrinan mucho más que la Educación por la Ciudadanía, pero a favor de parte. Las redes sociales son suyas y mueren con Elon Musk mientras aplauden cómo los bocachanclas de la izquierda huyen como ratas del antiguo tuiter. De mayores, eso sí, quisieran ser jueces conservadores, valga la redundancia.
Con esta agenda, comprendan que uno siga siendo del otro bando. Nos da tiempo a leer algún que otro libro o a decir que lo hacemos. A ver una serie o a escuchar incluso regetón, porque hay de todo en este mundo. No convertimos en una sesión de control en el Senado la birra con los colegas y cuando hablamos de Alberto Núñez Feijoo, lejos de proclamar que habría que pegarle un tiro o colgarlo de los pies, lo mentamos incluso con una cierta penita.
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