Qué listos son los influencers y qué tontos somos el resto

Cuanto más nos conecte algo con la indignación, el enfado o la desconfianza más filtros y cautelas debemos poner. No solo está en juego la democracia, sino también nuestra salud mental

“Lo que más daño nos han hecho son los bulos”. Lo dice una de las vecinas de las zonas afectadas por la DANA. Mientras leo esto veo a varios impresentables con millones de seguidores disfrazados de reporteros de guerra difundiendo bulos a cara descubierta. Diciendo mentiras sobre si se están tirando a la basura las donaciones que hace la gente o poniendo bajo sospecha a organizaciones como Cáritas o Cruz Roja mientras la única verdad es que ellos se ponen las botas. Efectivamente, las botas se están poniendo, se están forrando a base de mentiras llenas de mala fe y alarmismo. Notoriedad, likes, publicidad, ingresos extras y contar, directa o indirectamente, con la bendición acaudalada de la extrema derecha.

 Sea por divertimento sádico o por ideología, el efecto es el mismo: desestabilizan emocionalmente a quienes ven sus vídeos, leen sus posts, pinchan sus perfiles. Irritar, deprimir, vomitar odio, deformar la realidad, inocular escepticismo, machismo, racismo… En definitiva, intoxicar para zombificar, como si fuéramos parte de su partida de Minecraft. Debilitarnos y debilitar la democracia. Esos, no todos, en su zona de confort económico y social, desde sus sillones de gamers o tirándose al suelo para mancharse de barro, le ponen muchos filtros para aparentar verdad y difundir contenidos sin contrastar, con total impunidad. 

Les resbala la responsabilidad que tienen sobre esos bulos o mentiras porque al fin y al cabo responsables sois, somos, los que miramos atónitos sus vídeos. Para ellos, que pasan de todo, la responsabilidad y la culpa es nuestra y el mérito, suyo, el del éxito de ser virales y contar con el apoyo de una extrema derecha que la goza viendo una realidad cada vez más distócica que les hace sentirse fuertes entre los débiles. 

Las y los influencers que se burlan de la verdad son los listos y nosotros los tontos. En su lógica de mucha cara y máximo beneficio para qué van a contrastar la veracidad de lo que difunden. Se les acabaría el negocio, no serían nadie. La ardua tarea de verificar nos la dejan a nosotras y nosotros. A veces hasta parece que se lo pasan bomba jugando al gato y al ratón, lanzan un bulo disparatado y detrás de él vamos todos a compartirlo o desmentirlo, a pelearnos entre nosotros. El peligro es ese, que nos enfrentamos entre nosotros porque, lamentablemente, hay gente que les cree. Lo explica bien Marta Borraz en su reportaje para este medio: “ante una crisis como la actual ”hay una necesidad humana muy relevante“ que es la de ”saber que está pasando y darle un sentido“. ”Y cuando no hay información o no es inmediata surgen respuestas alternativas que da igual que sean ciertas o no, pero cubren este espacio, nos hacen sentir más tranquilos y creer que aparentemente estamos conociendo qué ocurre“ .

Este jueves, en una conversación con hombres de bien y saberes contrastados por sus trayectorias profesionales escuchaba que los políticos y los medios de comunicación están fuera de la realidad. Que el modo de informarse es a través de Tik Tok y otras redes sociales. Mi respuesta fue inmediata: la “(des)información” de los 700 muertos en el parking de Bonaire o del no despliegue de la UME o las presas varias que iban a reventar, (y la lista es interminable) se ha originado en las redes y difundido por influencers. ¿Quiénes son los que realmente están fuera de la realidad? A no ser que por realidad estemos refiriéndonos a una realidad que no existe o está deformada. 

Quienes se toman en serio el periodismo como un servicio público saben bien que no se puede publicar una noticia sin contrastar con, al menos, tres fuentes. Y tres fuentes no son tres personas que se paran a hablar con nosotros a contarnos su visión de la realidad. Tres fuentes no son tres pseudomedios digitales cuyas firmas no superarían un test de la máquina de la verdad.

Nos parecería insólito que un juicio lo celebrase un sujeto al que le bastase ponerse una toga, o que una cirugía la hiciese un individuo que solo tuviera que abrirse las manos antes de hacer una incisión en un cuerpo humano. Nos parecería una estafa que a nuestras hijas e hijos les diera clase alguien que no sabe leer ni escribir. No nos gustaría que nos llevara en taxi alguien que no sabe conducir… 

No se trata de desconfiar de todo y de todos. En este momento en que es un hecho que circulan altas cantidades de bulos y noticias falsas es cuestión de contrastar la información que recibimos o comprobar cómo ha alcanzado su notoriedad y popularidad la persona que la difunde o el medio que la avala o la web donde está colgada. Desconfiar de los titulares extremadamente emocionales con los que te da un vuelco el corazón o de aquellos que contienen juicios de valor y determinan lo que debes opinar sobre alguien o algo. Eso no es información ni informativo. Respirar y reflexionar por nosotros mismos, y antes de compartir comprobar, por mucho que nos lleven los demonios o sintamos la necesidad de hacer algo. Cuanto más nos conecte con la indignación, el enfado o la desconfianza más filtros y cautelas debemos poner. No solo está en juego la democracia, sino también nuestra salud mental. Seamos listos, cuidémosla.

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