Que tengamos hijos, la (no tan) nueva obsesión populista

Es importante recordar que las políticas en favor de la natalidad se enredan con frecuencia con ideas racistas y fascistas y tienden a limitar los derechos reproductivos de las mujeres

El declive demográfico es un hecho, y no solo sucede en países ricos. Cada vez se tienen menos hijos y en un mundo dominado por el rendimiento económico los niños son como los inmigrantes: se entiende su valor no tanto por lo que son sino por lo que aportan. La demógrafa estadounidense Jennifer Sciubba dice que el sexo, la muerte y la migración moldean nuestro mundo, y el hecho de que los populistas lo mezclen todo le viene a dar la razón. Tener hijos es una decisión personal y un ejercicio de la libertad individual, y eso deberían entenderlo los que presumen de liberales antes de decir que cualquier persona o familia debería tener hijos o tener más hijos.

Por esa razón, llevar en el programa político que la maternidad y paternidad son buenas desde el punto de vista individual y no solo colectivo hay que recurrir a algunas contorsiones populistas que gozan de notable éxito. Una de ellas es racista y apela al famoso gran reemplazo: tenemos hijos por la patria y la supervivencia de la raza y para evitar que los hijos de otros campen a sus anchas por nuestros territorios ancestrales. Es una vieja idea con raíces en la eugenesia de principios del siglo XX. En fin, los nazis. Hay que tener hijos españoles para que los hijos de marroquíes no sustituyan a los españoles como hay que tener hijos catalanes para que los hijos de los españoles no sustituyan a los catalanes y así hasta la endogamia y en fin, hasta que acabemos todos votando a Alvise o Orriols. La llamada a tener retoños en una competición racista tiene el punto débil de que solo sirven para los muy cafeteros (hay muy poca gente que piense en su país en el momento de la fertilización) y, para añadir una nota de actualidad, acaba dando la razón a México en la controversia de “indígenas contra conquistadores”.

Es importante recordar que las políticas en favor de la natalidad se enredan con frecuencia con ideas racistas y fascistas y tienden a limitar los derechos reproductivos de las mujeres. La novedad (relativa) es que los (y sobre todo las) que deciden no tener hijos (o tener pocos) no lo hacen en un ejercicio de su libertad personal sino debido a una distorsión cultural y política que ha lastimado su verdadero yo y les condena a la infelicidad. En este camino se cruzan JD Vance, Putin y la religión con el objetivo de restablecer un marco moral que la mujer ha olvidado a costa de abusar de libertinajes, anticonceptivos y abortos. El proyecto de ley que prepara la Duma rusa, por el que se podrían imponer multas de hasta 50.000 euros a los que apoyen “la negativa a tener hijos” en cualquier ámbito de la vida, desde una conversación informal a la creación de películas y libros y que el Kremlin califica como una respuesta al “movimiento childfree” se abraza en el sofá más roñoso con el JD Vance de las mujeres gatas sin hijos y tecnobros. Como diría un famoso influencer, el feminismo ha devenido en Charocracia. 

No hay que despreciar estas influencias. El capitalismo, Rusia y el hostelero de Marbella necesitan que tengas hijos y apelan a la búsqueda de un propósito profundo que las mujeres solo podemos encontrar, si de verdad fuéramos capaces de pensar en el sentido de la vida, en la maternidad. Si acabas sintiendo que tener muchos hijos es un rechazo deliberado de un estilo de vida egocéntrico y una elección personal “humanista”, puedes compaginar una vida familiar de los años 50 con un rechazo moderno a lo woke y una apelación sublime a la libertad personal. Los mensajes se dirigen a la mujer ha decidido tener menos hijos o no tener hijos para buscar la felicidad personal y el éxito profesional y sugiere, de maneras poco sutiles, que son unas egoístas que acabarán solas y devoradas por sus gatos. El desprecio al criterio de las mujeres y la constatación de que muchas están cansadas de librar batallas inútiles propicia que se ofrezca un marco moral que asegura felicidad, tranquilidad y cumplimiento de un objetivo superior.

Las mujeres sabemos lo que queremos y, como eso es indiscutible, vale la pena recordar que las políticas explícitamente a favor de la natalidad no han tenido ni tienen grandes resultados. Hacer que la vida de las personas y las familias sea mejor debe ser un fin en sí mismo, no un medio para traer más niños al mundo. Invertir en educación y sanidad, crear oportunidades y combatir la desigualdad deben ser fines y no políticas para convencernos de tener hijos. Abordar la realidad actual en lugar de intentar volver a una versión del pasado que nunca existió y proteger los derechos de los que están quizá no traiga más niños al mundo pero hará que el futuro de los que vengan sea mejor. ¿No era este nuestro legado? 

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