La tensión entre moralidad y deseo mantiene firme la cuerda sobre la que pisan los personajes de Eloy, y que resulta estar hecha de la misma fibra que maneja el Lazarillo de Tormes o el Buscón don Pablos o El Pijoaparte de Marsé, personajes cuya autopsia hubiese resultado tan interesante como lo fue la de José Luis Manzano
Existen personas cuyas biografías carecen de interés, lo mismo que sus autopsias. Por el contrario, hay otras biografías que despiertan gusto y afinidad desde los primeros berridos, nada más estrenar el mundo, cuando empiezan a mamar los calostros negros de la ruina. La biografía de José Luis Manzano pertenece a esta selecta clase.
Venía de Vallecas y se lo montaba de chapero en el centro, en los billares Victoria, un sitio de vicio y amor prohibido donde da con Eloy de la Iglesia, el cineasta que lo convertirá en protagonista de sus películas. Esta historia y otras parecidas las cuenta Eduardo Fuembuena en su libro Lejos de aquí, el trabajo más completo hasta la fecha acerca de José Luis Manzano y su relación con Eloy de la Iglesia.
Entre sus páginas nos encontramos con un mundo donde hasta la mierda tiene sus propias reglas. Porque para la gente del otro lado del arroyo, como lo era Manzano, la muerte es una puta manera de ser. Y eso mismo lo captó Eloy de la Iglesia en sus películas callejeras donde no sólo retrató una época, sino a los personajes que la habitaron.
En estos días de barro y miseria política, llega a las tiendas otro libro dedicado a Eloy de la Iglesia. Lo publica la editorial Dos bigotes y está coordinado por Carlos Barea. Es un libro coral y, entre las voces destacables, aparecen las de Vicente Monroy y la del bueno de Eduardo Bravo. Resulta curioso comprobar cómo un cineasta denostado en su época por la propia gente del gremio resulta hoy más vivo que cualquiera de los directores de cine de entonces. El tiempo ha sabido dar ventaja a Eloy de la Iglesia. Sin duda.
Vicente Monroy hace un recorrido por su filmografía menos conocida, la dedicada al terror; un género del que se serviría Eloy para tratar ciertos temas que, de otra manera, no hubiera sido posible. De esta forma, la estética del calzoncillo del llamado cine quinqui va a dar paso a la elegancia visual de un caserón victoriano a orillas del Cantábrico en la adaptación de Otra vuelta de tuerca, la novela de fantasmas escrita por Henry James.
Por la parte que le toca a Eduardo Bravo, hay que apuntar que, en unas cuantas páginas, se marca un repaso al cine de Eloy de la Iglesia y a su relación con las estructuras políticas, eclesiásticas y sociales; todo ello jaspeado por ese sentido del humor tan personal que se gasta Bravo a la hora de ponerse a escribir. La tensión entre moralidad y deseo mantiene firme la cuerda sobre la que pisan los personajes de Eloy, y que resulta estar hecha de la misma fibra que maneja el Lazarillo de Tormes o el Buscón don Pablos o El Pijoaparte de Marsé, personajes cuya autopsia hubiese resultado tan interesante como lo fue la de José Luis Manzano.
Su cadáver apareció en el domicilio de Eloy de la Iglesia. Estaba cubierto de heridas realizadas con un utensilio punzante. Según el informe forense, la causa de la muerte “fue de naturaleza violenta, habiéndose encontrado los principios de la heroína y de otros tóxicos en su sangre, orina y órganos vitales”. En fin.
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