Ser una pantera, sexo lésbico... Gillian Anderson revela las fantasías sexuales de las mujeres

Sacar a la luz las fantasías femeninas conllevaba asimismo el planteamiento de preguntas conflictivas: ¿Querían las mujeres actuar conforme a esas imaginaciones? ¿Qué significaba tener una fantasía inusual, prohibida o incluso ilegal? ¿Qué nos decía todo eso sobre los roles de género establecidos que nos habían endilgado a las mujeres?

Durante los cincuenta años transcurridos desde la primera edición de Mi jardín secreto, nuestras relaciones sociales y sexuales han cambiado mucho. ¿Han variado también los deseos internos más profundos de las mujeres? Como mujer que soy, con una vida sexual y unas fantasías propias, sentía curiosidad por saber en qué sentido se parecían — o diferían— las fantasías de un grupo diverso de mujeres con respecto a las mías.

El libro que tenéis entre las manos comenzó como una invitación dirigida a mujeres de todo el globo. "Querida Gillian" fue una llamada a las mujeres para que compartiesen esas fantasías, pensamientos y sensaciones sexuales que tantas de nosotras atesoramos en la cabeza, pero de las que raras veces hablamos. Se trataba de una oportunidad para recopilar voces de mujeres del mundo entero en un nuevo libro de fantasías para una nueva generación. Mi editorial creó un portal web al que podían enviarse las cartas de forma anónima. Y nos sentamos a esperar... Teníamos muchísimas preguntas: ¿Sería interesante o erótico para las mujeres agarrar papel y boli y compartir sus pensamientos internos con otra gente? ¿Qué cambiaría en el fondo al convertir lo intrínsecamente privado en público? ¿Cómo respondería la gente? Al término del plazo para los envíos, todas las cartas juntas sumaban algo menos de mil páginas manuscritas: habíamos recibido historias suficientes para llenar un mínimo de ocho volúmenes. Sin ninguna duda, la necesidad estaba ahí.

Estas cartas desencadenaron un torrente de efusiones sinceras, espontáneas, desgarradoras, divertidas y directamente obscenas que subrayaban fantasías tan ricas y variadas como sus autoras. Cartas de mujeres que nunca habían expresado —ni en voz alta ni sobre el papel— sus secretos sexuales ante nadie, más allá de dejar caer algún detalle suelto mientras se tomaban una copa con alguna amiga íntima o en el calor del momento con una pareja. Resultaba obvio que participar en "Querida Gillian" era para ellas un proceso liberador y al mismo tiempo ilícito. Llegaron cartas de adolescentes que aún no habían tenido su primer encuentro sexual; de mujeres solteras atrapadas en el círculo vicioso de rollos de internet e historias de una noche; de mujeres agotadas con hijos pequeños; de mujeres casadas o emparejadas desde hacía mucho, frustradas por la rutina de siempre; de mujeres transgénero y personas que se identifican como no binarias; y de mujeres con sesenta o setenta años que consideraban que queda mucho por decir sobre el sexo postmenopáusico. Recibimos cartas de mujeres de todo el mundo: desde Colombia hasta China, de Irlanda a Islandia, de Lituania a Libia, de Nueva Zelanda a Nigeria, de Rumanía a Rusia. Cartas de mujeres pansexuales, bisexuales, asexuales, arrománticas, lesbianas, heteros y queers.

Portada de 'Quiero', la investigación sobre las fantasías sexuales de las mujeres de Gillian Anderson.

Como sociedad, tenemos por costumbre encasillar a las mujeres, limitar y restringir sus identidades y papeles (la seductora pareja sexual, la madre cuidadora, la profesional inteligente) y, aun así, estas fantasías demuestran, ante todo, que ninguna mujer tiene una identidad única. Mi intención era cuestionar las categorizaciones en las que las mujeres se ven metidas a la fuerza, pero, claro, los libros han de tener cierta estructura y cierto orden.

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Estoy felizmente casada. Creo. Mi marido es un tipo genial. Es bueno. Es fácil de llevar. Tenemos intereses comunes. Es un padre magnífico. Me respeta. Trabaja mucho. Me apoya económicamente. Es mi mejor amigo. Y estar casada con tu mejor amigo es lo mejor del mundo. Pero a veces me pregunto cómo sería mi vida si se muriese. ¿Me saldría ser valiente? ¿Cambiarían mis gustos? Me pregunto si sería una persona distinta a mi yo de veinte años que se fijó en un tipo que acabó siendo su mejor amigo y su marido; si tendría el coraje suficiente de admitir lo que de verdad quería ante mí misma, ante mi familia, ante mis amistades, ante mis hijos.

En mi trabajo había una chica; digo "chica" pero era una mujer. No había conocido nunca a nadie como ella: pelo largo, oscuro, brillante; una sonrisa enorme, con los dientes demasiado grandes para la boca; los brazos cubiertos de tatuajes; pechos pequeños. Los ojos le brillaban cuando se cruzaban con los míos y veían más allá de mis ojeras por cansancio, de la rebeca amorfa que me disimulaba la barriga de embarazada. La cara se le iluminaba cuando yo hablaba; se le inclinaba el cuerpo hacia mí. Al día siguiente se marchaba al extranjero. Unos cuantos decidimos salir a tomar algo. Recuerdo exactamente dónde me encontraba cuando se me acercó por detrás y me rodeó la cintura con el brazo, en gesto informal, entrelazando sus dedos con los míos. Me negué a bajar la mirada; mantuve la vista al frente. Me notaba borracha. Sentía las mejillas coloradas. El cuerpo entero me ardía mientras estaba allí, fingiendo seguir el hilo de la conversación, sonriendo y asintiendo cuando podía. Me eché un poco hacia atrás y aparté el cuerpo del suyo; su cara mostraba una risa por algo que alguien había dicho. Yo también sonreía, aunque no había atendido a una sola palabra de aquella conversación. Cerré los ojos un segundo, y entonces dejó caer la mano. Esa ausencia me quemó y tropecé hacia un lado. Me excusé y me marché a casa, junto a mis hijos y a mi mejor amigo. Ahora solo la veo por Instagram, o cuando me miro en el espejo del baño y está ahí de pie, detrás de mí. La veo con mi vibrador en la mano e imagino que mi marido está muerto. Y me pregunto si me saldría ser lo bastante valiente para dejarla abrirse paso por mi cuerpo. Si permitiría que su pelo largo me hiciera cosquillas en los pechos, si sus senos, menudos, encajarían con los míos, voluptuosos. ¿Sería lo bastante valiente para besarla? ¿Sería lo bastante atrevida para dejar que me explorase el cuerpo mientras yo exploraba el suyo? ¿Sería lo bastante valiente para compartirla con mis hijos? Ahora mismo no lo soy. No tengo la valentía suficiente para dejar a mi marido. No voy a dejarlo nunca. Es mi mejor amigo. Por la calle vamos caminando de la mano, pero en la cama nos damos la espalda, no por enfado, sino por cansancio. Por conformidad. Por resignación. Estoy resignada a una vida de conformidad. Una vida feliz. Sin deseos. Conformidad y nada más. A lo mejor estar casada con tu mejor amigo tampoco está tan mal.

Blanca británica | Judía | 100.000 £ | Heterosexual | Casada/en una unión civil | Sin hijos

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Mi mayor fantasía sexual es un juego con mascotas de índole muy específica. En vez de elegir un perrito o un gatito, prefiero hacer de pantera negra. Llevo las orejas y la cola esperables, claro, pero también un par de guantes con garras afiladas. Se trata de una zona gris entre la dominación y la sumisión: ser una mascota con un matiz sádico. Esta dinámica nos resulta empoderante a mi novia y a mí. La mascota sabe que puede ser violenta, morder y arañar y ser un poco brusca en su juego. El ama también lo sabe y mantiene al animal a raya, aunque le permita usar sus talentos. A veces fantaseo con custodiar a mi ama a los pies de un trono, reposando junto a ella. Otras veces me pregunto cómo sería que me mandasen cazar a otra mascota sumisa que esté también a sus órdenes. Que me digan "a la yugular" y me suelten la correa.

Blanca | Atea |

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