Sevilla el barco y Arcángel el navegante

Paran taxis y Ubers en mitad del Paseo Colón. La gente que se apea lo hace con el runrún de las grandes ocasiones en las puertas del Teatro de La Maestranza. En el hall de entrada se consumen bebidas en mesas altas, hay corrillos con conversaciones cruzadas. Es imponente el escenario, el telón verde intimida aún con la luz de la gigante lámpara central encendida. Tiembla el parqué con los pasos de los asistentes. Ya se encargó el propio protagonista de aclarar que ésta era una de las citas más especiales de su carrera, una cima. Francisco José Arcángel Ramos estrena ‘Un mar de cantes’ en noche única en la Bienal. 50 años tiene este payo que no tiene una saga detrás que lo respalde ni gente que cantara en su casa. Uno de Gibraleón, que lo conoce mucho, dice de Arcángel que está “condenado” a cantar bien. Y que esa condena se convirtió en inapelable desde el mismo momento en el que los fandangos entraron en su cuerpo. Se hace la oscuridad y el soniquete descubre en el fondo del escenario al cuadro flamenco. El de Alosno sale de la tramoya a paso decidido y se coloca en el centro de las tablas. Va de negro entero. Canta con el Atlántico picado dentro de su organismo, sale un timbre de oleaje que reverbera, que baña la orilla humana de butacas. Un eco adictivo que queda reflejado en sus ojos abiertos de par en par. A su lado está Benito Bernal con la guitarra. Conforme avanza el espectáculo van ocupando, de uno en uno, las sillas que flanquean al onubense los otros tres tocaores que le acompañan. Miguel Ángel Cortés, Salvador Gutiérrez y Francis Gómez. Cuatro generaciones distintas. Al que canta no le hace falta más que mover las manos para expresar lo que está haciendo con el timón de su garganta. Con ‘Abre la ventana’, se conectan las cuatro guitarras. Será de las pocas veces que sonría, está ensimismado en la travesía. Se desaloja el escenario y solo quedan dos de los acompañantes que empiezan a hacer compás con los nudillos sobre la mesa. Por peteneras y por soleá. En un claroscuro gesticula el hombre del cabello rizado. Son surcos negros y a la vez celestiales los que dibuja mientras sus labios sienten cosquillas. Sentado tiene pinta de profeta, de pie podría ser galán de cine o torero. Los espectadores murmuran los oles. Esa es la señal, son inconscientes, inevitables. Hay pocas cosas más antiestéticas que un halago a destiempo y pocas más cautivadoras e indicativas que un reconocimiento que nace de lo que es imposible de controlar. Los susurros luego se convirtieron en sonoros aplausos. Ocurrió lo mismo por tarantas y seguiriyas. Tras un agradecimiento general, el fin de fiesta fue por Huelva. Fandangos de su cuna, cantados con el alma en la boca. El Teatro terminó de entregarse cuando regaló ‘Que también es de Sevilla’. Si lo clásico es lo que perdura a fuerza de ser inmejorable, lo vanguardista es lo que hace tendencia sin renegar de los preceptos de lo añoso, consiguiendo crear un quórum entre los catedráticos y los profanos. La pureza también tiene bifurcaciones. Y él es una de ellas. Lo ha demostrado donde lo hacen los grandes: en la meca del cante, en el Coliseo del flamenco.

abc.es

Leer artículo completo sobre: abc.es

Noticias no leídas