Si alguien domina la justicia paralela es la televisión. El sistema judicial se inventó para meter a gente en la cárcel mientras llegaban los periodistas con sus micrófonos. La Justicia, así con mayúsculas, fue sólo la versión primitiva del castigo merecido, que ahora cae verdaderamente sobre ti cuando sales en un programa del corazón, en una cuenta de Instagram, en los trending topic de Twitter o, como es el caso, en una serie de Netflix. No era tan complicado resolver un caso, bastaba con saber contar bien una historia.
He tanteado varios shows para comentarles hoy festivo, y todos eran un aburrimiento. Está Medina (PrimeVideo), donde Jorge Ponce (La Revuelta) investiga algo que no nos interesa y aprovecha para sacar a todos sus amigos. Luego probé La franquicia (Max), donde la industria audiovisual se da aires e importancia y nos cuenta lo difícil que es hacer series, a diferencia de trabajar honradamente. También vi Shatter Belt (Filmin), una modernez a cargo del director de Coherence (2013) que parece ser Coherence al cubo, muy complicada. Las tres son series que uno diría que se devoran a sí mismas, como si no hubiera nada ya que contar.
Soy Zodiac, en fin, también tiene algo de autofagia creativa. Si me la puse fue, precisamente, porque sé quién fue Zodiac y había visto la película de David Fincher en 2007. Somos espectadores recalentados. Lo curioso es que la serie es interesante a pesar de sí misma.
Su propósito no es otro que zanjar el caso Zodiac dándonos el nombre del asesino en serie de la Bahía de San Francisco a finales de los años 60. Ojo aquí: cincuenta años de investigaciones, pruebas periciales, expertos, registros domiciliarios y censos de hasta 2500 sospechosos acaban cuando a Netflix le ha parecido bien, y ha hecho su documental. Si hay tantos crímenes sin resolver en el siglo XX es porque no había Netflix aún.
Si hay tantos crímenes sin resolver en el siglo XX es porque no había Netflix aún
Mientras los creadores de Soy Zodiac avanzan hacia su sentencia condenatoria, uno puede apreciar la influencia de este asesino en serie en la cultura popular. De pronto, te das cuenta de que el malo de Asesinato en 8 mm (Joel Schumaher, 1999) luce como Zodiac; y también el “rey amarillo” de True Detective (primera temporada, 2014). Siempre son tipos grandes, osos de peluche del mal. También es posible que fuera este perturbado el que inventó lo de escribir a los periódicos, jugar con la policía, proponer enigmas (textos cifrados) y tantas otras cosas que luego enriquecen películas, cómics y novelas. La apariencia de Enigma en The Batman (2022) es muy similar a la de Zodiac en uno de sus asesinatos (1969), pues un joven sobrevivió y pudo describir su aspecto: llevaba en la cabeza una capucha hecha a mano y las gafas puestas.
Soy Zodiac nos cuenta lo que ya sabemos si vimos la película de Fincher, pero guarda en la manga la carta de un testimonio inédito. Una familia pobre y no muy culta fue amiga íntima del principal sospechoso de estos crímenes, Arthur Leigh Allen. Son ellos los que, seguramente nada presionados por los creadores del show, acaban diciendo que Allen les dijo que era Zodiac.
Lo cierto es que durante los tres episodios de la serie vemos al pobre Arthur negando cuarenta veces que fuera el asesino, y rogando a todo el mundo que deje de decirlo porque le han arruinado la vida. De hecho, su extraña muerte (sin más, fue encontrado en el suelo de su cocina, con una carta para la policía en la mano), fue también una forma de negar su condición criminal: en la carta negaba ser el Zodiac por enésima y última vez.
La serie podría perfectamente haberse titulado No soy Zodiac, y haber ahondado en el suplicio de un hombre (nada santo: fue a la cárcel por abusar de niños) que todos creen culpable de algo que no ha hecho. Netflix, entre que un hombre sea culpable o inocente, decide que es culpable porque da más dinero. Quizá aprendieron la lección de David Fincher, cuya película de dos horas y media de duración acababa sin resolver el asesinato (porque justamente eso fue lo que pasó), algo que provocó su fracaso en taquilla.
Soy Zodiac tiene partes disfrutables, no precisamente aquellas en las que la familia Seawater nos cuenta sus sentimientos y sus emociones por salir en una serie de Netflix. Es a partir del segundo episodio cuando la cosa mejora, sobre todo por la entrevista grabada que le hizo a Arthur Leigh Allen una periodista de televisión. Vemos a ese hombre asediado durante años por una sospecha sanguinaria negarlo todo y derrumbarse. Si fue él, además de asesino, fue un actor increíble.
Podría haberse titulado 'No soy Zodiac' y haber ahondado en el suplicio de un hombre que todos creen culpable de algo que no ha hecho
Sin embargo, la propia periodista, décadas después, comenta que tras conocerle en persona y hablar con él pensó que era Zodiac. También se extractan pasajes de las cartas que Arthur envió desde la cárcel a la familia Seawater, y donde no deja de rebatir que él sea Zodiac. Sin embargo, leídas por la voz en off cavernosa de la serie suenan justamente a lo contrario. Son tan pillos en este documental que leen con la misma voz las cartas que el asesino mandó a los periódicos y las cartas que Arthur Leigh Allen envió a sus amigos.
Como estuvo en la cárcel cuatro años y en ese periodo Zodiac no actuó, y como llevaba un reloj de la marca Zodiac (ya ven), fue él. Lo curioso es que en las cartas desde la cárcel celebra estar encerrado porque así nadie puede acusarle ya de ser el asesino. Pero Netflix lo ve de otra manera.
Netflix acusa, juzga y condena a Arthur Leigh Allen a ser Zodiac.
Y a ver cómo apelas eso.
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