Sudor y canas mantienen viva la viticultura heroica en la Ribeira Sacra

Apenas ha salido el sol. Los primeros rayos se filtran entre la niebla, acariciando las escarpadas colinas de la Ribeira Sacra , y ya son varios los vecinos que acuden a las fincas para empezar con la vendimia . Son, en su mayoría, familias con más padres y abuelos que hijos o nietos trabajando entre las parras. Un hecho que se acusa desde hace años y sin visos de cambio. Como en otros lugares de Galicia, especialmente en el interior, el envejecimiento general de la población hace mella, más aún en este trabajo eminentemente físico, cuya dificultad se multiplica en el caso de la Ribeira Sacra, donde las pendientes en las que crece la uva llegan hasta los 88 grados en el Valle de Sil y los cañones de los ríos Miño y Sil. Un paisaje único donde la tradición de esta práctica centenaria ha llevado a que se conozca a los vendimiadores de esta zona como viticultores heroicos . El paso de las décadas facilita el trabajo en cierto modo, ya que siguen siendo muchas las cepas que, por su extrema pendiente, impide el uso de tractores o maquinaria . Pero la esencia heroica de esta labor se manifiesta en los vendimiadores que se cargan al hombro los capachos cargados de uva por las estrechas escaleras de piedra, utilizando arneses o botes por el río en los casos más extremos para los que tienen posibles. Pero estos recursos no están al alcance de la mayoría de viñedos familiares, con poca producción para consumo propio, en los que la falta de relevo y el envejecimiento obliga a replantearse o, directamente, abandonar las parras de más difícil acceso para desgracia de sus propietarios. Así lo señala un grupo de familia y amigos en plena faena, en una de las múltiples viñas que se extienden en los alrededores de la parroquia de Doade, en el municipio de Sober (Lugo). Un grupo de seis vendimiadores en los que la media de edad no baja de los 65 años, pero en los que toda una vida de vinculación a esta tierra agradecida a la vista pero dura en lo que se refiere al curtido trabajo, como se puede apreciar en su dedicación a las vides. «Antiguamente, la vendimia era una fiesta en la que participaba todo el pueblo , nos ayudábamos los unos a los otros, pero ahora se ha convertido en un negocio» señala Ramiro. No es su caso, donde el grupo va por las distintas vides de cada miembro para tener vino que consumen ellos mismos, entre mucho esfuerzo y sudor, pero con frecuentes bromas y chanzas que lo hacen más llevadero. «Hay que reirse, que para llorar también hay épocas» afirma Estrella. Lejos quedan aquellos años en los que no había pistas de tierra, como las de ahora, y los burros traían las arcas de madera donde luego se pisaba las uvas. «Aquello sí que era heroico», comenta una de las vendimiadoras, mientras Ramiro señala también cómo jóvenes de cada cuadrilla hacían carreras con las arcas cargadas al hombro. Su labor ni las vides han cambiado desde que recogían las uvas de jóvenes, pero el paso de los años pasa factura, « cada vez cuesta algo más » indica Rafael, propietario de la finca. Diego, que ronda los 50, es ahora el más joven del grupo, encargado de subir las uvas por la pendiente y echar una mano a los más veteranos, ya que sus hijos viven fuera trabajando en otros oficios. Señala que otros vendimiadores le han preguntado por gente joven para ayudarles en la recolecta, pero «no hay». Un problema, el de la falta de relevo, que acusan en multitud de fincas, donde coinciden en la falta de incentivos para que los jóvenes puedan seguir con esta tradición centenaria en un momento donde el excedente de uva de campañas anteriores y las dificultades para vender el vino desde la pandemia, resulta en que mucha de la uva que se produce en pequeñas plantaciones no encuentre comprador. «No tiene sentido que, con lo que les pagan -a los productores-, vayas a un restaurante y te cobren más por el vino que por la comida» señala José Antonio, de 71 años, mientras recoge la mencía de su finca a escasos metros de Belesar. Al problema de la falta de mano de obra e incentivos, añade que «las mejores cepas se quedaron debajo del río» tras la construcción de las presas. Ahora son catamaranes y zodias los que circulan cada poco por las aguas, con turistas atraídos por el cautivador paisaje de los cañones del Miño. Pero ello no ha supuesto un freno a la despoblación de la zona. Los datos de censo del Instituto Galego de Estadística (IGE) muestran como la población de los 27 concellos que conforman la Ribeira Sacra se ha reducido a más de la mitad entre 1986 y 2022, de 119.916 habitantes a 68.058. Todo ello sin contar con el envejecimiento progresivo y la escasa natalidad de la zona, que afecta a todas las áreas productivas. Lo ponen de manifiesto también en el Mesón Parrillada a Coba, una casa de comidas regentada por una familia que cuenta también con viñedos desde los que extraen la uva para el ' viño da casa' que luego ofrecen en su local. Las dificultades para encontrar personal tanto en el restaurante como en las vides les hace replantearse cada año si vale la pena vendimiar, pero de momento siguen animándose a pesar de que sea «un trabajo duro», reconocen. Además de la producción de vino, el interés de los consumidores por el proceso de elaboración y todo lo que rodea este mundo ha derivado en la apuesta de cada vez más bodegas que incorporan el enoturismo a su actividad. A día de hoy, ya son más de 40 las bodegas visitables en la Ribeira Sacra. Según los datos del Consorcio de Turismo, en 2023 recibieron 93.000 visitantes , más del doble que hace diez años -en 2004 no llegaban a la decena-. «Se ha constatado que no solo incrementan la venta de vino en mostrador, sino que potencia su imagen y les ayuda a fidelizar clientes», afirma la gerente del Consorcio de Turismo de la Ribeira Sacra, Alexandra Seara. Una de estas bodegas implicadas con el enoturismo, la más visitada de la Ribeira Sacra, es Regina Viarum . En pleno corazón de este emblemático paisaje, ofrece una visita por sus instalaciones, donde se puede apreciar el origen de la tradición vinícola desde su introducción en la época romana a la actualidad, con la sala de barricas donde se almacena el vino. La directora de enoturismo de la bodega, Ángela Santoalla, explica como esta actividad «empezó poco a poco» , con visitas que más adelante incorporaron la cata de los vinos y, posteriormente, explicaciones que sirven de introducción a la cata, para identificar los aromas y sabores de forma entretenida y haciendo partícipe al cliente. Todo ello desde una terraza con vistas privilegiadas a los cañones del Miño y a las vides que se extienden bajo las instalaciones, la conjunción de vino y turismo que ha resultado en éxito para Regina Viarum. «Es un pilar fundamental en la oferta turística del visitante desde siempre, pero hace unos años el número de bodegas abiertas al público era mínimo, y muchas visitas enoturísticas se basaban en fotografiar viñedos desde miradores. Ahora son más de 40 bodegas las que reciben al público y muchas de ellas amplían catálogo de servicios con maridajes, conciertos, exposiciones...» añade Seara. Una profesionalización que permite a las grandes bodegas atraer talento y hacer frente a la despoblación de un enclave único en el mundo.

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