Todavía Foxá

Madrid era una guerra y Foxá, la melancolía y la fiesta. De él se ha dicho todo y nada aún. Agustín de Foxá, conde, gordo y fumador de puros, según se vio a sí mismo, escritor y diplomático, emerge ahora del silencio, que acaban de cumplirse los 65 años de su muerte, en el número 1 de la calle Ibiza, cuando «desnació», en palabras de González Ruano, por marcharse como había llegado, en brazos de su madre, aunque enfermo y entristecido. Era el verano del 59 y, en vez de versos sensuales, ya solo musitaba jaculatorias de una niñez temprana, como desveló su confesor. Entre su desternillante anecdotario apócrifo, asoma aún el articulista que vivió y escribió siempre desde los ojos de asombro de un niño grande . Tuvo la plenitud de la literatura, como hizo del goce de vivir un todo, y pagó el pecado artístico de la dispersión. No dejó una flor del jardín de las letras sin trenzar en su solapa. Glosado ha sido en todo el ramo, si bien, con el tiempo reposado, el Foxá que se me antoja interminable es el articulista, que bendijo con la felicidad de la crónica a los lectores de ABC durante décadas, plasmando la vida en párrafos como acuarelas, mientras conferenciaba culturas con una oratoria, dicen, aún más deslumbrante que su 'Melancolía del desaparecer', profecía angustiosa de su despedida. En sus artículos relampagueaba una grisura de ayer, una añoranza de un pasado que creía colmado de belleza, y se exhibía como enlutado por la viudez del tiempo en que la poesía reinaba, capaz de batirse en duelo por la tradición de sus mayores y flirtear con el modernismo a la vez. Elevaba paisajes, mujeres de cristal y tertulias entre humaradas, se hizo cronista del frío en Finlandia, en 'El domingo de los dioses' hasta el paganismo se volvió entrañable, restauró con «el barro gredoso de los viñedos» la Grecia clásica, y supo predecir el estallido de la Vieja Europa en su escrutinio al Prado de 'La sonrisa pintada'. Le inspiraron las mejores líneas los vientos de la América española. Su Tertulia de Zapicán me hizo ver para siempre de otro color mi ciudad natal, La Coruña, por marinera, al arrancar la crónica con una visión entre la égloga y la filosofía: «Las ciudades marítimas no forman parte de los territorios en los que están enclavadas. Son provincias de esa gran nación que es el mar; capitales de su inmenso mapa azul». 65 años después, su audacia aún ennoblece la hemeroteca. Quién tuviera, lo pienso a menudo, los ojos de Agustín de Foxá para ver en el mundo lo que el mundo no ve, la Creación que late cada día con fulgores nuevos para nuestros ojos cansados de mirar.

abc.es

Leer artículo completo sobre: abc.es

Noticias no leídas