Era tal su personalidad, tan talentosa su brillantez, tan chispeante su mordacidad, que la figura de Truman Capote corre el riesgo de ser devorada por la anécdota y el responsable solo sería él mismo. Frente a su indiscutible cualidad literaria -sigue siendo uno de los autores más leídos de unas décadas, los años 50 y 60 del pasado siglo, que acumulan hoy a tantos olvidados- estuvo su capacidad para la autopromoción y la arrogancia rayanas en el ridículo. Muy probablemente eso le perjudicó intelectualmente y aceleró un proceso de autodestrucción que le llevó a una muerte prematura a los 59 años.
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