Valencia en el corazón: nunca más

Se agolpan imágenes en cascada. Los veraneos en la Malvarrosa. Las botellas de zarzaparrilla. Pepe el Chatet y las sardinas de barca. Mi padre, enseñándome a nadar en las olas de la playa de Las Arenas. Las paellas inolvidables del Estimat y la Pepica. Los billares de la calle de la Reina. La tía Pilar, el tío Pepe y los primos, que vivían en la gran Vía de Ramón y Cajal. Doña Amparo Martí, en un alto del Hotel Londres, el de los cómicos de gira o en rodaje, madre de la saga de los García Berlanga, incluido Luis, el gran cineasta valenciano, español y universal, amigos tanto como clientes de mi padre, abogado. Las veladas de catch en la plaza de toros: el Ángel Blanco y Hércules Cortés. Las horchatas con fartons a la sombra del Micalet. La castaña helada, esa delicatesen, ¿qué se hizo de ella?, ¿ubi est? La luz cegadora de Sorolla, las historias huertanas y marineras de Blasco Ibáñez. El ferry de Ibiza. Pasó el tiempo y hemos seguido vinculados con Valencia y su emporio cultural. Buscando reconstruir las últimas semanas de Basiliso Serrano, el Manco de la Pesquera, mítico maqui libertario, fusilado en Paterna. Lo que iba para novela se quedó en mi relato «Los ojos del monte» (Revista Añil, nº 23, 2001). Con Carlos de la Rica , el poeta, cura y editor, que se quitaba la sotana y se vestía de blanco colonial, pareciendo un príncipe exiliado en Venecia. Era el año 92, el de Sefarad , y junto al también poeta y colega filológico, Salvador F. Cava , editamos para El Toro de Barro en una imprenta valenciana dos libros, dos facsímiles, del gran autor judeoconverso conquense del Barroco, Antonio Enríquez Gómez: Zelos no ofenden al sol, una comedia, y Sansón Nazareno, un largo poema épico. Y algún tiempo después, ya en el XXI, presencia anual en el Cinema Jove y su Mercat de cortos, siempre guiado por Carlos Gil y acompañado por un grupo de jóvenes cineastas de Castilla-La Mancha. Muy presente la poesía y las memorias del gran Juan Gil Albert , ese Proust valenciano, que regresó del exilio mexicano y escribió un 'Himno a la vida': «Solo sabe quién es quien se hace dueño de sí mismo», escribió. Las Fallas, esa apoteosis que funde en una fiesta total la sátira política y la genialidad artística y visual, disfrutadas desde su piso en la plaza del Ajuntament, que nos cedía generosamente Fidel García Berlanga , un valenciano que impulsó el despegue de Cuenca en los 50-60 desde su Posada de San José, que él creó y fundó en el antiguo Colegio de Niños cantores, así como desde la Venta de Contreras, en Minglanilla, en la «frontera» o paso del Cabriel. Malvarrosa Media, en Alboraya, la capital mundial de la horchata: reuniones de trabajo cuando colaboré como asesor de guión en la serie sobre el Quijote que en 2004 realizó José Luis García Berlanga , que ahora ejerce de embajador de la gran cocina valenciana en el restaurante Berlanga, frente al Retiro. La nit, la sensualidad de Valencia, el carácter pionero de su barrio del Carme, su jazz y su tecno (la ruta del bacalao empezaba en La Manchuela), sus hadas de la noche con ese encanto valenciano («quiero bailar toda la noche»), el agua de Valencia, todo el lado lúdico, daría para otro artículo y demanda otro clima emocional, distinto a este Halloween sangriento que la Dana nos ha traído a Valencia, sin olvidar Mira, Letur y otras localidades. En Cuenca teníamos el corazón partío entre Madrid y Valencia. Las ciudades del área metropolitana de Valencia que el martes 29 de octubre devastó la furia de las aguas, esa Dana, que antes se denominaba gota fría, riada o inundación, crecieron exponencialmente por la emigración de gentes de Cuenca en los 50, 60 y 70 . A Quart, a Manises, a Torrent, a Chiva, a Paiporta, se bajaron con todo desde sus pueblos de la Serranía Baja. Con todo hasta con sus imágenes y sus devociones, como la Virgen de la Cueva Santa de Mira y del medio Cabriel. Utiel, también severamente flagelado por esta Dana, formó parte del Obispado de Cuenca hasta bien entrado el XIX. Donde más llovió fue en las sierras utielanas y en las cabeceras de arroyos y torrenteras. Son ríos, incluso los afluentes pequeños, bravos, de estiaje, con crecidas salvajes. La rambla o barranco del Poyo llegó a cuadruplicar ese infausto día el caudal medio del río Ebro. Los troncos de las maderadas del Júcar, del Cabriel o del Turia, tardaban semanas en ser desembarcados . Con vaguada o crecida, los del Turia estaban en solo 4 o 5 días asolando, enfurecidos, los puentes y las puertas del cauce antiguo del Turia a su paso por Valencia. En los pueblos y ciudades junto a Valencia, ya en el llano prelitoral, llovió, pero no tanto: fueron, al parecer, los ríos y torrentes desbocados los causantes del desastre. Nos duele Valencia. Nos duele mucho. Y creemos que esto no debe repetirse , no el suceso en sí, que lo hará, sino su previsión y tratamiento. Tras la experiencia del Covid y de la Filomena, del volcán de La Palma o el terremoto de Lorca, o la más lejana del chapapote galego y los incendios de cada verano, sabemos que un estrago puede producirse en cualquier momento en cualquier lugar de España, del Cantábrico al Estrecho o al mar de Alborán. Y siendo admirables y bienvenidas las muestras de solidaridad, de altruismo o de simple y llana caridad, deben ser complementarias de una inmediata acción oficial, tanto previsora como reparadora de las emergencias. Para eso pagamos impuestos. Para eso estamos en una nación moderna, europea y avanzada. No se trata de que tal comunidad ofrezca sus recursos a la más afectada o que esta acuerde, en cada caso, el grado de interacción con el gobierno central. No se trata de generosidad puntual. Cosas así, por desgracia, ya pasaron antes y van a seguir pasando. Tiene que haber un protocolo unificado, central y articulado de inmediata entrada en vigor y aplicación , siempre que un estrago se produzca y donde quiera que este se produzca, dentro del territorio español. La carencia de un Plan Hidrológico Nacional , que reequilibre la España seca y la menos seca, siempre hablando de excedentes de agua, podrá ser también de gran utilidad para todos. No solo para los sedientos oasis del sureste. También para paliar, por ejemplo, con una simple tubería en el Alto Ebro, los riesgos de crecida y de inundaciones anuales en grandes ciudades como Tudela, Logroño o Zaragoza y en otras muchas localidades ribereñas, derivando el agua sobrante a las cuencas del Sur. De todo esto sabía mucho mi maestro Fidel García Berlanga. Pero acerca de ello escribiremos otro día. Hoy lloramos por esa Valencia que tanta alegría, creatividad y vitalidad nos ha dado siempre. Estos días, el luto todo lo amortece.

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