El casticismo madrileño se resume en un derbi con Vinícius, mascarillas y un botón rojo
Desde que el Metropolitano existe, el contenido dramático de los Atlético de Madrid-Real Madrid se ha hecho de juguete. Están, por supuesto, sus simpáticos hinchas radicales que hacen gala de una exquisita sensibilidad racista que provoca guiños y codazos en los bares más castizos de la capital. Pero el sentido general del derbi, no es el mismo. El Metropolitano es una edificación moderna y práctica y esas emociones salvajes que amparan el fortísimo sentimiento de pertenencia rojiblanco, no resuenan igual en la amplitud del nuevo estadio.
Quizás, la clave estaba en la M-30, el gran caudal de Madrid, que pasaba por debajo del Vicente Calderón como si fuera la misma realidad, que en forma de agravio, cemento y chatarra, se convertía en el substrato del club colchonero.
Tampoco ayuda el escaso contenido identitario del actual Atleti de Simeone. Está el argentino, sí, que parece no ya un apéndice del club, sino el club un apéndice de él mismo. Pero su rostro terroso no está ya en cada rincón del césped (ahora impoluto) ni de los jugadores, como pasaba en la década pasada. Hace no tanto, allá sobre el 2013, el centro del campo del Atleti era colosal: una máquina inmune a la belleza y a la pérdida. Cuando se enfrentaban a ese equipo, el resto de los rivales estaban tan lejos del gol como el español medio lo estaba del sexo en una semana cualquiera.
Un par de años antes, en 2011, el mourinhismo le dio voz al pequeño demonio que habita dentro de cada madridista, y el madridismo se convirtió poco después, tras el salto gigantesco de Ramos, en una afición más desinhibida y burlona. El Atleti perdió la calle y nunca acabó de ganar en el campo. Pero esa época de grandeza rojiblanca, con dos finales de Champions perdidas contra su destino (porque eso el Madrid para el Atleti: el destino), sigue reverberando en la imaginación atlética.
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2Fe92%2F185%2F5b9%2Fe921855b970a2566791825664f7974a3.jpg)
Simeone, en rueda de prensa. (EFE/Rodrigo Jiménez) Lo que tiene ahora el Atlético delante es un simple equipo de fútbol. Con un buen delantero argentino, Julián Álvarez, que todavía no ha puesto los huevos de su talento, con un mediocentro algo decadente, Koke, jugador de club y eso en el Atleti significa tener cara de oscuro remordimiento, con una estrella, Griezmann, que teje y marca, pero que no provoca odio ni deseo, y con una línea defensiva apañada y olvidable, pero, que si Simeone toca el botón rojo, puede convertirse en un pantano cenagoso para los blancos.
Como el Atleti no tiene resplandor, la gran conversación del fútbol sigue posada sobre el Madrid. Atléticos eran los que primero echaron los perros contra Vinícius. De alguna manera intuyeron su potencial e intentaron pararle por la vía de la burla, ya que contra las patadas exhibía un regate iconoclasta. Caños, túneles, bailes y todas esas pequeñas felicidades que Simeone tiene prohibidas en los límites de su campo de internamiento. Para que el entrenador argentino apriete el botón rojo, ese que convierte en cada jugador colchonero en una estrella de la muerte, con pies y brazos girando en remolino, despidiendo destellos de odio que el Cholo ajusta en su medida exacta; la afición ultra del Atleti ha decidido calentar el derbi por la vía más obtusa: el insulto racista contra Vinícius instando a los aficionados a llevar mascarillas para que las cámaras no los pillen in fraganti. Una forma como otra cualquiera de reivindicar la libertad de expresión en el espacio público.
En el otro bando, el Madrid va a exhibir sus carencias y también lo voluptuoso de sus figuras. Este partido llega en el momento justo. El Atlético del Cholo llevó al extremo al contendiente para que decante su personalidad. Así que comprobaremos el peso de atómico de cada jugador en este momento de la temporada y el material con el que las conexiones entre líneas, eso que se suele llamar "juego", están hechas.
En esta primera parte de la temporada del Real, desacompasada, sin ritmo ni una organización clara, se ha visto bien la profundidad donde bucea cada jugador. Hemos asistido a una obrita encantadora: una pretemporada ante nuestros mismos ojos. El otro día contra el Alavés, esa pretemporada estuvo a punto de llegar a su fin. Todo parecía ensamblado dentro de ese desorden a punto de romperse que es marca de la casa de los merengues. Pero la grada cantó a Vallejo, un jugador fetiche, que no se parece a nada conocido, y el caos entró de su mano en el encuentro. Ya los de arriba se habían desentendido de todo tras la consecución del 3-0 y en un instante, el Alavés puso patas arriba el marcador. Un poste, una patada en los huevos y una carrera brutal de Endrick, pusieron fin a ese pequeño lío. Pero el mensaje estaba claro: el Madrid todavía está tentándose la ropa, aunque dentro del triángulo Bellingham, Mbappé, Vinícius, amanece un imperio hecho de viento, de porcelana y de metal. Y que además tiene esa fatalidad del último Madrid, al que se le cae el gol antes incluso de que la jugada se haya llegado a imaginar.
Mbappé, quien de repente volvió a ser esa amenaza del más allá, se lesionó. La delantera será la misma que la del año pasado: Vinicius, Bellingham y Rodrygo. El que más ha cambiado de los tres, es Rodrygo. Ese jugador que es una aparente comparsa, pero que en este mes y medio ha purificado su juego por la derecha hasta convencernos de que ese es su lado bueno. Desde ahí genera continuas ventajas para el equipo con regates, fintas, y ese tipo de intuición a la vez venenosa y estratégica que lo hace arquitecto y ejecutor como si fuera un pequeño Benzema con menor radio de acción.
De Simeone ya dijo Valverde que había que impedirle correr a toda costa. Si el uruguayo logra conectar con los de arriba, el Atlético estará roto. La cuestión será la del tercer hombre, el que sustituya a Mbappé. Si Ancelotti respeta las jerarquías, el elegido será Modric. Si Ancelotti respeta el dibujo, tendremos el placer de ver a Endrick correr por la pradera del Metropolitano, seguido por una ristra de insultos y pitos ensordecedora.
No está claro lo que pasará en ninguna de las dos opciones. Modric se debe a su decadencia y puede dominar a ratos el partido o transcurrir por él como si anduviese por una fina capa de hielo. Y de Endrick solo sabemos lo que hemos imaginado. Esos minutos finales que no pueden ser verdad, ya que nos han dicho que la felicidad está prohibida en este mundo.
El Atlético simplifica el fútbol hasta sintetizarlo en un detalle malvado que mata al rival. El año pasado fueron esos centros de Correa o Griezmann a la cabeza de Morata que siempre estaba tan solo que movía a lástima. Los rojiblancos ganaron con un fútbol hiperrealista, muy a la moda con su hinchada, y el Madrid quedó con cara de pasmado, sin graves heridas, pero con alguna duda de la que luego sacó un aprendizaje interesante.
Habrá momentos en el que Simeone sacudirá el césped y la vida allí se volverá inhóspita. La salida por dentro será hostigada con palos y piedras y se abusará del balón largo, ineficaz contra defensores con cuentas pendientes. El partido será una enredadera con esa maquinaria atlética hecha para dañar, para provocar el fallo ajeno. Si a Modric le quedara un hálito de vida, sería estrictamente necesario en este partido. Pero eso solo lo saben él, el juez supremo y Ancelotti.
Hay muchos escenarios posibles en el encuentro. El reverso de uno de ellos, lo vimos contra el Alavés. El Madrid no sabe aguantar un resultado favorable. No mantiene la posesión más que haciendo malabares que muchas veces salen mal. No hay casi nunca un pase sencillo al que acudir y ningún jugador tiene el don de no perder la pelota. Quizás no le haga falta porque la facilidad de los de arriba es demasiado grande, demasiado obscena. Y un tejido intrincado de pases, le quita capacidad de sorpresa a nuestros galgos, que solo necesitan espacio y una pared para volverlo todo del revés.