El voto femenino y los socialistas: Manuel Cordero, el aliado de Clara Campoamor
Aunque tardíamente, Campoamor se ha llevado los elogios, y de manera merecida. Pero Cordero ha pasado al completo olvido del limbo de los vencidos y exiliados, a pesar de su papel decisivo
(En memoria de Eusebio Lucía Olmos)
El 19 de noviembre de 1933 votaron por primera vez todas las mujeres en unas elecciones generales en España. El 1 de octubre de 1931 se había aprobado el sufragio femenino durante los debates parlamentarios para la aprobación de la Constitución de la Segunda República. En esa fecha se aprobó un derecho fundamental de las mujeres. Lamentablemente el 1 de octubre fue conocido después como el día del caudillo. Pero conviene reivindicar el voto femenino, ya que es una efeméride mucho más positiva que la de Franco.
En realidad, estoy bastante harta de desmontar una mentira que no hay manera de desterrar y que recobró fuerza cuando en 2013 el exministro Alberto Ruiz-Gallardón afirmó desde la bancada azul, para justificar su proyecto de reforma de la Ley del aborto, que los socialistas se habían opuesto en su día al voto femenino. Sin empacho afirmó esa falsedad para desconcierto de los diputados socialistas, que no supieron replicarle con contundencia en ese momento más allá de negarlo. Y se sigue leyendo en la web y en redes el mismo mantra.
Luego se sumó a la fiesta el inconsistente Albert Rivera, que oyó campanas, pero no sabía dónde, y sin leer ni documentarse afirmó que Victoria Kent era diputada socialista, gran error, porque era del Partido Radical Socialista. Obviamente, para este representante de la derecha sin fuste era lo mismo, sonaba a socialista y punto. Victoria Kent no se oponía al voto femenino, pero defendió que no se aprobara en ese momento porque podía darles alas a los enemigos del régimen republicano, debido a la secular dependencia de la mujer del marido y del párroco.
Esta fue la postura de la mayoría de los partidos republicanos de la Cámara que se opusieron a la aprobación del voto entonces. La sumisión de las mujeres junto con la escasa cualificación fueron los argumentos esgrimidos en las intervenciones de los políticos contrarios a la concesión de ese derecho en el Congreso de los Diputados. Incluso hubo quienes, como el diputado republicano federal Hilario Ayuso, solicitaron que se permitiera el voto tras la menopausia porque entonces las mujeres dejaban de ser unas histéricas. Según su criterio, antes del climaterio la mujer tenía disminuida la voluntad, la inteligencia y la psique. No fue tomada en cuenta ni por la Comisión constitucional debido al cariz ofensivo y alcance disparatado de la misma. Basándose en supuestos y controvertidos argumentos científicos y médicos argumentó que no se debía conceder el derecho al voto a la mujer española antes de los 45 años porque no estaba capacitada.
Pero otros consideraban que era la peor edad. El doctor César Juarros, diputado de la Derecha Liberal Republicana, que intervino para desmontar las tesis de Ayuso, ahondó en el tono ofensivo hacia las mujeres, al afirmar que los 45 años era una edad crítica en la que las féminas comenzaban a perder la serenidad y el dominio de sí mismas. Tras las risas de los diputados, Besteiro solicitó a Juarros que pusiera fin a una discusión que no se correspondía con la seriedad de la Cámara. Este psiquiatra clínico, seguidor del psicoanálisis de Freud, negó que el histerismo fuese una enfermedad exclusivamente femenina, ya que también afectaba al hombre. A continuación, se mostró partidario de conceder el voto a las mujeres para que las diputadas del Parlamento representaran realmente el sentir femenino y no fueran elegidas sólo por la opinión masculina. Recordemos que todo este debate tuvo lugar mayoritariamente entre hombres y en el Congreso de los Diputados.
Aparte de los magníficos y contundentes argumentos de Clara Campoamor, el voto femenino no se hubiera conseguido nunca sin el apoyo de los socialistas. Existen varias razones cuantitativas y cualitativas: primero, eran la minoría parlamentaria más numerosa en ese momento en el parlamento, tras las elecciones a Cortes Constituyentes de junio de 1931. Y segundo, el sufragio femenino estaba en el programa del PSOE y en su proyecto constitucional. Los socialistas estaban convencidos de la necesidad de conceder ese derecho a la mitad de la ciudadanía, salvo Indalecio Prieto, verso suelto dentro del Partido Socialista, y unos pocos seguidores.
En este sentido cabe reivindicar y recordar a Manuel Cordero, panadero ugetista, concejal de Madrid y diputado socialista. Este gallego, afincado desde muy joven en la capital, jugó un papel determinante en este asunto como bien subrayó Clara Campoamor en su libro 'El voto femenino y yo: mi pecado mortal' de 1935 (Renacimiento, 2018), ya que defendió la postura del PSOE a pesar de las presiones de los partidos republicanos, de Manuel Azaña y del propio Prieto. Clara Campoamor siempre agradeció el papel de los socialistas y de Manuel Cordero en particular. El Partido Socialista jugó el papel que no desempeñó el partido de Campoamor, el Partido Republicano Radical de Alejandro Lerroux, que se opuso al voto de las mujeres, dejando completamente sola a la diputada Campoamor o, como se decía en la época, a la señorita Campoamor.
En realidad, hubo tres votaciones y la última en diciembre se superó por apenas cuatro votos. La primera fue el 30 septiembre 1931, y en ella se decidió sobre una enmienda al artículo 36 (artículo 34 en el proyecto inicial) presentada por Rafael Guerra del Río, portavoz parlamentario de los radicales, el mismo partido de Campoamor: “Los ciudadanos de uno y otro sexo mayores de veintitrés años tendrán los derechos electorales que determinen las leyes”. El punto de vista socialista, expresado por Manuel Cordero, se decantó en contra de dicha enmienda, pero el grupo de Azaña, los radicales y muchos radical-socialistas se mostraron favorables. Tuvo lugar la votación nominal, y el resultado fue de 153 noes y 93 síes. Socialistas como Teodomiro Menéndez, Largo Caballero, Fernando De los Ríos, Lucio Martínez, Manuel Cordero, Enrique de Francisco, Juan-Simeón Vidarte, Julián Zugazagoitia o Andrés Ovejero se opusieron, mientras que Prieto, Azaña o Lerroux se ausentaron en ésta y en las otras dos votaciones. Besteiro no votó en las dos primeras, pero sí en la última, referida a la cuestión transitoria.
El siguiente paso era aprobar el voto femenino. Aparte de la decidida y entusiasta defensa de Clara Campoamor, en contra del criterio de su partido, resultó determinante la disciplina del grupo socialista, a pesar de las críticas de Prieto. El recuento final determinó 161 síes, 121 noes y 188 abstenciones. Más de ochenta votos fueron de socialistas. Por tanto, el respaldo de este grupo parlamentario resultó decisivo para garantizar el derecho femenino al sufragio, pese a lo que se dijo en su momento y ha seguido coleando en algunos portavoces de la derecha hasta la actualidad.
El 1 de octubre tuvo lugar la votación del artículo susodicho en su integridad tras el debate de enmiendas. Esta vez votaron a favor socialistas como Luis Araquistain, Juan Negrín, Luis Jiménez de Asúa, Trifón Gómez, Francisco Núñez Tomás, Antonio Fabra Ribas, Rodolfo Llopis o Anastasio de Gracia, entre otros muchos. La gran mayoría del partido se decantó por concederle el voto a la mujer. Por el contrario, en el centro liberal hubo mucho desconcierto, y numerosos diputados votaron lo que les pareció, ya que la republicana era una Cámara libre, donde frecuentemente la disciplina de voto brillaba por su ausencia. Pero los radicales, los azañistas y muchos radicales-socialistas votaron no. También se dividieron los tradicionalistas y los agrarios pues José María Lamamié o Antonio Royo Villanova se opusieron, y José María Gil Robles y José Martínez de Velasco votaron a favor.
Por último, el 1 de diciembre de 1931 se intentó introducir en la Constitución una disposición transitoria defendida por Matías Peñalba, de Acción Republicana, que se refundió con una de los radicales-socialistas y de Victoria Kent, que proponía restringir el sufragio femenino a las elecciones municipales y demoraba el voto de la mujer en las legislativas hasta que no se hubieran celebrado dos comicios municipales. Pero los socialistas se manifestaron claramente en contra porque consideraban que, después de haberse concedido el voto femenino en el Texto Constitucional, esta disposición aplazaba el ejercicio del derecho entre 8 y 10 años. Se efectuó la votación y salieron 131 noes y 127 síes. El PSOE votó negativamente y volvió a ser determinante en la defensa del voto femenino sin restricciones ni demoras, reconociendo el mismo derecho que a los hombres.
Si bien se reconoció el derecho al voto femenino, esta espinosa cuestión no se zanjó definitivamente, ya que tras los resultados electorales de 1933 –la primera vez que las mujeres ejercieron este derecho en el país– los políticos republicanos las acusaron de la victoria del centro-derecha. Este peregrino argumento ha sido reproducido reiteradamente en memorias de protagonistas de la época y en trabajos historiográficos hasta la actualidad, a pesar de que queda rápidamente desmontado si se atiende a los resultados electorales de febrero de 1936, donde ganó la coalición del Frente Popular. En la segunda legislatura republicana salieron elegidas diputadas sólo cinco mujeres, en este caso las socialistas María Lejárraga, Margarita Nelken y Matilde de la Torre, y Veneranda García Blanco y Francisca Bohigas por la CEDA. En las elecciones de febrero del 36 consiguieron representación parlamentaria otras cinco mujeres: Julia Álvarez Resano, Margarita Nelken y Matilde de la Torre por el Partido Socialista, Victoria Kent por Izquierda Republicana y Dolores Ibárruri por el Partido Comunista
Manuel Cordero defendió la postura socialista con pasión desde la tribuna, a pesar del caramelo envenenado que lanzaron los republicanos sobre reconsiderar la edad de voto y rebajarla a 21 años, reivindicación socialista que no se había aprobado por tres votos, a cambio de posponer el sufragio femenino. Anteriormente, se había aprobado la edad electoral en los 23 años, pero a cambio de modificar su posición ofreciendo conceder el voto a jóvenes sindicalistas y afiliados socialistas, los políticos republicanos esperaban ingenuamente doblegar al PSOE. No lo consiguieron a pesar de la opinión de Indalecio Prieto, que tampoco votó en contra, simplemente se ausentó de las votaciones. En definitiva, sin los diputados socialistas no se hubiera aprobado el sufragio femenino jamás en 1931, y especialmente hay que rescatar del olvido a Manuel Cordero, uno de los promotores del reconocimiento de ese derecho en la Constitución republicana del 31 junto con Clara Campoamor.
Clara Campoamor, feminista que luchó toda su vida por el derecho de las mujeres, jugó un papel determinante en las Cortes republicanas, y muchos años antes, por conseguir el voto femenino. Y, aunque tardíamente, se ha llevado todos los honores de manera merecida. Pero Manuel Cordero ha pasado al completo olvido del limbo de los vencidos y exiliados, a pesar de su papel decisivo en este tema. Y el Partido Socialista no sólo no se ha llevado el reconocimiento por su actuación en esos momentos históricos, sino que se le niega y se le acusa de todo lo contrario. Es demencial la manipulación de la historia para fines políticos actuales. En cualquier caso, cabe recordar una obviedad, a pesar del protagonismo de unos diputados y el silencio y oposición de otros, el voto femenino se reconoció en el texto constitucional de 1931 por decisión del Parlamento español. Los representantes políticos de entonces votaron a favor de aprobar ese derecho para las mujeres del país, alcanzando esa conquista muchos años antes que en Francia o en Suiza que se logró en 1971.
Soy consciente por mi experiencia de docente y por las barbaridades que se leen en cenáculos supuestamente serios, en la web y en las redes que es misión imposible desmontar esta mentira repetida una y otra vez hasta la saciedad. Es un claro ejemplo de instrumentalización del pasado con fines políticos espurios. Pero si este artículo sirve para aclarar dudas a alguien y desmonto a una minoría de lectores este mito ya daré por bien empleado el tiempo dedicado a escribirlo.