Lituania abre la puerta a los creadores rusos: Tchaikovski crea polémica tras la censura
El compositor ruso Piotr Ilich Tchaikovski ha vuelto a ser bien visto en Lituania. La frase suena casi a perogrullo absurdo, pero es que ha estado dos años, desde la invasión rusa en Ucrania, prohibido por un Gobierno que impuso la “cuarentena mental” —así lo llamaron en su traducción al español— con respecto a las creaciones artísticas del Estado ruso. Por este motivo, el cuentecito navideño El cascanueces, que era un clásico, ha estado sin representación en los teatros lituanos. Hace unas semanas, sin embargo, cambió el Gobierno —ahora ha llegado al poder el partido socialdemócrata de Gintautas Paluckas—, y su nuevo ministro de Cultura, Sarunas Birutis, ha señalado en una entrevista que no existía ninguna razón “para que después de ver un cuento de hadas navideño nos volvamos pro-Kremlin”. Y que, en definitiva, le gustaría volver a ver a Tchaikovski sobre las tablas.
La frase no se quedó en el limbo. Por el contrario, aunque pueda tener todo el sentido común del mundo, ha levantado una enorme polvareda en el país. Como recogían diversos medios, también internacionales como el New York Times, fue duramente criticada por los partidarios del apoyo a Ucrania y muy aplaudida por los amantes de la música clásica. Dos facetas que, por otra parte, tampoco es que debieran ser excluyentes.
El diario estadounidense informaba de diversas posturas de miembros importantes de las instituciones culturales lituanas, como la de Darius Kuolys, quien fuera el ministro de Cultura tras la declaración de independencia de 1990. Para Kuolys, aunque sí señalaba que el Kremlin solía usar la cultura con fines políticos, también insistía en que “como ministro nunca se me ocurrió decirle a la gente qué ver o escuchar”. Es más, tras la declaración de la independencia no se prohibieron a los artistas rusos. “Luchamos contra el poder soviético para conseguir la libertad, no para prohibir cosas”, añadía.
Ministro de Cultura lituano: "No existe ninguna razón para que después de ver un cuento de hadas navideño nos volvamos pro-Kremlin"
Simonas Kairys, el ministro de Cultura que impulsó en 2022 la cuarentena (del Partido Liberal, de centroderecha), manifestó por su parte que no había prohibido nada y solo había emitido “recomendaciones” a la ópera nacional y otras instituciones financiadas por el Estado, que rápidamente retiraron El cascanueces y otras obras rusas. Eso sí, remató: “Cuando estás en guerra, tienes que elegir el lado correcto. No hay punto medio”. El lado correcto es no representar a Tchaikovski. Y hay autoridades artísticas que lo aprueban, como el director del Museo Nacional de Arte, Arunas Gelunas, que llegó a decir que “hoy, cuando los ucranianos siguen siendo torturados, violados y asesinados mientras hablamos, preferiría no ir a ver El cascanueces en la ópera ni en ningún otro lugar”.
Parte de la cultura ucraniana está bastante de acuerdo. De hecho, a El Confidencial lo han manifestado diversos escritores ucranianos entrevistados con respecto a la literatura/cultura rusa, ya que consideran que todos los rusos y su herencia cultural están irremediablemente contaminados por el pensamiento imperial.
Pero lo cierto es que el compositor ruso Piotr Ilich Tchaikovski nunca fue un héroe nacionalista (y aunque lo fuera). Al contrario, nunca formó parte del famoso grupo de Los Cinco, los compositores rusos que hicieron de la música clásica un pilar más del imperio ruso a finales del XIX (Musorgski y Rimski-Kórsakov sí estaban entre ellos). Tchaikovski, sin embargo, estaba medio mal visto por sus ambivalencias patrióticas, era un tipo medio depresivo —nunca llevó bien su homosexualidad ocultada y reprimida—, y a veces sus ballets costaron que les gustaran al público. Eso pasó con el cuento de hadas El cascanueces, que fue estrenado en 1892 en el teatro Mariinski de San Petersburgo y los espectadores no supieron bien cómo reaccionar.
Luego ya sí. En gran parte gracias a que Walt Disney incluyó la música de este ballet en la película Fantasía. Ahí fue cuando El cascanueces, su danza del hada del azúcar, su pax de deux, comenzó a volar alto internacionalmente. Al fin y al cabo es un cuentecito para niños que había escrito el alemán E.T.A. Hoffmann a partir de un tópico muy teutón: los artilugios con forma de persona para abrir nueces. El escritor ideó en 1815 la historia del cascanueces que se convierte en príncipe y acompaña al niño que se lo han regalado por Navidad a través de un mundo onírico e imaginario. A finales del XIX el ruso le puso la música para un ballet con el libreto y coreografía de Marius Petipa y Lev Ivanov, respectivamente.
"Es un clásico. Soy una patriota de Lituania, pero el arte y el deporte no deberían mezclarse con la política"
Desde entonces, El Cascanueces se convirtió en un clásico navideño y Tchaikovski —también es el gran autor de El Lago de Los Cisnes o Romeo y Julieta— en uno de esos compositores con un lugar plenamente legítimo en el canon de Harold Schonberg. Y así habría seguido siendo sin la invasión rusa en Ucrania en febrero de 2022.
Por cierto, en España se sigue representando y lo ha seguido haciendo estos dos últimos años. Lo hizo el año pasado el Ballet de Kiev —sí, el de la capital ucraniana— por todo el territorio nacional y estos días lo ha hecho en Madrid la Escuela de ballet África Guzmán en el Teatro Real con todas las entradas vendidas.
Como decía una aficionada lituana al ballet en el reportaje del New York Times, “es un clásico. Soy una patriota de Lituania, pero el arte y el deporte no deberían mezclarse con la política”.