Se duerme mejor después de ver a Iker Jiménez
Cualquiera pensaría que la DANA de Valencia taparía muchas bocas negacionistas y nos concienciaría de la crisis climática. Nada de eso: para nuestra sorpresa, la DANA se ha convertido en estandarte del negacionismo climático. La visión conspiranoica del mundo como una forma de seguridad en tiempos de desconcierto
La DANA destructora de Valencia, ¿tiene algo que ver con el cambio climático? Puede ser, pero por ahora solo tenemos conjeturas, los expertos no se ponen de acuerdo y no hay registros históricos para compararla. Además, esto que ahora llaman DANA es la “gota fría” de toda la vida. ¿Que no ha habido lluvias torrenciales, riadas, inundaciones y muertos en el Levante? ¡Y mucho peores! El problema en Valencia no ha sido el todavía discutido cambio climático, sino más bien la lucha contra el cambio climático: el empeño, bienintencionado pero a veces desastroso, de ecologistas, científicos y políticos progresistas en luchar contra el supuesto cambio climático. Son sus políticas ambientales las que han agravado el daño de la DANA: el derribo de presas, la renaturalización de los ríos, la vegetación que no dejan quitar, las cañas que taponan todo. Pero si lo dices te llaman negacionista. También te llaman franquista si reconoces una obviedad: que Franco salvó Valencia de esta DANA al desviar el Turia por otro cauce. El problema no es el cambio climático, que además no existe, sino el fundamentalismo climático, la Agenda 2030 que responde a intereses políticos y económicos, y que usa la patraña del cambio climático para recortar libertades e instaurar un nuevo orden mundial. Sin descartar que en Valencia haya intervenido algún arma atmosférica capaz de generar tormentas gigantescas, tras la que podría estar Marruecos, e incluso Israel, para castigar la política propalestina del gobierno español, que sería en último término el responsable de los más de 220 muertos.
El párrafo anterior es como una escalera que empieza en la duda y acaba en el delirio. ¿En qué escalón te paraste, a partir de dónde te sentiste incómodo, en qué frase empezaste a sospechar que se me hubiera ido la pinza o te estuviera tomando el pelo? Habrá quien se pare ya en la segunda línea, y quien siga leyendo sin sobresaltos hasta mitad del párrafo, y hasta puede que algún lector llegue al sótano con paso firme. El problema es que el negacionismo, más que una escalera, parece un tobogán. Uno se deja caer, coge velocidad, no puede frenar, y acaba abrazado a la conspiración. Porque además no cae solo, va muy acompañado, y en el descenso le animan desde las redes sociales, los pseudomedios, a veces también los medios tradicionales, y partidos con representación parlamentaria. ¡Si hasta el presidente de la primera potencia del mundo se lanza feliz por el tobogán seguido por sus decenas de millones de votantes!
Cualquiera pensaría que la terrible DANA de Valencia, no causada pero sí intensificada por el cambio climático, taparía muchas bocas negacionistas y concienciaría a la población de la urgencia de tomar medidas. Nada de eso: para nuestra sorpresa, la DANA ha dado más combustible al negacionismo. Como pasa con los delirantes, los conspiranoicos validan sus creencias con un hecho y con su contrario, todo vale, todo suma, todo confirma su visión del mundo. Y la DANA es la mejor prueba, pues se ha convertido en estandarte del negacionismo climático. Lo decía Emilio Santiago, del CSIC, en una sesión informativa organizada esta semana pasada por el Science Media Centre España: “Lejos de vivir un shock pedagógico que hubiese colocado al cambio climático en el centro del debate, a lo que asistimos fue al nacimiento del negacionismo conspiranoico en España, que era un fenómeno bastante residual”.
El negacionismo climático ha visto en la DANA su oportunidad. Estos días no solo está hiperactivo, sino además usa la conmoción y el dolor de todo un país y lo convierte en odio hacia científicos, ecologistas y políticos progresistas, la tríada del mal. Los bulos que han circulado estos días apuntan directamente a quienes llevan tantos años en la lucha climática. Empezando por los científicos, AEMET incluida, convertidos en diana de los negacionistas, incluso con amenazas, como denunció Fernando Valladares. Como además el negacionismo climático es inseparable del ascenso de la extrema derecha y de su contagio a la derecha tradicional, aprovecha la ventana abierta para incluir en el batiburrillo a los migrantes, las ONG o los impuestos, que todo suma para la causa, y ya están tardando en meter también el feminismo.
Podemos reírnos de sus disparates, pero poca gracia. Es muy fácil caer por el tobogán del primer párrafo. El malestar social y la incertidumbre que nos acompaña de años, convierte en tentación dejarse resbalar, ya lo vimos en la pandemia. El negacionismo, la visión conspiranoica del mundo en la que todo encaja y todo encuentra explicación, por descabellada que sea, aparece como una forma de seguridad en tiempos de desconcierto. Aunque parezca lo contrario, se duerme mejor por las noches después de ver el programa de Iker Jiménez.