Trementina, dinero y exuberancia en el taller de Rubens
Huele a trementina en la sala 16A del Museo del Prado. Y no porque se haya derramado un frasco de disolvente, sino porque el efecto olfativo pretende sugestionar los sentidos en la reconstrucción del taller de Pedro Pablo Rubens (1577-1640) que ha organizado la pinacoteca madrileña.
Es una exposición breve e intensa, un paréntesis en la zona noble del museo, una incursión cuyos ejemplos evocan el sistema de “trabajo” que caracterizaba la dimensión artística y comercial del artista flamenco.
Rubens alcanzó a disponer de veinticinco discípulos. Y fue el titular de una marca que produjo unas 1.500 obras. Cien de ellas forman parte de la colección genuina del Prado. Y sirven de contexto al viaje en el tiempo que predispone la experiencia de visitar el taller. Por el olor a trementina, claro. Y porque se ha diseñado un espacio medular donde cohabitan los útiles y recursos de la “fábrica” de Rubens. Lienzos y pinceles. Pinturas y soluciones químicas. Un sombrero de ala ancha que evoca la indumentaria del maestro. Sillas y escritorios de época. Y un busto de Felipe IV que identifica al monarca cuya sensibilidad protegió la gloria de Rubens y de Velázquez.
Ambos pintores adquieren su mayor dignidad estética en el Museo del Prado y comparten la devoción a Tiziano. Por esa misma razón el triángulo de los maestros favorece el acontecimiento de viajar a la opulencia artística del siglo XVII. Y conocer un poco mejor a los pintores “menores” que recalaron a las órdenes de Rubens para abastecer los requisitos del mercado.
El Prado propone a los visitantes el acertijo de un retrato de Ana de Austria. ¿Cuál de los cuadros pintó Rubens? ¿Cuál, en cambio, su taller?
“Rubens trabajó dentro de un sistema de taller heredado de los artesanos medievales”, explica Miguel Falomir con los galones de director del Prado. “La labor necesaria para pintar un cuadro, desde la preparación de los materiales, pasando por los momentos más creativos de concepción de las imágenes, hasta su plasmación final sobre un lienzo o una tabla, se dividía en fases que permitían que el maestro y sus ayudantes intercalasen su trabajo. Con ese método se ampliaba la productividad de los talleres. En el caso de Rubens, su taller le permitió convertirse en el pintor de mayor éxito de Europa en su época y en uno de los más productivos”.
Arte y producción. No existe contradicción entre un fenómeno y el otro, aunque Rubens preservaba su firma y su integridad respecto a las obras de encargo más cualificadas y mejor cotizadas. Ya se encargaban sus discípulos de reproducirlas en serie. O de realizar copias que nos trasladan el juego de las comparaciones. El Prado las fomenta proponiendo a los visitantes el acertijo de un retrato de Ana de Austria. ¿Cuál de los cuadros pintó Rubens? ¿Cuál, en cambio, pertenece a su taller?
La respuesta se aloja en un código QR a disposición de los visitantes y redunda en el enfoque divulgativo de la exposición. Puede disfrutarse la experiencia hasta el 16 de febrero. Y la ha comisariado el conservador Alejandro Vergara, contrariando a los expertos de otras épocas que consideraban a Rubens un artista comercial sin escrúpulos.
“Muchos artistas y críticos, han comentado el daño que causó a la reputación de Rubens la enorme producción de su taller”, explica Vergara. “Un ejemplo es Roger de Piles, para quien ‘la diferencia entre las obras de las que se decía que eran de su mano y las que realmente lo eran perjudicó a su reputación’. Pero la cuestión se puede contemplar bajo una luz más positiva si se adopta la perspectiva del propio Rubens. Hizo nada más que lo que hacían todos los pintores ambiciosos de la época, que era crear un amplio sistema de taller —de haber vivido entonces, es probable que Picasso hubiera hecho lo mismo—. El gran volumen de obras en colaboración con sus ayudantes le ayudó a ser muy conocido y a tener un éxito económico en un mundo en el que a los pintores no les resultaba fácil conseguir ninguna de las dos cosas.Y al mismo tiempo logró realizar muchas obras de arte extraordinarias; cientos de ellas”.