El fallo crítico de la estación espacial puede poner en riesgo a toda la humanidad
La NASA ha denunciado "la posibilidad de un fallo catastrófico" que mate a los astronautas y derribe la Estación Espacial Internacional. El problema, aseguran, está en el módulo Zvezda. Los norteamericanos afirman que las fugas de aire han subido radicalmente en esta parte de la estación, fabricada y controlada por Rusia. Según el presidente del Comité Asesor de la ISS para la NASA, el astronauta Bob Cabana, existe una enorme "preocupación por la integridad estructural [módulo] y la posibilidad de un fallo catastrófico". Un fallo que terminaría con la posible destrucción de la estación y, quizás, una reacción en cadena que dinamitaría la era de la información en la Tierra, haciéndonos retroceder décadas y atrapándonos en la Tierra durante muchas más.
El problema de las fugas en el Zvezda no es nuevo. Los astronautas han detectado grietas y fugas de aire en el módulo ruso desde 2021. Desde entonces, la NASA y la agencia espacial Roscosmos han colaborado en una investigación continua para determinar las causas, solucionarlas y vigilar nuevas fugas. Pero todo cambió en abril de 2024, cuando la NASA identificó un incremento del ritmo de fuga, alcanzando su nivel más alto hasta la fecha. Esta preocupación hizo que la agencia espacial de EEUU elevara al nivel de riesgo máximo dentro del sistema de gestión de riesgos de la ISS. "Estamos vigilando continuamente las tasas de fuga y cerrando la escotilla del módulo cuando no es necesario el acceso", señalan. Aunque actualmente la situación parece controlable, el riesgo de fallo crítico persiste. Rusia niega todo esto, afirmando que todo está bien y no hay riesgo alguno.
Fecha de caducidad
Fallos rusos aparte, el nuevo informe de la Oficina del Inspector General de la NASA afirma también que el proceso de mantenimiento y la obtención de piezas de repuestos para la parte estadounidense de la ISS es cada vez más complicado a medida que envejecen los sistemas y la estación se acerca al final de su vida útil. Desde 2019, la NASA ha mantenido un coste anual de mil millones de dólares para el mantenimiento de su parte de la estación usando un enfoque proactivo. Junto con Boeing y el resto de sus socios, los estadounidenses usan modelos predictivos para planificar reemplazos, gestionando una lista de prioridades para proveedores críticos.
En el lado contrario, mientras su programa espacial sigue desmoronándose y Moscú está enfrascado en su invasión de Ucrania, los rusos están muy lejos del nivel de este mantenimiento. Es algo especialmente peligroso cuando los sistemas de propulsión y la capacidad para mantener la órbita de la estación dependen de Roscosmos.
El riesgo de micrometeoritos y desechos orbitales sigue siendo la otra gran amenaza para la seguridad de la tripulación y la estructura de la ISS. Los sistemas terrestres de seguimiento de desechos espaciales mayores de 10 centímetros funcionan pero existen millones de fragmentos pequeños que no pueden ser rastreados. Estas balas supersónicas e hipersónicas representan un riesgo importante. En diciembre de 2022, por ejemplo, un impacto de un desecho orbital probablemente causó una ruptura en un tanque refrigerante de la nave Soyuz MS-22. La fuga de líquido prolongó la estancia de la tripulación de esa nave en la ISS durante más de un año, hasta que Rusia pudo lanzar otra nave con la que traerlos de vuelta a la Tierra.
El programa espacial ruso ha mostrado signos claros de deterioro en las últimas décadas, con una sucesión de fallos que han comprometido la seguridad de sus misiones espaciales y la de los demás programas espaciales. Entre 2011 y 2016, Rusia experimentó 15 fallos graves en sus cohetes que resultaron en la destrucción o inutilización de satélites y naves de carga, según la Planetary Society. En noviembre de 2017, los rusos perdieron un satélite de observación atmosférica y 20 microsatélites debido a un "fallo humano". Al mes siguiente, también perdieron la conexión con un satélite de comunicaciones construido para Angola. En 2018, la Soyuz MS-10 tuvo que abortar su lanzamiento solo dos minutos después del despegue, y el módulo Nauka, que finalmente se conectó a la ISS tras 14 años de retrasos, causó un incidente crítico al activar sus retrocohetes sin control, poniendo en riesgo la estabilidad de la estación. Además, la nave Soyuz MS-09 sufrió un escape de aire debido a un agujero que fue parcheado de manera improvisada con pegamento, según informes iniciales. Estos fallos han sido atribuibles en gran parte a la falta de innovación y al envejecimiento de la tecnología soviética, además de una mala gestión interna. Dimitri Rogozin, quien dirigió Roscosmos desde 2018, ha sido señalado como uno de los principales responsables del deterioro de la agencia.
Según Douglas Loverro, exjefe del programa espacial tripulado de la NASA, "Roscosmos es una agencia fallida gracias a su director. Hay falta de fondos, falta de un objetivo claro". Bajo la dirección de Rogozin, Roscosmos prometió proyectos ambiciosos como una nueva estación espacial rusa y un transbordador de reemplazo del Burán, pero ninguno de ellos ha llegado a materializarse. Los fondos, afirma Loverro, han sido desviados hacia otros intereses, como el desarrollo de misiles hipersónicos.
El gran problema real
La crisis de Roscosmos y los problemas de mantenimiento de la ISS ponen en entredicho la capacidad de la estación para operar de manera segura hasta 2030, concluye el informe de la NASA. Para garantizar la seguridad de la tripulación es necesario un compromiso claro de todos los socios internacionales y un plan viable para reemplazar o reparar componentes críticos, afirman.
Pero que la ISS termine teniendo un "fallo castastrófico" que precipite la muerte de los astronautas y cosmonautas sería lo de menos si alguna vez llegamos a ese escenario. Este problema podría derivar en una traca final que pondrían a la Tierra en riesgo. Primero, porque un evento que lleve a una caída incontrolada de la ISS puede terminar en un gran accidente en la superficie terrestre si la lluvia de desechos metálicos y tóxicos cayese sobre cualquier núcleo de población. Pero la alternativa es aún peor: una explosión que lance a la órbita terrestre millones de trozos de todos los tamaños a velocidad supersónica. La probabilidad de que un evento así iniciase un síndrome de Kessler en órbita baja que acabara con miles de satélites e nos atraparan en la Tierra durante décadas sería muy grande.
Sólo hay que recordar lo que pasó el 28 de febrero de 2024, cuando un satélite ruso a la deriva 'rozó' un satélite norteamericano. Si hubieran chocado, el accidente habría creado millones de partículas hipersónicas que, según Pam Melroy, administradora adjunta de la NASA y antigua astronauta, que podría haber destruido infraestructura vital para la humanidad gracias al síndrome de Kessler.
"Estábamos aterrados. Fue muy impactante personalmente y para todos nosotros en la NASA", afirmó Melroy en el Simposio Espacial de la Fundación Espacial celebrado en Colorado esta semana. "Si los dos satélites hubieran chocado, habríamos visto la generación de metralla [hipersónica], pequeños fragmentos que viajan a 16.000 kilómetros por hora y pueden perforar un agujero en otra nave espacial y potencialmente poner en riesgo vidas humanas". El incidente, dijo, "realmente nos asustó".
La alta posibilidad de que la nube de desechos metálicos resultante hubiera puesto en marcha un juego de carambolas espaciales llamado síndrome de Kessler es la misma a la que podemos exponernos en el caso de que la ISS explote por una pérdida de presión. Enunciado por el ingeniero de la NASA Donald J. Kessler en 1978, esta teoría afirma que, dada una cierta densidad de objetos en órbita, una colisión entre dos objetos puede originar una reacción en cadena que derribe gran parte o la totalidad de la infraestructura espacial global, eventualmente provocando un gran apagón de comunicaciones y servicios fundamentales para el funcionamiento de nuestra sociedad. Los trozos metálicos también podrían derribar la ISS y otras naves espaciales tripuladas o de carga, como en su día mostró la película Gravity, de Alfonso Cuarón. En el peor escenario posible, el síndrome de Kessler anularía cualquier posibilidad de viajar al espacio.
El episodio de febrero volvió a demostrar los riesgos inherentes de los desechos espaciales y la fragilidad de nuestro entorno orbital inmediato. Este espacio se está llenando a un ritmo casi geométrico, aumentando las posibilidades de que la teoría de Kessler se ponga a prueba mes a mes. La imposibilidad de mover ninguno de los dos satélites en una maniobra evasiva obligó a la NASA a quedarse cruzada de brazos, rogando que no pasara nada. Aunque al final no se produjo el choque, Taylor ha denunciado el evento como una advertencia grave para que todas las agencias se pongan manos a la obra en la limpieza del espacio y el control internacional de los satélites. Si hubiera una descompresión explosiva en el módulo central Zvedza, podríamos acabar en una posición aún peor.
La solución no puede esperar
La órbita baja terrestre de la Tierra está abarrotada con más de 10.000 satélites, un número que se ha cuadruplicado desde 2019. Con 400.000 satélites más aprobados para su lanzamiento en órbita terrestre baja, la complejidad y la densidad del tráfico espacial será un reto casi imposible de gestionar si no se toman medidas ya. Este gran volumen, que incluye antiguos satélites zombies, plantea un enorme desafío para la sostenibilidad de la exploración espacial.
Melroy afirma que “el problema es monumental. Ni siquiera podemos ponernos de acuerdo sobre el número de piezas de metralla que hay en órbita porque tenemos tantos modelos por ahí. El espacio está lleno. Lo hemos estado haciendo cada vez más difícil para nosotros mismos, por lo que la NASA está avanzando que se asegurará de que hagamos lo correcto".
La NASA anunció recientemente su Estrategia de Sostenibilidad Espacial, un plan integral que tiene como objetivo mejorar el seguimiento, el monitoreo y la gestión de satélites y escombros orbitales. La estrategia también se centra en el desarrollo de tecnologías para realizar maniobras de evasión de colisiones que puedan mitigar riesgos.
La ESA también está realizando esfuerzos para intentar limpiar los satélites muertos mientras que varias empresas, como Airbus, Astroscale y ClearSpace, están desarrollando tecnologías para eliminar los desechos espaciales usando naves equipadas para capturar y desorbitar satélites de forma segura.
Sin embargo, urge tomar dos medidas ya. La primera, poner coto a la invasión de las innecesarias redes de internet espaciales comerciales. SpaceX y Elon Musk quieren poner en órbita 42.000 satélites y tienen ya la mitad de todos los satélites en órbita exclusivamente para su beneficio económico. Musk no está solo en esta carrera por invadir la órbita terrestre baja (LEO en sus siglas en inglés), aunque ciertamente está muy por delante de cualquier otro jugador. China tiene dos planes contra Starlink: la red Guowang de 13.000 satélites y el proyecto G60 Starlink, que prevé desplegar 12.000 satélites. La compañía aeroespacial Boeing —ahora contra las cuerdas por sus problemas con aviones comerciales— acaba de obtener la aprobación para desplegar 147 satélites para competir directamente con la red de Musk. También está OneWeb, que ahora cuenta con 618 satélites en órbita. Astra Space ha propuesto desplegar una constelación de más de 13.600 satélites, buscando la aprobación de la FCC para un servicio global de Internet de banda ancha. Y por supuesto está Jeff Bezos y su proyecto Kuiper, que incluye una constelación de 3.236 satélites y ya ha lanzado sus dos primeros prototipos de satélites con el objetivo de iniciar el servicio para los primeros clientes a finales de 2024.
La segunda es la imposición de sistemas de maniobra, recarga de combustible y retirada de órbita en futuros satélites. Sólo así se conseguirá mantener el orden antes de que esto se nos vaya de las manos y la humanidad se quede sin la posibilidad de convertirse en una especie multiplanetaria que garantice nuestra supervivencia durante millones de años.
Pero toda esta visión de futuro se puede ir al garete si, al final, la NASA tiene razón y el riesgo de un "fallo catastrófico" se convierte en una catástrofe real con la destrucción de la ISS llevándose por delante casi toda la infraestructura espacial de la humanidad.