Noche en Paiporta: blindaje contra los saqueos y ayuda humanitaria en un 'buggy'
Si la devastación de Paiporta impresiona de día porque parece que ha pasado un tsunami, no una riada, de noche sobrecoge. Entre charcos de fango, emergen montañas de coches destrozados y pilas de escombros y basura que se amontonan por doquier desprendiendo un hedor a putrefacción y descomposición que echa para atrás incluso llevando una mascarilla. Una semana después de la catástrofe, la electricidad se ha restablecido en buena parte del pueblo, pero todavía quedan muchos edificios sin luz ni agua y el ambiente sigue siendo igual de fantasmagórico. Con los bajos de los edificios reventados , sus calles parecen una zona de guerra, sobre todo ahora que ha aumentado la presencia policial y del ejército. Con las sirenas de sus todoterrenos parpadeando en medio de la oscuridad, policías y militares patrullan sin cesar entre las ruinas para impedir los saqueos que han metido el miedo en el cuerpo a los damnificados por la catástrofe. Por si no tuvieron bastante con perder a sus familiares, sus coches y enseres arrastrados por la corriente, ahora unos desalmados quieren llevarse lo poco que les queda. Hasta el momento, la Guardia Civil ha detenido a 107 personas por pillaje . Aprovechando el caos en los pueblos devastados por la riada, se colaban intentando robar todo lo que encontraban a mano. Organizados en bandas que se mueven por toda la zona afectada, empezaron por las tiendas y casas y luego han seguido por los vehículos, de los que arrancan valiosas piezas como las llantas de coches de alta gama, que pueden llegar a costar mil euros. A partir de ahora, lo van a tener mucho más difícil no solo porque ha vuelto la luz, sino porque pueblos como Paiporta se están blindando con la policía y el ejército. Durante las horas que pasamos en Paiporta en la madrugada de este miércoles , las patrullas eran constantes en todo el municipio con el fin de ahuyentar a los cacos. Aun así, y como pudimos ver en uno de los callejones del centro, algunos rateros que viven en pisos 'okupados' salen de noche, con una mochila a la espalda, para ver si consiguen arramblar con algo. Frente a esa mezquindad, todo lo contrario. Mientras unos cuantos se ocultan entre las sombras para hacer de las suyas, otros muchos se sumergen también en la noche por motivos bien distintos: para ayudar y llevar un poco de calor y humanidad a quienes más lo necesitan en estos momentos tan dramáticos. Como las hermanas Clara y Lorena Rodríguez , quienes recorren Paiporta a bordo del 'buggy' de Misael Nabuurs para sortear los charcos y el fango de las calles y distribuir ayuda humanitaria. « Estamos repartiendo en las partes bajas de las casas, sobre todo donde viven personas mayores a quienes solo atienden los vecinos porque ellos no pueden salir debido al estado de las calles. Les llevamos comida, como fruta, verdura y café, y productos de limpieza, ya que no les llega ayuda si no es por los voluntarios », nos explica Clara mientras la acompañamos en la parte trasera del 'buggy'. Como ella y su hermana Lorena trabajan en la empresa ferretera que pertenece a su familia, traen, además de alimentos, artículos muy necesarios en estos momentos como guantes especiales anticortes, mascarillas, gel hidroalcohólico y botas de agua, de las que han hecho un pedido al distribuidor italiano que se las suministra. «Además del café, que es de lo más demandado entre los militares, policías, operarios y voluntarios que trabajan de noche, me ha sorprendido que los militares vienen sin mascarillas ni guantes», señala Lorena. «Ayer mismo (por el lunes), unos bomberos me pidieron un buzo (traje impermeable desechable), guantes y mascarillas. A mí no me importa, pero creo que es algo que deberían traer como equipo», añade Clara. Como luego vimos a lo largo de la noche, los soldados se dedican a retirar electrodomésticos y muebles de las calles sin llevar guantes, lo que hace que algunos sufran cortes y heridas. Con el 'buggy' entramos a duras penas en un callejón que está totalmente a oscuras y donde los escombros y la basura se acumulan y casi nos cortan el paso. Allí vive Fran Mas Sanchís , quien se queja de que «la situación ha sido catastrófica porque las ayudas han venido muy tarde y, después de una semana, la calle está a tope y huele a muerto o carne podrida. Esto es ya insalubre. Por eso, me pongo la mascarilla nada más salir y ya no me fío ni del agua potable». Al cabo de siete días, su casa ha recuperado por fin la electricidad y el agua caliente, pero todavía no le han informado sobre la retirada de los escombros. «Mi coche está todavía ahí dentro del garaje, inundado, pero no puedo sacarlo porque no hay sitio», se lamenta iluminando con una linterna la montaña de basura que ocupa la mitad de la callejuela. A Fran, que es camionero, la riada le pilló a 30 kilómetros de Piaporta, pero su esposa, Isabel Rodríguez, y su hijo sacaron a dos mayores de una casa que estaba empezando a anegarse. En su vivienda, el agua llegó a los dos metros de altura y tanto Isabel y su hijo como los ancianos rescatados tuvieron que refugiarse en su terraza. « Estuvimos incomunicados durante 24 horas y volví andando al día siguiente. La gente se imagina que el agua sube así – dice indicando un ascenso recto en horizontal –, pero esto fue una ola y aquí se llevó arrastrando a un hombre al que finalmente pudieron agarrar», relata Fran. En su opinión, «esto es debido a la dejadez de la Confederación Hidrográfica del Júcar, que tiene abandonados los barrancos del Poyo y de Chiva, lo que ha provocado este desastre. Se hacen muchos planes, pero luego nunca se ejecutan». Unos metros más adelante, tras vernos desde su primera planta, Amparo Peris, de 86 años, se atreve a abrir la puerta para pedir un rollo de papel y una bolsa con frutas y verduras. «El agua llegó hasta aquí» , señala en su portal una línea marrón a dos metros de altura. Hasta este martes, cuando finalmente se ha restablecido la luz, se las ha apañado alumbrándose con «cirios que había comprado para las ánimas por el Día de Todos los Santos». Ante la oleada de saqueos que ha habido por las noches, su nieto viene a dormir a su casa y se siente «más tranquila», pero jamás podrá olvidar esta riada, mucho más potente que las otras que ha vivido en el pasado. De noche también tiene pesadillas y no puede dormir Tatiana, una mujer búlgara que reside en Paiporta desde hace años y sobrevivió de milagro a la riada , que la sorprendió en la carretera. «Tuve que salir del coche a nado y el agua me arrastró hasta que pude ponerme a salvo, pero ahora tengo unos extraños picores», le cuenta a una médica voluntaria que ha venido en un convoy de vehículos todoterreno del 'influencer' Garage13 Competition. Al volante de uno de ellos, y ofreciendo su ayuda a través de un megáfono, está Álvaro, un guardia civil que ha empleado sus días libres para venir a ayudar a los damnificados. Como él, hay muchos otros militares y policías fuera de servicio que han acudido como voluntarios. Después de una semana con muy pocos recursos , en Paiporta ya se ve una legión de soldados con grúas y camiones para retirar los escombros. Los militares están usando hasta sus potentes tanquetas blindadas BMR para arrastrar los coches hasta los parques y descampados, demostrando sus pilotos una pericia de cirujanos para aparcarlos con suaves empujones con el morro. Aunque las catástrofes pueden sacar a relucir lo más ruin del ser humano con los casos de pillaje, también afloran lo mejor de cada persona como se ve en todos estos ejemplos de servicio y solidaridad.
abc.es
Noche en Paiporta: blindaje contra los saqueos y ayuda humanitaria en un 'buggy'
Si la devastación de Paiporta impresiona de día porque parece que ha pasado un tsunami, no una riada, de noche sobrecoge. Entre charcos de fango, emergen montañas de coches destrozados y pilas de escombros y basura que se amontonan por doquier desprendiendo un hedor a putrefacción y descomposición que echa para atrás incluso llevando una mascarilla. Una semana después de la catástrofe, la electricidad se ha restablecido en buena parte del pueblo, pero todavía quedan muchos edificios sin luz ni agua y el ambiente sigue siendo igual de fantasmagórico. Con los bajos de los edificios reventados , sus calles parecen una zona de guerra, sobre todo ahora que ha aumentado la presencia policial y del ejército. Con las sirenas de sus todoterrenos parpadeando en medio de la oscuridad, policías y militares patrullan sin cesar entre las ruinas para impedir los saqueos que han metido el miedo en el cuerpo a los damnificados por la catástrofe. Por si no tuvieron bastante con perder a sus familiares, sus coches y enseres arrastrados por la corriente, ahora unos desalmados quieren llevarse lo poco que les queda. Hasta el momento, la Guardia Civil ha detenido a 107 personas por pillaje . Aprovechando el caos en los pueblos devastados por la riada, se colaban intentando robar todo lo que encontraban a mano. Organizados en bandas que se mueven por toda la zona afectada, empezaron por las tiendas y casas y luego han seguido por los vehículos, de los que arrancan valiosas piezas como las llantas de coches de alta gama, que pueden llegar a costar mil euros. A partir de ahora, lo van a tener mucho más difícil no solo porque ha vuelto la luz, sino porque pueblos como Paiporta se están blindando con la policía y el ejército. Durante las horas que pasamos en Paiporta en la madrugada de este miércoles , las patrullas eran constantes en todo el municipio con el fin de ahuyentar a los cacos. Aun así, y como pudimos ver en uno de los callejones del centro, algunos rateros que viven en pisos 'okupados' salen de noche, con una mochila a la espalda, para ver si consiguen arramblar con algo. Frente a esa mezquindad, todo lo contrario. Mientras unos cuantos se ocultan entre las sombras para hacer de las suyas, otros muchos se sumergen también en la noche por motivos bien distintos: para ayudar y llevar un poco de calor y humanidad a quienes más lo necesitan en estos momentos tan dramáticos. Como las hermanas Clara y Lorena Rodríguez , quienes recorren Paiporta a bordo del 'buggy' de Misael Nabuurs para sortear los charcos y el fango de las calles y distribuir ayuda humanitaria. « Estamos repartiendo en las partes bajas de las casas, sobre todo donde viven personas mayores a quienes solo atienden los vecinos porque ellos no pueden salir debido al estado de las calles. Les llevamos comida, como fruta, verdura y café, y productos de limpieza, ya que no les llega ayuda si no es por los voluntarios », nos explica Clara mientras la acompañamos en la parte trasera del 'buggy'. Como ella y su hermana Lorena trabajan en la empresa ferretera que pertenece a su familia, traen, además de alimentos, artículos muy necesarios en estos momentos como guantes especiales anticortes, mascarillas, gel hidroalcohólico y botas de agua, de las que han hecho un pedido al distribuidor italiano que se las suministra. «Además del café, que es de lo más demandado entre los militares, policías, operarios y voluntarios que trabajan de noche, me ha sorprendido que los militares vienen sin mascarillas ni guantes», señala Lorena. «Ayer mismo (por el lunes), unos bomberos me pidieron un buzo (traje impermeable desechable), guantes y mascarillas. A mí no me importa, pero creo que es algo que deberían traer como equipo», añade Clara. Como luego vimos a lo largo de la noche, los soldados se dedican a retirar electrodomésticos y muebles de las calles sin llevar guantes, lo que hace que algunos sufran cortes y heridas. Con el 'buggy' entramos a duras penas en un callejón que está totalmente a oscuras y donde los escombros y la basura se acumulan y casi nos cortan el paso. Allí vive Fran Mas Sanchís , quien se queja de que «la situación ha sido catastrófica porque las ayudas han venido muy tarde y, después de una semana, la calle está a tope y huele a muerto o carne podrida. Esto es ya insalubre. Por eso, me pongo la mascarilla nada más salir y ya no me fío ni del agua potable». Al cabo de siete días, su casa ha recuperado por fin la electricidad y el agua caliente, pero todavía no le han informado sobre la retirada de los escombros. «Mi coche está todavía ahí dentro del garaje, inundado, pero no puedo sacarlo porque no hay sitio», se lamenta iluminando con una linterna la montaña de basura que ocupa la mitad de la callejuela. A Fran, que es camionero, la riada le pilló a 30 kilómetros de Piaporta, pero su esposa, Isabel Rodríguez, y su hijo sacaron a dos mayores de una casa que estaba empezando a anegarse. En su vivienda, el agua llegó a los dos metros de altura y tanto Isabel y su hijo como los ancianos rescatados tuvieron que refugiarse en su terraza. « Estuvimos incomunicados durante 24 horas y volví andando al día siguiente. La gente se imagina que el agua sube así – dice indicando un ascenso recto en horizontal –, pero esto fue una ola y aquí se llevó arrastrando a un hombre al que finalmente pudieron agarrar», relata Fran. En su opinión, «esto es debido a la dejadez de la Confederación Hidrográfica del Júcar, que tiene abandonados los barrancos del Poyo y de Chiva, lo que ha provocado este desastre. Se hacen muchos planes, pero luego nunca se ejecutan». Unos metros más adelante, tras vernos desde su primera planta, Amparo Peris, de 86 años, se atreve a abrir la puerta para pedir un rollo de papel y una bolsa con frutas y verduras. «El agua llegó hasta aquí» , señala en su portal una línea marrón a dos metros de altura. Hasta este martes, cuando finalmente se ha restablecido la luz, se las ha apañado alumbrándose con «cirios que había comprado para las ánimas por el Día de Todos los Santos». Ante la oleada de saqueos que ha habido por las noches, su nieto viene a dormir a su casa y se siente «más tranquila», pero jamás podrá olvidar esta riada, mucho más potente que las otras que ha vivido en el pasado. De noche también tiene pesadillas y no puede dormir Tatiana, una mujer búlgara que reside en Paiporta desde hace años y sobrevivió de milagro a la riada , que la sorprendió en la carretera. «Tuve que salir del coche a nado y el agua me arrastró hasta que pude ponerme a salvo, pero ahora tengo unos extraños picores», le cuenta a una médica voluntaria que ha venido en un convoy de vehículos todoterreno del 'influencer' Garage13 Competition. Al volante de uno de ellos, y ofreciendo su ayuda a través de un megáfono, está Álvaro, un guardia civil que ha empleado sus días libres para venir a ayudar a los damnificados. Como él, hay muchos otros militares y policías fuera de servicio que han acudido como voluntarios. Después de una semana con muy pocos recursos , en Paiporta ya se ve una legión de soldados con grúas y camiones para retirar los escombros. Los militares están usando hasta sus potentes tanquetas blindadas BMR para arrastrar los coches hasta los parques y descampados, demostrando sus pilotos una pericia de cirujanos para aparcarlos con suaves empujones con el morro. Aunque las catástrofes pueden sacar a relucir lo más ruin del ser humano con los casos de pillaje, también afloran lo mejor de cada persona como se ve en todos estos ejemplos de servicio y solidaridad.