¿Para qué sirve la universidad? Opinión pública y cuñadismo
En los últimos tiempos diversos acontecimientos, desde escándalos en una cátedra de empresa hasta las elecciones en diversas universidades han puesto a la universidad en el centro del foco mediático. ¿Para qué sirve la universidad? ¿Para qué piensa la gente que debería servir la universidad? ¿Es la universidad una institución socialmente bien valorada o desprestigiada? Leyendo lo que se publica, y los comentarios a lo que se publica, podría decirse que existen tres grandes hilos argumentales que resumen la opinión que se publica sobre la universidad, que no es exactamente lo mismo que la opinión de la sociedad sobre la universidad: 1) lo público como fuente de ineficiencias, despilfarros y corruptelas. 2) la necesidad de un mayor acercamiento de la universidad a “las necesidades reales de la sociedad” y 3) la minusvaloración de lo propio y la sobrevaloración de lo ajeno, producto tanto del desconocimiento como de un cierto “complejo del colonizado”. En la actualidad existen en España 91 universidades, 50 públicas y 41 privadas, y trabajan en ellas cerca de 240.000 personas, aproximadamente unas 40.000 en las privadas y el resto en las públicas, que se reparten, aproximadamente, en un 40% de Personal de Administración y Servicios (PAS) y un 60% de Personal Docente e Investigador (PDI). En total, atienden a cerca de 1,4 millones de estudiantes de Grado, 300.000 de máster y 100.000 de doctorado, y “producen” anualmente cerca de 205.000 egresados/as. En la actualidad los títulos universitarios oficiales son variados: se puede obtener, por ejemplo, un “Grado en Administración y Dirección de Empresas”, un “Grado en Contabilidad y Finanzas” o un “Grado en Economía y Finanzas”, y como los títulos incluyen la mención de la universidad que los otorga, el abanico de titulaciones que se imparten en la actualidad es enorme. Pese a que se tiende a pensar que la universidad española está poco especializada, existen tantos títulos que no es extraño que, a estudiantes, empleadores y al público en general les cueste diferenciar entre ellos. En las universidades trabajan, de una parte, bibliotecarios, gente que atiende laboratorios o funcionarios que se encargan de tareas administrativas (PAS), que suele tener tareas y horario típicas del personal de administración. La mayoría de la gente tiende a pensar que en la universidad trabajan sobre todo profesores/as, y el contrato o la figura funcionarial incluye a menudo ese término: “Profesor/a titular/ayudante/contratado doctor/asociado/a”. Pero lo cierto es que el profesorado de la universidad no es sólo personal docente, sino también investigador, de ahí lo de PDI. El profesorado universitario imparte entre 8 y 12 horas de clase semanales. ¿Quiere eso decir que sólo trabajan un día a la semana? Obviamente no, y no sólo porque quizá para dar 8 horas de clase haya que dedicar 16 a prepararlas y/o a corregir tareas asociadas a las mismas, sino porque el profesorado universitario hace, además, investigación y, una tercera tarea que a menudo se suele olvidar, la gestión: los puestos de rector/a, decano/a, director/a de departamento, las comisiones de contratación y demás… también lo hace el profesorado. ¿Es cierto que las universidades son una fuente de corruptelas, ineficacias e ineficiencias? La eficacia se suele definir como la capacidad de una organización de lograr sus objetivos. Por lo tanto, antes de valorar si las universidades son o no eficaces habría que aclarar cuáles son sus objetivos. A menudo circula el discurso de que la universidad española es un desastre (ineficaz) porque muchos titulados no obtienen un trabajo acorde con su titulación, pero, ¿es esa la única función de la universidad pública? En España se ha considerado, al menos desde mediados del siglo XX, y así se ha visto reflejado en la legislación, que la universidad tiene al menos tres funciones. Una es la “formación profesional de carácter avanzando”: la universidad está para formar, por ejemplo, médicos, arquitectos o abogados. Si forma buenos profesionales, y éstos tienen una buena colocación en el mercado de trabajo, podría decirse que es eficaz. Pero, en un país en que la investigación en otras instituciones es prácticamente inexistente, una segunda función social muy importante que se le encomienda a la universidad es el avance del conocimiento y la producción de investigación. En los últimos tiempos se han elaborado complicadísimos indicadores que pretenden medir la contribución de personas e instituciones al avance de la investigación, la ciencia y el conocimiento. Por último, a las universidades se les suele atribuir una tercera misión: contribuir a difundir y preservar la cultura, y al desarrollo social, cultural y económico del territorio en que se asientan. Ésta es, quizá, la función cuya medición resulta más problemática en la actualidad. En realidad “las universidades” son un conjunto muy amplio y heterogéneo de instituciones. Entre las privadas existen, por ejemplo, universidades relacionadas con la Iglesia. Parece razonable pensar que, entre sus objetivos, además de formar a profesionales, por ejemplo, de la abogacía, la sanidad, el derecho, la empresa y la banca o la educación, estará el de imbuir a estos de valores cristianos. Pongamos que un titulado en Finanzas por una de éstas universidades obtiene un buen trabajo, y luego se dedica a dar préstamos en condiciones abusivas, lo cual no parece muy coherente con los valores cristianos. Teniendo en cuenta sus objetivos: ¿diríamos que esa universidad ha sido eficaz o ineficaz? El amplísimo abanico de titulaciones, figuras contractuales e instituciones hace que sea difícil generalizar acerca de “la universidad” ni tan siquiera “la universidad pública”. Hay titulaciones, como Medicina, que, aunque también puedan contemplar la investigación, se orientan fundamentalmente a preparar profesionales. Por eso una de las categorías laborales más frecuentes en las facultades de Medicina es la de “profesor asociado”, que, tal y como se define desde la LRU de 1984 es “un profesional de reconocido prestigio que presta sus servicios a la universidad”. Parece razonable que haya abogados, médicos o arquitectos que, como complemento a su actividad, vayan a la universidad a “contar” cómo es en la “realidad” la práctica profesional. Pero los avances en la ciencia (también la médica) los realizan investigadores/as, que quizá son profesores/as titulares (PDI) que pasan el grueso de su jornada laboral investigando, por ejemplo, sobre el Alzheimer, y tan sólo dedican unas pocas horas semanales a una “docencia” que es en realidad enseñar a investigar a quienes investigarán en el futuro. Y parece impensable, en la actualidad, que una sociedad avanzada se permita prescindir de personas que, desde las disciplinas de las Ciencias Sociales y las Humanidades no hagan sólo investigaciones en sus disciplinas, sino también contribuyan a la tercera misión de la universidad: contribuir al desarrollo social y cultural de los territorios en que se asientan. En los últimos tiempos parece que asistimos a la emergencia de la “universidad del cuñado”: Instagram, X o Tik Tok parecen marcar la pauta, y a la universidad, tradicional espacio para la reflexión serena y sostenida en el tiempo, se le pide ahora inmediatez y respuestas fáciles y taxativas. La FundéuRAE define al cuñadismo como “actitud de quien aparenta saber de todo, habla sin saber, pero imponiendo su opinión o se esfuerza por mostrar a los demás lo bien que hace las cosas.” Quizá haya quien piense que la universidad sería mucho más eficaz (y eficiente) si hiciera un poco más “el cuñado”: para qué pagar a un montón de gente para que piense a tiempo completo para luego llegar a conclusiones poco taxativas, con lo fácil que es recurrir a un cuñado que en una sola frase te dice lo que hay que hacer en este país. Sin embargo, yo diría que una de las funciones de la universidad es decirle a la sociedad que, aunque la mayoría de la gente, la mayoría del tiempo, quiere una solución fácil a sus problemas, en realidad la solución a la mayoría de los problemas, la mayoría del tiempo, es bastante compleja. Y es justamente por eso por lo que tiene sentido la universidad como una institución en la que un montón de gente dedica buena parte de su tiempo a pensar los problemas desde el convencimiento de que éstos no tienen una solución fácil.
eldiario.es
¿Para qué sirve la universidad? Opinión pública y cuñadismo
En los últimos tiempos diversos acontecimientos, desde escándalos en una cátedra de empresa hasta las elecciones en diversas universidades han puesto a la universidad en el centro del foco mediático. ¿Para qué sirve la universidad? ¿Para qué piensa la gente que debería servir la universidad? ¿Es la universidad una institución socialmente bien valorada o desprestigiada? Leyendo lo que se publica, y los comentarios a lo que se publica, podría decirse que existen tres grandes hilos argumentales que resumen la opinión que se publica sobre la universidad, que no es exactamente lo mismo que la opinión de la sociedad sobre la universidad: 1) lo público como fuente de ineficiencias, despilfarros y corruptelas. 2) la necesidad de un mayor acercamiento de la universidad a “las necesidades reales de la sociedad” y 3) la minusvaloración de lo propio y la sobrevaloración de lo ajeno, producto tanto del desconocimiento como de un cierto “complejo del colonizado”. En la actualidad existen en España 91 universidades, 50 públicas y 41 privadas, y trabajan en ellas cerca de 240.000 personas, aproximadamente unas 40.000 en las privadas y el resto en las públicas, que se reparten, aproximadamente, en un 40% de Personal de Administración y Servicios (PAS) y un 60% de Personal Docente e Investigador (PDI). En total, atienden a cerca de 1,4 millones de estudiantes de Grado, 300.000 de máster y 100.000 de doctorado, y “producen” anualmente cerca de 205.000 egresados/as. En la actualidad los títulos universitarios oficiales son variados: se puede obtener, por ejemplo, un “Grado en Administración y Dirección de Empresas”, un “Grado en Contabilidad y Finanzas” o un “Grado en Economía y Finanzas”, y como los títulos incluyen la mención de la universidad que los otorga, el abanico de titulaciones que se imparten en la actualidad es enorme. Pese a que se tiende a pensar que la universidad española está poco especializada, existen tantos títulos que no es extraño que, a estudiantes, empleadores y al público en general les cueste diferenciar entre ellos. En las universidades trabajan, de una parte, bibliotecarios, gente que atiende laboratorios o funcionarios que se encargan de tareas administrativas (PAS), que suele tener tareas y horario típicas del personal de administración. La mayoría de la gente tiende a pensar que en la universidad trabajan sobre todo profesores/as, y el contrato o la figura funcionarial incluye a menudo ese término: “Profesor/a titular/ayudante/contratado doctor/asociado/a”. Pero lo cierto es que el profesorado de la universidad no es sólo personal docente, sino también investigador, de ahí lo de PDI. El profesorado universitario imparte entre 8 y 12 horas de clase semanales. ¿Quiere eso decir que sólo trabajan un día a la semana? Obviamente no, y no sólo porque quizá para dar 8 horas de clase haya que dedicar 16 a prepararlas y/o a corregir tareas asociadas a las mismas, sino porque el profesorado universitario hace, además, investigación y, una tercera tarea que a menudo se suele olvidar, la gestión: los puestos de rector/a, decano/a, director/a de departamento, las comisiones de contratación y demás… también lo hace el profesorado. ¿Es cierto que las universidades son una fuente de corruptelas, ineficacias e ineficiencias? La eficacia se suele definir como la capacidad de una organización de lograr sus objetivos. Por lo tanto, antes de valorar si las universidades son o no eficaces habría que aclarar cuáles son sus objetivos. A menudo circula el discurso de que la universidad española es un desastre (ineficaz) porque muchos titulados no obtienen un trabajo acorde con su titulación, pero, ¿es esa la única función de la universidad pública? En España se ha considerado, al menos desde mediados del siglo XX, y así se ha visto reflejado en la legislación, que la universidad tiene al menos tres funciones. Una es la “formación profesional de carácter avanzando”: la universidad está para formar, por ejemplo, médicos, arquitectos o abogados. Si forma buenos profesionales, y éstos tienen una buena colocación en el mercado de trabajo, podría decirse que es eficaz. Pero, en un país en que la investigación en otras instituciones es prácticamente inexistente, una segunda función social muy importante que se le encomienda a la universidad es el avance del conocimiento y la producción de investigación. En los últimos tiempos se han elaborado complicadísimos indicadores que pretenden medir la contribución de personas e instituciones al avance de la investigación, la ciencia y el conocimiento. Por último, a las universidades se les suele atribuir una tercera misión: contribuir a difundir y preservar la cultura, y al desarrollo social, cultural y económico del territorio en que se asientan. Ésta es, quizá, la función cuya medición resulta más problemática en la actualidad. En realidad “las universidades” son un conjunto muy amplio y heterogéneo de instituciones. Entre las privadas existen, por ejemplo, universidades relacionadas con la Iglesia. Parece razonable pensar que, entre sus objetivos, además de formar a profesionales, por ejemplo, de la abogacía, la sanidad, el derecho, la empresa y la banca o la educación, estará el de imbuir a estos de valores cristianos. Pongamos que un titulado en Finanzas por una de éstas universidades obtiene un buen trabajo, y luego se dedica a dar préstamos en condiciones abusivas, lo cual no parece muy coherente con los valores cristianos. Teniendo en cuenta sus objetivos: ¿diríamos que esa universidad ha sido eficaz o ineficaz? El amplísimo abanico de titulaciones, figuras contractuales e instituciones hace que sea difícil generalizar acerca de “la universidad” ni tan siquiera “la universidad pública”. Hay titulaciones, como Medicina, que, aunque también puedan contemplar la investigación, se orientan fundamentalmente a preparar profesionales. Por eso una de las categorías laborales más frecuentes en las facultades de Medicina es la de “profesor asociado”, que, tal y como se define desde la LRU de 1984 es “un profesional de reconocido prestigio que presta sus servicios a la universidad”. Parece razonable que haya abogados, médicos o arquitectos que, como complemento a su actividad, vayan a la universidad a “contar” cómo es en la “realidad” la práctica profesional. Pero los avances en la ciencia (también la médica) los realizan investigadores/as, que quizá son profesores/as titulares (PDI) que pasan el grueso de su jornada laboral investigando, por ejemplo, sobre el Alzheimer, y tan sólo dedican unas pocas horas semanales a una “docencia” que es en realidad enseñar a investigar a quienes investigarán en el futuro. Y parece impensable, en la actualidad, que una sociedad avanzada se permita prescindir de personas que, desde las disciplinas de las Ciencias Sociales y las Humanidades no hagan sólo investigaciones en sus disciplinas, sino también contribuyan a la tercera misión de la universidad: contribuir al desarrollo social y cultural de los territorios en que se asientan. En los últimos tiempos parece que asistimos a la emergencia de la “universidad del cuñado”: Instagram, X o Tik Tok parecen marcar la pauta, y a la universidad, tradicional espacio para la reflexión serena y sostenida en el tiempo, se le pide ahora inmediatez y respuestas fáciles y taxativas. La FundéuRAE define al cuñadismo como “actitud de quien aparenta saber de todo, habla sin saber, pero imponiendo su opinión o se esfuerza por mostrar a los demás lo bien que hace las cosas.” Quizá haya quien piense que la universidad sería mucho más eficaz (y eficiente) si hiciera un poco más “el cuñado”: para qué pagar a un montón de gente para que piense a tiempo completo para luego llegar a conclusiones poco taxativas, con lo fácil que es recurrir a un cuñado que en una sola frase te dice lo que hay que hacer en este país. Sin embargo, yo diría que una de las funciones de la universidad es decirle a la sociedad que, aunque la mayoría de la gente, la mayoría del tiempo, quiere una solución fácil a sus problemas, en realidad la solución a la mayoría de los problemas, la mayoría del tiempo, es bastante compleja. Y es justamente por eso por lo que tiene sentido la universidad como una institución en la que un montón de gente dedica buena parte de su tiempo a pensar los problemas desde el convencimiento de que éstos no tienen una solución fácil.