Vicky Dávila, de periodista estrella antagonista de Petro a candidata de la derecha radical en Colombia
La comunicadora dirige la revista Semana y coquetea con dar el salto como aspirante de la oposición ‘uribista’ a las presidenciales de 2026 'Semana', la revista convertida por los multimillonarios Gilinski en el escudo de la derecha colombiana Vicky Dávila arrancó en el oficio como presentadora de telediarios. Era una voz pausada de la Colombia de mediados de los años 90. Y aquel, por el contrario, era un país aún más violento al de hoy, asolado por todo tipo de escándalos de corrupción. Con el tiempo saltó a la radio como locutora y conductora, añadiendo a cada paso más dosis de agitación política en sus denuncias e investigaciones. Basta repasar sus informaciones contra la Administración del expresidente de centroderecha Juan Manuel Santos (2018-2022), cuyo contenido la catapultó a los primeros lugares de sintonía, para constatar el tono en esta transición periodística. La acaudalada familia Gilinski, que adquirió la revista Semana en 2019, decidió ficharla para asumir la dirección. Su popularidad la había convertido en un imán dentro de la audiencia más conservadora. Era una apuesta coherente. Se trataba de un timonazo brusco en la conducción de un medio reputado, hasta entonces de corte liberal, pero que naufragaba como negocio en la época de las redes sociales. El cometido de Dávila era claro: convertir la cabecera en una suerte de Fox News a la colombiana. Es decir, un producto informativo pugnaz, con métodos de crispación política para captar la atención de sus lectores y monetizar las visitas en la web. Los días del periodismo audiovisual quedaron bien atrás. Hoy, a sus 51 años, se ha convertido en faro guía de sectores de la derecha. Tanto, que desde hace unos meses ha ganado fuerza el rumor de que saltará a la arena electoral en las presidenciales de 2026. Este jueves, varios periodistas y medios colombianos informaban de su dimisión en Semana para hacer oficial su candidatura. Ella no lo niega con firmeza, pero tampoco lo admite. Mientras tanto, sus críticos aseguran que ha desdibujado algunos de los linderos éticos de su cargo en Colombia. No sobra recordar que las encuestadoras ya la incluyen en sus sondeos electorales. En algunos de ellos ha puntuado bajo. En otros, como el de la casa Guarumo publicado en septiembre, lidera con el 12,2% de intención de voto. Periodistas y villanos Una de las raíces de esta historia se remonta, quizá, a finales de la primera década de los años dos mil. Eran tiempos de Hugo Chávez en Venezuela y gobernaban Rafael Correa en Ecuador y Álvaro Uribe en Colombia. En aquel entonces, la agitación política condujo a un debate sobre la neutralidad de los reporteros en América Latina. Lo cuenta Omar Rincón, crítico de medios y académico de la Universidad de los Andes de Bogotá: “Ya no era un asunto de ideología. Ni de partidos. Todo el mundo empezó a cuestionar la independencia y autonomía de los medios. La clase política convirtió a los periodistas en villanos y estos, a su vez, como tienen el ego tan grande y mucha arrogancia, entraron al duelo en un plano de igual a igual con los políticos y presidentes”. El papel de intermediarios de la realidad, prosigue Rincón, quedó arrinconado. A su juicio, los nombres más visibles del sistema de medios dejaron de lado los rudimentos básicos del oficio y entraron al choque político en las redes sociales, tertulias de radio o columnas de opinión. Y se volvieron actores políticos: “Sin reporterismo no hay periodismo. Vicky Dávila, por ejemplo, no lo hace. Habla con un político, un militar o un ministro y con eso elabora chismes y mucha opinión. Pero no genera criterio. No contrasta las fuentes, ni los datos, ni los documentos. Tampoco da contexto”, remata Rincón. Dávila, en opinión de más de un analista, pasó a ocupar el lugar de líder de facto de una oposición desnortada. Su estilo conectó con buena parte del empresariado y sectores de una derecha descafeinada. Ya poco importaban las imprecisiones, mientras la cabecera refrendara una sola parte de la historia con titulares acoplados a su acomodo. “Semana ya no es un medio periodístico. Hoy la única forma de analizar su trabajo es desde la militancia política. Una realidad que no está mal en el fondo. Lo que sí lo está, en cambio, es que no lo ponga en evidencia. Su trabajo no está definido por la transparencia”, incide Rincón. Tampoco es menos cierto que las revelaciones de Semana han propinado los golpes más contundentes a la primera Administración de izquierdas en el país suramericano. Las publicaciones del semanario, fundado a principios de los años 80, han desnudado las tramas más turbias del petrismo. Han logrado mantener a raya la credibilidad pública del Gobierno, en paralelo a sus vacíos periodísticos o noticias instrumentalizadas para favorecer los intereses empresariales de los banqueros propietarios. El escándalo más sonoro ha sido la publicación de los llamados ‘petrovideos’. Una filtración donde se señalan supuestas irregularidades en la financiación de la campaña presidencial de Petro en 2022. Por este episodio la Fiscalía detuvo a Nicolás Petro, el primogénito del mandatario, y los órganos de control tienen la lupa sobre la coalición de izquierdas. Razones suficientes para que cada cierto tiempo emerjan todos los interrogantes de cara a una posible postulación de Dávila. “De razón… Según me informan, en las encuestas que maneja Laura Sarabia [alta funcionaria y mano derecha de Petro] para presidencia, imagínense, me están midiendo, y dicen que sigo subiendo y hasta derroto a la izquierda, Claudia López incluida. La brecha es grande”, publicó la periodista en su cuenta de X el pasado 28 de octubre. Casos similares en otros países dan pie a Eduardo Suárez, periodista y director editorial del Instituto Reuters (Oxford), para jalar otro hilo conductor dentro de este relato: “Tiene que ver con el ascenso de figuras en las redes sociales. Un campo donde es muy fácil que las fronteras entre un político y un periodista se pierdan”. Todo se potencia en un país como Colombia, donde, de acuerdo con el último informe del instituto inglés de estudios sobre periodismo, las redes sociales son la fuente del 61% de las noticias consumidas por las élites periodísticas, políticas y económicas —el uso de TikTok viene en aumento, mientras X y Facebook descienden—. Un tráfico de noticias considerado gigante dentro de los 47 países estudiados. “Ella es la directora de la revista. Pero el número de abonados, o de personas que compran Semana, nada tiene que ver con la cantidad de gente que alcanza en redes. Ese tipo de ambiente favorece mucho a estos personajes. Y facilita lo que los politólogos llaman ‘emprendedores políticos’”, dice Suárez. Dávila, con casi 4 millones de seguidores en X, ha sabido explotar el flanco: “Vivimos en una época muy volátil, con partidos políticos e instituciones con poca confianza. Ese es un escenario muy útil, sumado al prestigio que ella hereda de la cabecera”, añade. Para la veterana reportera chilena Mónica González, fundadora del Centro de Investigación Periodística (CIPER), también se trata de una amalgama de síntomas coyunturales: “Se convierte al periodismo en activismo y cómplice de la desinformación. Nadie le pide a los responsables de medios que eliminen sus ideas políticas. Pero la situación de Vicky Dávila no es banal porque sus lectores no saben si sus publicaciones hablan en nombre de ella, de los millonarios dueños de la revista o de un sector político concreto”. Tampoco está claro cuáles son los valores que guían al semanario, incide González. Y el estilo de Dávila añade dosis de confusión. En agosto anunció que recorrería una treintena de ciudades “para entender sus desafíos y retos”. Una gira con visos de mítin político que inició en Medellín, la segunda ciudad del país. ¿Es candidata de la derecha o la directora de uno de los medios con mayor audiencia digital? ¿Ha estado estos cuatro años preparando la plataforma política desde la dirección? Lo único claro es que cada vez que algún periodista o figura pública la confronta sobre el tema en X, se abre una caja de truenos. Las discusiones se descarrilan hacia los insultos y los señalamientos. Ella entra en posición de combate. Y algunas voces recurren al machismo para descalificarla. Entre las rotativas y el palacio presidencial El consultor Juan Fernando Giraldo, experto en opinión pública, recuerda que las costuras entre política y periodismo han estado entrelazadas en Colombia desde siempre. De los 60 presidentes que ha tenido el país desde 1819, 22 han sido periodistas o políticos con algún paso por las salas de redacción. En 1938 hay un antecedente similar al de 2024. Por entonces, el director de El Tiempo de Bogotá, el liberal Eduardo Santos, dio el salto sin escalas desde la rotativa de su propiedad a la presidencia de la República. Cinco décadas más tarde, el conservador Andrés Pastrana dirigió el telediario Tv Hoy, justo antes de ganar la alcaldía de Bogotá en 1988. Una década después, tras ser parlamentario, alcanzó la presidencia en 1998. Pero aquellos eran días analógicos. Hoy las plataformas tecnológicas han configurado una historia diferente. “Vicky Dávila ha encontrado un tono muy alineado a los tiempos. Si uno se fija en las encuestas que realiza Semana, ya sea con el Centro Nacional de Consultoría o Guarumo, deben recoger unas entrevistas con unas muestras muy grandes, con un arsenal técnico alto”, comenta Giraldo. El consultor deduce que la revista y su directora cuentan con un potente acerbo de información para leer las tendencias de la opinión pública: “A ella le sirve, en particular, en el diseño de su discurso. Se vuelve una herramienta envidiable en términos de estrategia política”. Añade que su relato está muy bien adaptado a las prioridades de las audiencias virtuales. Es efectista, además, porque ha disparado su notoriedad política. Las objeciones, recuerda el fundador de la firma de comunicación estratégica Búho, giran en torno a los riesgos que plantea que un director con recursos y poder editorial a su alcance juegue con la tentativa de aspirar a una carrera presidencial. Giraldo, que deja campo para la duda, reconoce que la indecisión de Dávila a la hora de decantarse por la candidatura podría ser real. Sin embargo, advierte que de cara a una contienda “electoral limpia” ya ha abierto grietas peligrosas: “Se podría usar de manera anticipada la línea editorial de Semana para afectar o cuestionar a sus posibles contrincantes. A medida que avanzan las elecciones, la ciudadanía debería tomar con sospecha cada una de sus críticas contra los posibles jugadores que se decanten. Yo creo que, desde ya, tendría que haber un cuestionamiento legítimo de esa posición privilegiada”. La filósofa y experta en ética Adela Cortina ha defendido en artículos y conferencias que un rasgo esencial para las buenas prácticas hoy es transparentar la trazabilidad de las noticias. Es decir, desenmascarar al lector la forma cómo está elaborada cada información. Identificar qué fuerzas económicas hay detrás de los artículos. Qué conflictos de interés se pueden generar entre la cabecera que publica y el lugar o persona que escribe. La revista Semana, sin embargo, no cuenta con un manual de redacción actualizado para su plantilla de reporteros. Entre tanto, Colombia sigue atenta a la hipotética campaña de Vicky Dávila. Una periodista que encaja a la perfección dentro de los rasgos periodísticos de una época donde los sentimientos sobrepasan la difusión de hechos genuinos. Basta recordar que es una de las tres usuarias de X más leídas del país, según la última encuesta de Cifras y conceptos publicada en octubre. Por eso Eduardo Suárez concluye con algunos ejemplos que sirven para discernir algunos de los efectos del nuevo orden: “La barrera de entrada, tanto para dirigir un medio, como un partido político, ha bajado. El caso más evidente es el de Berlusconi, que era propietario de un imperio de medios y acabó en la política siendo primer ministro”. En Estados Unidos, añade, ha habido rumores alrededor de la figura de Tucker Carlson, presentador del conservadurismo más radical durante muchos años en la cadena Fox. Un tipo de 52 años que jamás ha militado en política, pero tiene millones de seguidores en su canal de Youtube, donde suele propagar bulos, medias verdades y falsedades enteras. Sin confirmar su salto a la política, de vez en cuando figura en ciertas encuestas o sondeos de opinión interesados en medir si podría convertirse en el sucesor natural de Donald Trump, el nuevo presidente electo de Estados Unidos. La historia, al igual que en Colombia, ha despertado confusión. En ambos casos, además, se entrevera el periodismo digital como tribuna potencializadora para la confrontación. Giraldo apunta que el discurso político de Vicky Dávila va dirigido contra las élites. Incluso si, como suele suceder, forma parte de la franja de poder que domina los medios. Se trata de la teoría y resquicio discursivo perfecto para empatar con el estado emocional de parte importante de la ciudadanía. Con ello ha conseguido romper códigos. También polarizar. Basta recordar que su cumbre de audiencia está asegurada cada vez que el presidente Petro refuta sus publicaciones en X. “Todo esto lo que hace es seguir fastidiando al periodismo”, concluye Omar Rincón, “y beneficia a figuras que son arrogantes incluso de su propia ignorancia”.
eldiario.es
Vicky Dávila, de periodista estrella antagonista de Petro a candidata de la derecha radical en Colombia
La comunicadora dirige la revista Semana y coquetea con dar el salto como aspirante de la oposición ‘uribista’ a las presidenciales de 2026 'Semana', la revista convertida por los multimillonarios Gilinski en el escudo de la derecha colombiana Vicky Dávila arrancó en el oficio como presentadora de telediarios. Era una voz pausada de la Colombia de mediados de los años 90. Y aquel, por el contrario, era un país aún más violento al de hoy, asolado por todo tipo de escándalos de corrupción. Con el tiempo saltó a la radio como locutora y conductora, añadiendo a cada paso más dosis de agitación política en sus denuncias e investigaciones. Basta repasar sus informaciones contra la Administración del expresidente de centroderecha Juan Manuel Santos (2018-2022), cuyo contenido la catapultó a los primeros lugares de sintonía, para constatar el tono en esta transición periodística. La acaudalada familia Gilinski, que adquirió la revista Semana en 2019, decidió ficharla para asumir la dirección. Su popularidad la había convertido en un imán dentro de la audiencia más conservadora. Era una apuesta coherente. Se trataba de un timonazo brusco en la conducción de un medio reputado, hasta entonces de corte liberal, pero que naufragaba como negocio en la época de las redes sociales. El cometido de Dávila era claro: convertir la cabecera en una suerte de Fox News a la colombiana. Es decir, un producto informativo pugnaz, con métodos de crispación política para captar la atención de sus lectores y monetizar las visitas en la web. Los días del periodismo audiovisual quedaron bien atrás. Hoy, a sus 51 años, se ha convertido en faro guía de sectores de la derecha. Tanto, que desde hace unos meses ha ganado fuerza el rumor de que saltará a la arena electoral en las presidenciales de 2026. Este jueves, varios periodistas y medios colombianos informaban de su dimisión en Semana para hacer oficial su candidatura. Ella no lo niega con firmeza, pero tampoco lo admite. Mientras tanto, sus críticos aseguran que ha desdibujado algunos de los linderos éticos de su cargo en Colombia. No sobra recordar que las encuestadoras ya la incluyen en sus sondeos electorales. En algunos de ellos ha puntuado bajo. En otros, como el de la casa Guarumo publicado en septiembre, lidera con el 12,2% de intención de voto. Periodistas y villanos Una de las raíces de esta historia se remonta, quizá, a finales de la primera década de los años dos mil. Eran tiempos de Hugo Chávez en Venezuela y gobernaban Rafael Correa en Ecuador y Álvaro Uribe en Colombia. En aquel entonces, la agitación política condujo a un debate sobre la neutralidad de los reporteros en América Latina. Lo cuenta Omar Rincón, crítico de medios y académico de la Universidad de los Andes de Bogotá: “Ya no era un asunto de ideología. Ni de partidos. Todo el mundo empezó a cuestionar la independencia y autonomía de los medios. La clase política convirtió a los periodistas en villanos y estos, a su vez, como tienen el ego tan grande y mucha arrogancia, entraron al duelo en un plano de igual a igual con los políticos y presidentes”. El papel de intermediarios de la realidad, prosigue Rincón, quedó arrinconado. A su juicio, los nombres más visibles del sistema de medios dejaron de lado los rudimentos básicos del oficio y entraron al choque político en las redes sociales, tertulias de radio o columnas de opinión. Y se volvieron actores políticos: “Sin reporterismo no hay periodismo. Vicky Dávila, por ejemplo, no lo hace. Habla con un político, un militar o un ministro y con eso elabora chismes y mucha opinión. Pero no genera criterio. No contrasta las fuentes, ni los datos, ni los documentos. Tampoco da contexto”, remata Rincón. Dávila, en opinión de más de un analista, pasó a ocupar el lugar de líder de facto de una oposición desnortada. Su estilo conectó con buena parte del empresariado y sectores de una derecha descafeinada. Ya poco importaban las imprecisiones, mientras la cabecera refrendara una sola parte de la historia con titulares acoplados a su acomodo. “Semana ya no es un medio periodístico. Hoy la única forma de analizar su trabajo es desde la militancia política. Una realidad que no está mal en el fondo. Lo que sí lo está, en cambio, es que no lo ponga en evidencia. Su trabajo no está definido por la transparencia”, incide Rincón. Tampoco es menos cierto que las revelaciones de Semana han propinado los golpes más contundentes a la primera Administración de izquierdas en el país suramericano. Las publicaciones del semanario, fundado a principios de los años 80, han desnudado las tramas más turbias del petrismo. Han logrado mantener a raya la credibilidad pública del Gobierno, en paralelo a sus vacíos periodísticos o noticias instrumentalizadas para favorecer los intereses empresariales de los banqueros propietarios. El escándalo más sonoro ha sido la publicación de los llamados ‘petrovideos’. Una filtración donde se señalan supuestas irregularidades en la financiación de la campaña presidencial de Petro en 2022. Por este episodio la Fiscalía detuvo a Nicolás Petro, el primogénito del mandatario, y los órganos de control tienen la lupa sobre la coalición de izquierdas. Razones suficientes para que cada cierto tiempo emerjan todos los interrogantes de cara a una posible postulación de Dávila. “De razón… Según me informan, en las encuestas que maneja Laura Sarabia [alta funcionaria y mano derecha de Petro] para presidencia, imagínense, me están midiendo, y dicen que sigo subiendo y hasta derroto a la izquierda, Claudia López incluida. La brecha es grande”, publicó la periodista en su cuenta de X el pasado 28 de octubre. Casos similares en otros países dan pie a Eduardo Suárez, periodista y director editorial del Instituto Reuters (Oxford), para jalar otro hilo conductor dentro de este relato: “Tiene que ver con el ascenso de figuras en las redes sociales. Un campo donde es muy fácil que las fronteras entre un político y un periodista se pierdan”. Todo se potencia en un país como Colombia, donde, de acuerdo con el último informe del instituto inglés de estudios sobre periodismo, las redes sociales son la fuente del 61% de las noticias consumidas por las élites periodísticas, políticas y económicas —el uso de TikTok viene en aumento, mientras X y Facebook descienden—. Un tráfico de noticias considerado gigante dentro de los 47 países estudiados. “Ella es la directora de la revista. Pero el número de abonados, o de personas que compran Semana, nada tiene que ver con la cantidad de gente que alcanza en redes. Ese tipo de ambiente favorece mucho a estos personajes. Y facilita lo que los politólogos llaman ‘emprendedores políticos’”, dice Suárez. Dávila, con casi 4 millones de seguidores en X, ha sabido explotar el flanco: “Vivimos en una época muy volátil, con partidos políticos e instituciones con poca confianza. Ese es un escenario muy útil, sumado al prestigio que ella hereda de la cabecera”, añade. Para la veterana reportera chilena Mónica González, fundadora del Centro de Investigación Periodística (CIPER), también se trata de una amalgama de síntomas coyunturales: “Se convierte al periodismo en activismo y cómplice de la desinformación. Nadie le pide a los responsables de medios que eliminen sus ideas políticas. Pero la situación de Vicky Dávila no es banal porque sus lectores no saben si sus publicaciones hablan en nombre de ella, de los millonarios dueños de la revista o de un sector político concreto”. Tampoco está claro cuáles son los valores que guían al semanario, incide González. Y el estilo de Dávila añade dosis de confusión. En agosto anunció que recorrería una treintena de ciudades “para entender sus desafíos y retos”. Una gira con visos de mítin político que inició en Medellín, la segunda ciudad del país. ¿Es candidata de la derecha o la directora de uno de los medios con mayor audiencia digital? ¿Ha estado estos cuatro años preparando la plataforma política desde la dirección? Lo único claro es que cada vez que algún periodista o figura pública la confronta sobre el tema en X, se abre una caja de truenos. Las discusiones se descarrilan hacia los insultos y los señalamientos. Ella entra en posición de combate. Y algunas voces recurren al machismo para descalificarla. Entre las rotativas y el palacio presidencial El consultor Juan Fernando Giraldo, experto en opinión pública, recuerda que las costuras entre política y periodismo han estado entrelazadas en Colombia desde siempre. De los 60 presidentes que ha tenido el país desde 1819, 22 han sido periodistas o políticos con algún paso por las salas de redacción. En 1938 hay un antecedente similar al de 2024. Por entonces, el director de El Tiempo de Bogotá, el liberal Eduardo Santos, dio el salto sin escalas desde la rotativa de su propiedad a la presidencia de la República. Cinco décadas más tarde, el conservador Andrés Pastrana dirigió el telediario Tv Hoy, justo antes de ganar la alcaldía de Bogotá en 1988. Una década después, tras ser parlamentario, alcanzó la presidencia en 1998. Pero aquellos eran días analógicos. Hoy las plataformas tecnológicas han configurado una historia diferente. “Vicky Dávila ha encontrado un tono muy alineado a los tiempos. Si uno se fija en las encuestas que realiza Semana, ya sea con el Centro Nacional de Consultoría o Guarumo, deben recoger unas entrevistas con unas muestras muy grandes, con un arsenal técnico alto”, comenta Giraldo. El consultor deduce que la revista y su directora cuentan con un potente acerbo de información para leer las tendencias de la opinión pública: “A ella le sirve, en particular, en el diseño de su discurso. Se vuelve una herramienta envidiable en términos de estrategia política”. Añade que su relato está muy bien adaptado a las prioridades de las audiencias virtuales. Es efectista, además, porque ha disparado su notoriedad política. Las objeciones, recuerda el fundador de la firma de comunicación estratégica Búho, giran en torno a los riesgos que plantea que un director con recursos y poder editorial a su alcance juegue con la tentativa de aspirar a una carrera presidencial. Giraldo, que deja campo para la duda, reconoce que la indecisión de Dávila a la hora de decantarse por la candidatura podría ser real. Sin embargo, advierte que de cara a una contienda “electoral limpia” ya ha abierto grietas peligrosas: “Se podría usar de manera anticipada la línea editorial de Semana para afectar o cuestionar a sus posibles contrincantes. A medida que avanzan las elecciones, la ciudadanía debería tomar con sospecha cada una de sus críticas contra los posibles jugadores que se decanten. Yo creo que, desde ya, tendría que haber un cuestionamiento legítimo de esa posición privilegiada”. La filósofa y experta en ética Adela Cortina ha defendido en artículos y conferencias que un rasgo esencial para las buenas prácticas hoy es transparentar la trazabilidad de las noticias. Es decir, desenmascarar al lector la forma cómo está elaborada cada información. Identificar qué fuerzas económicas hay detrás de los artículos. Qué conflictos de interés se pueden generar entre la cabecera que publica y el lugar o persona que escribe. La revista Semana, sin embargo, no cuenta con un manual de redacción actualizado para su plantilla de reporteros. Entre tanto, Colombia sigue atenta a la hipotética campaña de Vicky Dávila. Una periodista que encaja a la perfección dentro de los rasgos periodísticos de una época donde los sentimientos sobrepasan la difusión de hechos genuinos. Basta recordar que es una de las tres usuarias de X más leídas del país, según la última encuesta de Cifras y conceptos publicada en octubre. Por eso Eduardo Suárez concluye con algunos ejemplos que sirven para discernir algunos de los efectos del nuevo orden: “La barrera de entrada, tanto para dirigir un medio, como un partido político, ha bajado. El caso más evidente es el de Berlusconi, que era propietario de un imperio de medios y acabó en la política siendo primer ministro”. En Estados Unidos, añade, ha habido rumores alrededor de la figura de Tucker Carlson, presentador del conservadurismo más radical durante muchos años en la cadena Fox. Un tipo de 52 años que jamás ha militado en política, pero tiene millones de seguidores en su canal de Youtube, donde suele propagar bulos, medias verdades y falsedades enteras. Sin confirmar su salto a la política, de vez en cuando figura en ciertas encuestas o sondeos de opinión interesados en medir si podría convertirse en el sucesor natural de Donald Trump, el nuevo presidente electo de Estados Unidos. La historia, al igual que en Colombia, ha despertado confusión. En ambos casos, además, se entrevera el periodismo digital como tribuna potencializadora para la confrontación. Giraldo apunta que el discurso político de Vicky Dávila va dirigido contra las élites. Incluso si, como suele suceder, forma parte de la franja de poder que domina los medios. Se trata de la teoría y resquicio discursivo perfecto para empatar con el estado emocional de parte importante de la ciudadanía. Con ello ha conseguido romper códigos. También polarizar. Basta recordar que su cumbre de audiencia está asegurada cada vez que el presidente Petro refuta sus publicaciones en X. “Todo esto lo que hace es seguir fastidiando al periodismo”, concluye Omar Rincón, “y beneficia a figuras que son arrogantes incluso de su propia ignorancia”.